11 de julio de 2021
(Ciclo B - Año impar)
- Ve, profetiza a mi pueblo (Am 7, 12-15)
- Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación (Sal 84)
- Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo (Ef 1, 3-14)
- Los fue enviando (Mc 6, 7-13)
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“Instituyó Doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, con poder de expulsar los demonios” (Mc 3,14-15). Con estas escuetas palabras nos narra san Marcos la elección de los doce apóstoles. En el evangelio de hoy vemos cómo Jesús, después de que los Doce lleven ya un tiempo con él, los envía, por primera vez, a predicar, y cuáles son las instrucciones que les da para ello.
De
dos en dos es un símbolo de la comunidad, de la Iglesia, de que los
evangelizadores no anuncian un “asunto propio” sino que son portadores de la fe
y la vida de un pueblo, de una comunidad.
Dándoles
autoridad sobre los espíritus inmundos porque hay que mostrar que el poder
de Dios, que ellos proclaman al anunciar la cercanía del Reino de Dios, es
superior a las fuerzas del mal, a los poderes que afligen, oprimen, y humillan
al hombre. Si Dios viene ya a instaurar su Reino, el mal tiene que empezar a
ser derrotado, se tiene que empezar a ver que el Bien es superior al mal: “No
te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien” (Rm 12,21).
Los misioneros siempre han realizado
abundantes obras de caridad hacia aquellos a quienes les anuncian la cercanía
del Reino de Dios: escuelas, hospitales, comedores, viviendas, técnicas de
trabajo etc. etc. Y sobre todo la enseñanza del perdón y de la misericordia:
que perdonar a quien te ha hecho daño libera tu corazón del odio y del
resentimiento (“espíritus inmundos”) y te hace libre de verdad.
(No
llevéis) ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja, ni una túnica de
repuesto. Es una manera de decir, como escribirá más tarde san Pablo, “que
la gente sólo vea en vosotros servidores de Cristo y administradores de los
misterios de Dios” (1Co 4,1), es decir, que quede claro que vuestro asunto es
Cristo, es el Evangelio, es el Señor, que no parezca que vuestro asunto es otra
cosa, es una cultura o una política o una economía. Como le dijo Pedro al
lisiado que pedía al puerta del Templo
de Jerusalén: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en nombre de
Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar” (Hch 3,6).
Un
bastón y sandalias. Aunque en aquella época se caminaba descalzo, parece
ser que, para los viajes largos, se imponía el uso de sandalias y de un bastón.
Con ello seguramente se nos está insinuando que habrá que ir muy lejos a
anunciar el evangelio y que, quienes lo hagan, tendrán que considerarse a sí
mismos como peregrinos, tal como leemos en el libro del Éxodo, cuando al dar
las instrucciones para comer la Pascua se dice: “la cintura ceñida, las
sandalias en los pies, el bastón en la mano” (Ex 12,11). Los cristianos, aquí
en la tierra, somos siempre “extraños y forasteros” (Hb 11,13), porque nuestra
verdadera patria es la Jerusalén del cielo, ella es “nuestra madre” como dice
san Pablo (Ga 4,26), ella es la “ciudad asentada sobre cimientos, cuyo
arquitecto y constructor es Dios” (Hb 11,10).
Sacudíos
el polvo de los pies para probar su culpa. Es curioso el contraste entre
las instrucciones que se refieren a las personas de los misioneros, a los que
se les dice que no se preocupen de sí mismos y que acepten la hospitalidad que
les den sin buscar otra mejor, y el rigor que el Señor impone cuando se trata,
no de los evangelizadores, sino del Evangelio, del Mensaje que ellos anuncian.
Cuando este Mensaje sea rechazado, hay que realizar este gesto solemne con el
que se hace comprender con claridad que con este rechazo se está tomando una decisión fundamental en
relación con la salvación. El Evangelio se ofrece a la libertad de los hombres
que pueden acogerlo o rechazarlo, porque “la fe no es de todos” (2Ts 3,2), pero
tiene que quedar bien claro que el rechazo del Evangelio establece una ruptura,
una separación que es determinante. “Sacudir el polvo” de su calzado significa:
estamos separados, no hay relación alguna entre nosotros, pertenecemos a campos
diversos, no tenemos nada en común. Es un gesto muy fuerte el que manda el
Señor a los apóstoles.
Ellos
salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a
muchos enfermos y los curaban. En este gesto de ungir con aceite a los
enfermos, que es un gesto muy antiguo que el Señor asumió, hay como un germen
del sacramento de la unción de enfermos. La preocupación por la salud de los
hombres es un signo del amor de Dios.
Que también en cada uno de nosotros se note que nuestro “asunto”, el que de verdad nos interesa, es Cristo, su Persona, su Evangelio; que estamos aquí de paso y que nuestro corazón está puesto en el cielo y no en la tierra; que tengamos ternura y tiempo para los enfermos, sobre todo para los incurables. Para que se vea que de verdad esperamos el Reino de Dios.