XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

15 de noviembre de 2020

(Ciclo A - Año par)





  • Trabaja con la destreza de sus manos (Prov 31, 10-13. 19-20. 30-31)
  • Dichosos los que temen al Señor (Sal 127)
  • Que el Día del Señor no os sorprenda como un ladrón (1 Tes 5, 1-6)
  • Como has sido fiel en lo poco, entra en el gozo de tu señor (Mt 25, 14-30)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Un hombre que se iba al extranjero: Los Padres de la Iglesia, San Gregorio Magno y San Jerónimo, por ejemplo, nos explican que este hombre que emprende un largo viaje es Cristo, quien, una vez resucitado, se fue al cielo con la misma carne que había tomado aquí en la tierra.

Un talento: Era una suma desorbitada de dinero, el equivalente a más de quince años de salario. Con ello se nos quiere indicar un bien inmenso. Este bien no es otro que la palabra de Dios, que la doctrina evangélica, tal como nos explican San Juan Crisóstomo y San Jerónimo: ése es el inmenso bien que el Señor nos ha confiado a nosotros, sus siervos, para que negociemos con él. “Negocia con él” aquél que anuncia el Evangelio, que  “proclama la palabra, que insiste, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina”, tal como le manda hacer San Pablo a Timoteo (2 Tm 4,2).

Al cabo de mucho tiempo: Efectivamente, pasa mucho tiempo desde que Cristo subió al cielo hasta que regresará en la majestad de su gloria para juzgar a los vivos y a los muertos.

Eres un empleado fiel y cumplidor…pasa al banquete de tu Señor: Observa San Jerónimo que “tanto el que de cinco talentos había logrado diez como el que de dos había obtenido cuatro” reciben el mismo elogio y el mismo premio “sin tener en cuenta la cuantía de la ganancia, sino la voluntad del esfuerzo”. A Dios lo que le importa no es lo que consigamos, sino que trabajemos, que nos esforcemos, que lo intentemos. Todo el que se esfuerce, el que lo intente y no deje de intentarlo “pasará al banquete de su Señor”, es decir, entrará en el cielo, y recibirá un premio tan grande que de él afirma San Pablo que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman” (1 Co 2,9; Is 64,4). 

El que había recibido un talento… Este hombre representa la actitud del hombre que se cierra a la salvación. Es un hombre que “cavó un agujero en el suelo”, es decir, que, en vez de mirar hacia arriba, hacia el cielo, miró hacia abajo, hacia la tierra, perdiéndose en una serie interminable de consideraciones humanas, terrenas: que si es que mis padres son de esta manera o de esta otra, que si es que he recibido una educación equivocada, que si es que tengo este temperamento, que si es que soy demasiado bajito o demasiado alto o demasiado gordo o demasiado flaco o demasiado feo o demasiado guapo, que si es que no he tenido ninguna suerte… etc. etc. etc. Quien así razona es un gandul, un perezoso, un indolente. Y su pereza le llevará a la soberbia, porque acabará acusando a Dios, haciéndole injustos reproches: “sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces”. ¿Cómo te atreves a decir que Dios recoge donde no ha sembrado si todo lo que eres y lo que tienes es un don suyo, y si encima te ha dado el Evangelio de la gloria, que es Cristo, su persona y sus palabras?

Debías haber puesto mi dinero en el banco, es decir, debías de haber evangelizado, de haber puesto mis palabras, mi Evangelio, en el corazón de los hombres; debías de haber hablado, exhortado, aconsejado con mis palabras a los hombres, de tal manera que, a mi regreso, yo habría recibido los “intereses”, es decir, los frutos que proceden de la escucha de la Palabra (San Juan Crisóstomo, Orígenes).

Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez: “Quien ha recibido para bien del prójimo la gracia de la palabra y de la enseñanza, y no hace uso de ella, se hará quitar esta gracia. En cambio, el servidor celoso, atraerá sobre sí una gracia abundante”, escribe San Juan Crisóstomo. Hemos recibido el Evangelio para anunciarlo, para difundirlo, para que, a través de nosotros, llegue hasta los confines de la tierra. Si no lo hacemos, se nos quitará… La gracia no es un derecho adquirido, es siempre un regalo, un don recibido.

Porque al que tiene se le dará y le sobrará… Dios ha creado al hombre creador, porque lo ha creado a su imagen y semejanza. “Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo”, dijo Jesús (Jn 5,16). El que no quiere trabajar es que no quiere ser, no quiere ser un hombre, un ser semejante a Dios. Por eso afirma San Pablo: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Ts 3,10).

La parábola de este domingo nos recuerda que hemos de aprender a florecer y a fructificar donde hemos sido sembrados, sin entrar en comparaciones con nadie, sin mirar hacia el suelo, sino mirando al cielo. Como esos árboles que crecen en lugares inverosímiles, sin apenas tierra, pero levantándose erguidos hacia el cielo.