No soy digno

Señor, Dios mío,
yo sé que no soy digno de que entréis en la morada de mi alma,
puesto que está completamente desierta y arruinada,
y no hay en ella un lugar donde reposar la cabeza.
Pero como sé que os habéis rebajado por nosotros
desde lo alto del cielo,
os pido que os rebajéis ahora a mi desolación.

Vos habéis aceptado ser acostado en un pesebre
destinado a las bestias:
aceptad ahora penetrar en mi alma animal
y en mi cuerpo manchado.

Vos no habéis desdeñado entrar en la casa
de los pecadores y comer con ellos:
entrad también en la casa de mi alma pecadora.

Vos no habéis rechazado a la mujer pecadora,
que se os acercó y os tocó:
tened también piedad del pecador que yo soy,
que me acerco a Vos y os toco.
Vos no rechazasteis la boca impura y maldita
que besaba vuestros pies:
no rechacéis ahora mi boca más impura y maldita.

Que el carbón ardiente de vuestro Cuerpo y de vuestra Sangre
santifique, ilumine y reconforte
mi pobre alma y mi cuerpo.
Que aligere el peso de mis innumerables pecados,
me guarde de toda acción diabólica,
aleje de mí las malas costumbres del pecado,
mortifique mis pasiones
y me haga cumplir vuestros mandamientos;
que me asegure vuestra gracia divina
y me haga entrar en vuestro Reino.

Amén.


  San Juan Crisóstomo 
          (354-407)