La consonancia

 (Asistimos a la conversación entre dos adolescentes que viven en Kajdai, una aldea de Siberia, rodeados por la taiga, en un clima extremadamente frío. Han ido a una isba en la que hay una sauna y se han dado un baño, azotándose después la espalda con hojas de abedul y saliendo desnudos a la nieve a cuarenta y ocho grados bajo cero. Después, en el calor de la isba, charlan entre sí, mientras uno de ellos, al que apodan Samurai, enciende un puro. Samurai es huérfano pero vive con una mujer, Olga, que se ha hecho cargo de él y que le hace de madre. Es una mujer que ha vivido en Occidente, en París, y que intenta transmitirle una sabiduría que viene de los libros, de los años y de la experiencia)

- Olga dice que todos esos mujiks  que fuman cigarrillos apestosos no saben vivir.

-¿Cómo que no saben vivir? –pregunté alzando la cabeza desde el banco.

-Que se resignan a la mediocridad.

-¿Qué…?

-Pues eso, que quieren ser como todo el mundo. Eso es lo que dice Olga. Se copian los unos a los otros. Un trabajo mediocre, una mujer mediocre con quien harán mediocremente el amor. Unos mediocres, vamos…

-¿Y tú?

-Yo fumo puros.

-¿Es porque son más caros, entonces?

-No es sólo eso. Fumarse un puro es…Bueno…es un acto estético.

-¿Cómo?

-¿Cómo te lo explicaría? Olga lo dice tan bien…

-Estéti… ¿Qué es eso?

-De hecho, es la manera de hacer las cosas. Todo depende de la manera como hacemos las cosas, y no de lo que hacemos…

-Bueno, es normal. Si no, nos azotaríamos con ortigas…

-Claro…Pero mira, Juan, Olga dice que la belleza empieza cuando la forma de hacer las cosas cobra importancia. Precisamente cuando sólo importa la forma. No hemos estado azotándonos la espalda por lavarnos, ¿me entiendes?

-No del todo…

Samurai calló. El aroma de su cigarro onduló por encima del barreño. Comprendí que estaba buscando palabras que expresasen lo que le había explicado Olga.

-Mira –murmuró finalmente, aspirando el humo con los ojos semicerrados-. Por ejemplo, Olga dice que para estar con una mujer no hace falta tener un sexo así de grande –Samurai agarró de nuevo el hacha y enarboló el mango, largo, ligeramente curvado-. Que no es eso lo que importa.

-¿Eso te ha dicho?

Sí…Aunque no con las mismas palabras.

Me senté en el banco para observar mejor a Samurai. Pensé que estaba a punto de revelarme un gran misterio.

-Entonces, ¿qué es lo que importa cuando uno “lo hace” con una mujer? –pregunté con una entonación falsamente neutra para no ahuyentar su confesión.

Samurai continuó callado hasta que, como si le desengañara de antemano mi incapacidad para comprender, respondió con cierta sequedad:

-La consonancia…

-Pero… ¿qué consonancia?

-La consonancia entre todas las cosas: las luces, los olores, los colores…

Samurai se volvió hacia mí dentro del barreño y empezó a hablar con vehemencia:

-Olga dice que el cuerpo de una mujer es capaz de detener el tiempo gracias a su belleza. Todo el mundo corre y se afana…Pero tú, tú vives en el interior de esa belleza…

Siguió hablando, primero de forma entrecortada y luego con una entonación cada vez más segura. Probablemente no había comprendido las palabras de Olga hasta que había empezado a explicármelas. 

Yo le escuchaba distraído. Me pareció captar lo esencial. Lo que veía en ese momento era el rostro de aquella rubia desconocida, a la orilla del río. Sí, eso era una consonancia: las aguas del Olei , su frescor, la fragancia de la hoguera, el silencio expectante de la taiga. Y la presencia femenina, que se concentraba intensamente en la delicada curva del cuello de la rubia desconocida, a quien yo escudriñaba por encima de la danza de las llamas.

-¿Sabes, Juan? Si no fuera por eso, el amor se reduciría a lo que hacen los animales.



Autor: Andrei MAKINE

Título: A orillas del amor

Editorial: Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2001, (pp. 46-48)