III Domingo de Pascua


III Domingo de Pascua
(Ciclo C - Año impar)
4 de mayo de 2025

  • Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo (Hch 5, 27b-32. 40b-41)
  • Te ensalzaré, Señor, porque me has librado (Sal 29)
  • Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la riqueza (Ap 5, 11-14)
  • Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado (Jn 21, 1-19)
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Homilía en la misa por el eterno descanso del Papa Francisco



Miércoles de la II Semana de Pascua
(Ciclo C - Año impar)
30 de abril de 2025



Frases...

Ser un solitario

Amar la soledad y buscarla no significa viajar constantemente de una posibilidad geográfica a otra. Un hombre se convierte en solitario en el momento en que, sea cual sea su entorno exterior, de repente repara en su propia soledad inalienable y advierte que nunca será otra cosa salvo solitario. A partir de ese momento la soledad ya no es potencial sino real.


Thomas Merton

II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia

15 de agosto 

 



 27 de abril de 2025

 (Ciclo C - Año impar)




  • Crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor (Hch 5, 12-16)
  • Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia (Sal 117)
  • Estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos (Ap 1, 9-11a. 12-13. 17-19)
  • A los ocho días llegó Jesús (Jn 20, 19-31)
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El Señor se hace presente en medio de sus discípulos, que están “con las puertas cerradas” porque tienen miedo, y les saluda dándoles la paz; al mismo tiempo les muestra las llagas de las manos y del costado. Al mostrarles sus llagas, les está diciendo que él es el mismo de antes, el que sufrió y murió en la cruz, que no es otro. Al darles la paz, les indica que esas llagas no son incompatibles con la paz, que él tiene la paz y da la paz, porque ha aceptado el plan del Padre sobre él, el designio de amor para con los hombres que comportaba el que él fuera la víctima, el cordero “sin defecto ni mancha” preparado desde “antes de la fundación del mundo”. Al unir la donación de la paz con la mostración de las llagas el Señor nos está diciendo que la paz nace del abandono filial al Padre, de rezar de verdad el Padre Nuestro, de decir de verdad “hágase tu voluntad”, aunque esa voluntad comporte el sufrimiento.

Dice el evangelio que después el Señor “sopló sobre ellos”: Cristo resucitado repite el gesto de la creación del hombre (Gn 2,7). Con ello nos indica que está realizando la “nueva creación”, en la que los hombres nuevos van a vivir la misma vida del Resucitado, van a participar del mismo “aliento”, del mismo “soplo vital”, que anima la existencia del Resucitado. Ese aliento, ese soplo vital, es el Espíritu Santo, y la vida que él nos infunde es la vida misma de Dios, la vida que ha vencido a la muerte.

El todo y el fragmento

“Pasan cosas por razones que se nos escapan, que se nos ocultan completamente en tanto creemos que deben de seguirse de lo que ha pasado antes, de nuestras culpas o nuestros merecimientos, en lugar de venir a nosotros de un futuro que Dios en su libertad nos ofrece (…) Así que forma parte de la providencia de Dios, tal como yo la entiendo, el que la bendición o la felicidad tengan sentidos muy distintos según se den en un momento u otro. No quiero decir que la alegría sea una compensación por la pérdida, sino que cada una de ellas, alegría y pérdida, existe por sí misma y debe ser reconocida como tal, por separado. La pena es muy real, y la pérdida la sentimos como algo definitivo. La vida en la tierra es difícil, ardua y maravillosa. Nuestra experiencia es fragmentaria. Sus partes no se suman. Ni siquiera pertenecen al mismo cálculo. A veces resulta difícil creer que sean partes de un único todo” .

El racionalista que hay en cada uno de nosotros quiere ver la propia vida como una sucesión de acontecimientos entrelazados entre sí por una causalidad que los explica todos exhaustivamente. Y sin embargo no es así, porque, como afirma el Eclesiastés (3, 1-8), existen diferentes tiempos y el paso de uno a otro –del tiempo de amar al tiempo de odiar, por ejemplo- no se debe a una causalidad subterránea que los entrelaza a todos, sino a la gracia de Dios que es quien cualifica cada tiempo según su voluntad.

Nuestra experiencia es siempre nuestra, pero es siempre fragmentaria porque depende, en su calidad espiritual, no solo de nuestra libertad, sino también y sobre todo de la libertad de Otro, de la libertad de Dios. Y por eso cualquier pretensión de “captar” nuestra vida como el despliegue de una intencionalidad intrínseca a ella es siempre ilusoria y pretenciosa: “si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.

Hegel no; Cristo y su gracia, sí.




Autor: Marilynne ROBINSON
Título: Lila
Editorial: Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015, p. 254.






Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

15 de agosto 




 20 de abril de 2025

 (Ciclo C - Año impar)




  • Hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos (Hch 10, 34a. 37-43)
  • Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo ( Sal 117)
  • Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo (Col 3, 1-4)
  • Él había de resucitar de entre los muertos (Jn 20, 1-9)
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El evangelio de hoy pone de relieve el papel de las mujeres que seguían y amaban a Jesús, en la constitución de la fe pascual, es decir, de la fe en la resurrección de Jesucristo. A lo largo de la vida terrena de Jesús, los evangelios nos hablan de algunas mujeres que le seguían y le servían con sus bienes (Lc 8, 3). A diferencia de los apóstoles, estas mujeres no fueron llamadas explícitamente por Jesús a su seguimiento, sino que son mujeres que, al encontrarse con él, entendieron inmediatamente que él era Aquel que su corazón esperaba desde siempre, Aquel en quien y por quien Dios iba a realizar su obra de salvación, en primer lugar en su propia vida; de alguna de ellas -de María Magdalena- el Señor había expulsado siete demonios (Lc 8, 2). Ellas habían comprendido también, de manera intuitiva, que “el asunto de Jesús” era Jesús mismo, era su Persona. Y por eso ellas cuidaban de Él, cuidaban de su Persona. Jamás ellas habrían planteado la cuestión que un día planteó Pedro: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido: ¿qué recibiremos, pues?” (Mt 19, 27). Esa cuestión es una cuestión propia de quien entiende que Jesús lleva entre manos un “asunto” -el Reino del que tanto habla- y quiere considerar la rentabilidad de implicarse en ese negocio. Sin embargo ellas tenían clarísimo que la recompensa era “estar con Él”: antes de que Pablo lo escribiera, ellas ya sabían que “estar con Cristo es, con mucho, lo mejor” (Flp 1, 23), y su corazón ya estaba colmado por la presencia del Señor.

Frases...

“La infancia transcurre entre sonidos, olores e imágenes, antes de llegar la edad oscura de la razón”


John Betjeman

Viernes Santo

15 de agosto 




 18 de abril de 2025

 (Ciclo C - Año impar)




  • Él fue traspasado por nuestras rebeliones (Is 52, 13 - 53, 12)
  • Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu (Sal 30)
  • Aprendió a obedecer; y se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación (Heb 4, 14-16; 5, 7-9)
  • Pasión de nuestro Señor Jesucristo (Jn 18, 1 - 19, 42)
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La vida de Jesús, queridos hermanos, fue como la nuestra, como es toda vida humana. En ella el peso de las circunstancias, de las “casualidades”, fue enorme y determinó gran parte de su desarrollo. Pero lo típico de Jesús fue que él supo discernir, a través de todo ello, una llamada del Padre del cielo, una misión que el Padre le encomendaba, y que supo entregarse a ella de todo corazón. Por eso el Señor no vivió sus circunstancias como fatalidad sino como vocación, como llamada, como misión.

De ahí procede el señorío que Jesús muestra en su pasión: “Sabiendo todo lo que venía sobre él”, dice el evangelista para explicar su comportamiento. En efecto, hay multitud de detalles que indican que aquel hombre que estaba siendo víctima de un complot humano contra él, vivía toda esta situación con una serenidad, con un dominio, impensables en alguien que sólo fuera víctima. Así Jesús sale al paso de quienes van a detenerle y los impresiona con su contundente respuesta –“Yo soy”- (que evoca el nombre mismo de Dios revelado a Moisés en la zarza ardiente), defiende a los suyos (“si me buscáis a mí dejad marchar a éstos”), reprende a Pedro por usar la espada porque “el cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”-, le habla de igual a igual a Pilato instruyéndole sobre el origen divino del poder que ostenta (recordándole, por lo tanto, que tendrá que dar cuentas del uso que haga de él).

Jueves Santo

15 de agosto 



 

  17 de abril de 2025

  (Ciclo C - Año impar)




  • Prescripciones sobre la cena pascual (Ex 12, 1-8. 11-14)
  • El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo (Sal 115)
  • Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor (1 Cor 11, 23-26)
  • Los amó hasta el extremo (Jn 13, 1-15)
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La Iglesia celebra hoy los tres dones que el Señor nos entregó en la última cena: el don de la Eucaristía, el don del sacerdocio y el don del mandamiento nuevo que el Señor ejemplificó en el lavatorio de los pies y que formuló, un poco más adelante, diciendo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34).

Cada domingo venimos a la iglesia para celebrar la eucaristía, para contemplar el espectáculo más impresionante de toda la historia humana: el Inocente que se entrega por los culpables, ofreciendo su vida en expiación y rescate por los pecados de todos los hombres, Él, el único que no ha cometido pecado, entregándose por la salvación de todos. La eucaristía, queridos hermanos, es el Calvario. Y todos los domingos vamos al calvario a contemplar lo que ocurrió allí, para recordar cuál es la dignidad y el valor de cada hombre. Porque al ver el pan separado del vino, es decir, el cuerpo separado de la sangre, Cristo muerto, espontáneamente le preguntamos a Dios con el salmista: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?” (Sal 8, 5), ¿tanto valemos para que Dios entregue a la muerte a su único Hijo para que nosotros podamos llegar a ser hijos suyos? Y la sorprendente respuesta es que sí, que valemos la sangre del Hijo de Dios, su propia vida.

Castidad total y alegría

La castidad que el Señor nos pide a todos los cristianos consiste en un amor de adoración por el cual ponemos a Dios en el centro de nuestra vida y ocupa Él el primer lugar en ella. Pero a algunos, a los llamados a una entrega especial a Él, en la vida religiosa o en cualquier otra forma de consagración total a Dios, el Señor no les pide solo ser el primero en su vida sino serlo todo: se trata de un amor nupcial por el que se les pide que todas sus capacidades de adhesión y de afecto estén centradas en Dios.

Esta castidad total por Dios no debe ser entendida ante todo como una carencia, como una privación de cónyuge, de hijos, de placer, como un puro sacrificio. El aspecto de sacrificio existe, pero es secundario. Lo primario es la unión amorosa a Dios: un amor pleno que quiere abarcar todas las dimensiones del ser, con una intimidad y una fidelidad destinadas a expandirse hasta la eternidad. La persona así consagrada a Dios en la castidad, conoce la alegría de la que habla san Juan Bautista (Jn 3, 29), una alegría perfecta que se apodera de todo el ser del hombre y lo hace exultar en Dios, y cuyo origen es el Espíritu Santo.

Domingo de Ramos

15 de agosto

 


  13 de abril de 2025

  (Ciclo C - Año impar)





Procesión:


Según san Lucas, fueron los discípulos quienes aclamaron a Jesús como rey. Ellos habían recorrido con Él los caminos de Galilea y de Judea y habían visto todos los milagros que Jesús había hecho, las “obras de poder” con las que Él manifestaba que Dios estaba, en Él y por Él, bendiciendo a su pueblo, cuidando de sus hijos, estableciendo su reino en medio de ellos. Y ahora lo aclamaban como rey “en nombre del Señor”, es decir, como el Mesías, el último y definitivo rey que Dios enviaba a su pueblo antes de instaurar por completo su reino.

Nosotros somos también sus discípulos, caminamos con Él, detrás de Él, siguiéndolo. Y experimentamos que, cuanto más unidos estamos a Él, cuanto más y mejor guardamos sus palabras y las ponemos en práctica, más alegría y esperanza hay en nuestro corazón, más crece en nosotros la capacidad de perdonar y de pedir perdón; experimentamos que Él nos va haciendo más sencillos, más dulces, más comprensivos, más fraternales. Y concluimos, con toda razón, que por Él y en Él, el Reino de Dios se va abriendo camino en nuestra vida.

Y eso es lo que vamos a proclamar ahora con el gesto sencillo de la procesión: presididos por la Cruz, que le representa a Él, iremos portando ramos de olivo, acompañándole, caminando detrás de Él, presididos por Él, y diciendo de este modo que Jesucristo es nuestro líder, nuestro rey, el que va a la cabeza de todos nosotros, que somos y queremos ser, cada vez más, su cuerpo, el lugar de su presencia personal en medio de los hombres. Queremos que los hombres nos vean y digan “son los suyos”, los de Jesús el Nazareno. Porque ese es nuestro orgullo, nuestro timbre de gloria.

 Misa:
  • No escondí el rostro ante ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado (Is 50, 4-7)
  • Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Sal 21)
  • Se humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó sobre todo (Flp 2, 6-11)
  • Pasión de nuestro Señor Jesucristo (Lc 22, 14 - 23, 56)
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Cuando estamos enfermos o cuando tenemos un sufrimiento muy fuerte, los hombres solemos replegarnos sobre nosotros mismos y, como se suele decir, “no estamos para nada ni para nadie”: tenemos bastante con atender a nuestro dolor. En esos momentos los demás nos parecen unos seres más o menos lejanos a los que nos cuesta mucho escuchar y atender en su situación personal.

Lo que llama la atención en el relato de la pasión según san Lucas, que acabamos de escuchar, es que el Señor vivió el inmenso dolor -físico y espiritual- de su pasión, estando por completo pendiente de los demás, acogiendo a cada persona o grupo de personas en su situación singular y teniendo para cada uno de ellos una palabra especial que les ayudara a alcanzar la salvación. Es como si el Señor se hubiera olvidado por completo del propio dolor y estuviera tan solo pendiente de cada hombre.

Frases...

Nosotros y los santos

El sacerdote había afirmado que todo lo que hacíamos lo había hecho ya algún santo antes de nosotros.


Graham Green

V Domingo de Cuaresma

15 de agosto 

 

6 de abril de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • Mirad que realizo algo nuevo; daré de beber a mi pueblo (Is 43, 16-21)
  • El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres (Sal 125)
  • Por Cristo lo perdí todo, muriendo su misma muerte (Flp 3, 8-14)
  • El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra (Jn 8, 1-11)
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Al escuchar este santo evangelio podemos tener la impresión de que la ley de Moisés era excesivamente dura y exagerada al dictaminar que “si alguno comete adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera deben ser castigados con la muerte” (Lev 20,10). Sin embargo la ley de Moisés es la ley que Dios dio a Moisés, es decir, es la ley de Dios y lo que ella hace es expresar la verdad de las cosas. Y la verdad de las cosas es que el pecado es como un suicido del ser, porque el ser del hombre consiste en ser una mera relación a Dios y quien peca rompe esa relación que le constituye y, por lo tanto, se está suicidando, está negando el fundamento, el origen y la finalidad de su ser, y en consecuencia, se está autodestruyendo. Y esto es lo que san Pablo, con toda razón, afirma cuando dice que “el salario del pecado es la muerte” (Rm 6, 23).

Sin embargo, Dios, que es sólo amor y misericordia, no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva (Ez 18, 23) y por ello no aplica inmediatamente la justicia porque, si así lo hiciera, tendría que haber destruido a la humanidad entera desde hace mucho tiempo (como ya lo puso de relieve el relato de Noé y el diluvio universal). Por eso Dios da tiempo al pecador para que se arrepienta y pueda recibir el perdón de Dios, su gracia, y la vida que Dios otorga con ella.

El cristianismo y la historia humana

Péguy llega a ver precisamente en el espiritualismo de los clérigos y en la negación de la historicidad del cristianismo el ‘error místico’ capital que está en la raíz de la tragedia del secularismo moderno. Pocas páginas son tan virulentas como las que Péguy dedica en este Diálogo de la historia y el alma carnal al “clericalismo de los clérigos”: al rechazar la llamada a dejarse herir por el mundo y a implicarse con el drama del siglo los ‘clérigos clericales’ –como Péguy se expresa en Verónica- han renegado de la ‘operación mística’ de la Encarnación, la operación que se encuentra en el corazón mismo del cristianismo:

Jesús no había venido para dominar el mundo. Había venido para salvar el mundo. Es un objetivo completamente distinto, una operación completamente distinta. Y no había venido para separarse, para retirarse, del mundo. Había venido para salvar el mundo. Es un método completamente distinto. Comprenda usted (amigo mío), si él hubiera querido retirarse, estar retirado del mundo, hubiera bastado con no venir al mundo. Era así de simple. Nunca lo hubiera tenido tan fácil. […] Pero él, por el contrario, fue al mundo, fue al siglo para salvar al mundo.

IV Domingo de Cuaresma

15 de agosto 

 

30 de marzo de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • El pueblo de Dios, tras entrar en la tierra prometida, celebra la Pascua (Jos 5, 9a. 10-12)
  • Gustad y ved qué bueno es el Señor (Sal 33)
  • Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo (2 Cor 5, 17-21)
  • Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido (Lc 15, 1-3. 11-32)
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La liturgia de este cuarto domingo de cuaresma nos habla de la necesidad de reconciliación que todos tenemos, que el mundo y la humanidad tienen, y de las condiciones para que esa reconciliación sea posible. El evangelio de hoy nos presenta el plan del Padre, el deseo de Dios: que todos vivamos juntos, con Él, en su casa, compartiéndolo todo: “hijo mío, todo lo mío es tuyo”, le dice el padre de la parábola a su hijo mayor. Pero ese designio divino se ve contestado por los dos hijos: el pequeño quiere vivir su vida lejos del padre, mientras que el mayor quiere comerse un cabrito “con sus amigos”, es decir, sin el padre cuya presencia, al parecer, le estropearía la fiesta. A los dos les estorba la presencia del padre y quieren vivir sin él; el pequeño se marcha físicamente de la casa del padre (¡cuántos se han ido en estos años de la Iglesia en España!), y el mayor no se marcha físicamente pero su corazón está lejos del corazón del padre, está tan lejos que, cuando regresa su hermano, no lo quiere reconocer como hermano (“ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres”), ni quiere compartir la alegría del padre. Lo cual nos muestra que no basta con “estar en la Iglesia” para estar con Dios.

Nosotros que, por la gracia de Dios, no nos hemos ido de la Iglesia, podemos parecernos a este hermano mayor de la parábola: su tentación puede ser la nuestra. Por eso san Pablo nos dice: “os pedimos que os reconciliéis con Dios”. Reconciliarse con Dios es difícil, porque Dios ama a todos, y nosotros sabemos que, si nos reconciliamos con Dios, tendremos que amar a todos; y eso no nos hace gracia: preferimos un mundo de buenos y malos, para poder señalar con el dedo a los malos y condenarlos.

Santo Tomás Moro

Señor,
concédeme una buena digestión, y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo y el sentido común necesario
para conservarla lo mejor posible.
Concédeme, Señor, un alma santa,
que no pierda nunca de vista lo que es bueno y puro,
que no se asuste a la vista del pecado,
sino que encuentre el modo de volver a poner todo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,
que no sea quejica ni ande siempre entre lamentaciones y suspiros.
No permitas que me preocupe demasiado de mí mismo,
ni que me conceda demasiada importancia.
Dios mío, concédeme el sentido del humor,
la gracia de comprender las bromas,
para que saboree un poco de felicidad en la vida
y sepa transmitirla a los demás.


Santo Tomás Moro

III Domingo de Cuaresma

15 de agosto 




21 de marzo de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • “Yo soy” me envía a vosotros (Ex 3, 1-8a. 13-15)
  • El Señor es compasivo y misericordioso (Sal 102)
  • La vida del pueblo con Moisés en el desierto fue escrita para escarmiento nuestro (1 Cor 10, 1-6. 10-12)
  • Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera (Lc 13, 1-9)
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El evangelio de hoy nos habla el lenguaje de los periódicos y de los telediarios: la actualidad siempre trae noticias de accidentes y desgracias; también de crímenes. A Jesús le relatan uno de esos crímenes y él por su cuenta añade el relato de un accidente laboral en el que murieron dieciocho obreros.

Siempre que ocurren cosas de este tipo nosotros tendemos a preguntarnos el por qué y nos gustaría poder responder en términos estrictos de causa-efecto. Sin embargo Jesús no se interesa por el por qué, sino por el significado que esos acontecimientos tienen. Jesús no busca una explicación racional del tipo causa-efecto, sino que hace una lectura espiritual de esos acontecimientos convirtiéndolos en un signo de la llamada de Dios.

¿Quién soy yo?

¿Quién soy yo?
Ellos me ven salir de mi celda
con la tranquilidad serena y fuerte
de un maestro que sale de su casa.
¿Quién soy yo?
Ellos me ven hablar a mis guardianes
con la libertad cordial y clara
de un jefe que les manda.
¿Quién soy yo?
Ellos me ven incluso llevar los días de desgracia
con la impasibilidad sonriente y orgullosa
de un vencedor habituado a vencer.

¿Y yo, qué es lo que yo veo?
Tan solo debilidad miserable triste…
¿Quién soy yo, pues?
¿La imagen que ellos me ofrecen?
¿O la que me ofrece el espejo de mi único saber?
¿Impaciente, angustiado, enfermo, como un pájaro enjaulado,
intentando respirar como alguien a quien están estrangulando,
invocando colores, flores, cantos de pájaros,
sediento de una palabra o de una presencia por fin humanas,
esperando ansiosamente algún prodigio,
temblando de impotencia
por aquellos de los que una distancia infinita me separa,
cansado y vacío sin poder rezar, ni pensar, ni actuar,
y dispuesto a abandonarlo todo en un vértigo de cansancio?
¿Quién soy yo?
¿Cuál de estas dos máscaras de mí mismo?
¿Hoy una y mañana otra?
¿O las dos en el mismo instante?
¿Mentira para los demás,
y para mí este espejo de debilidad dolorosa y vil?
¿O semejante más bien al ejército que ha luchado
y retrocede en desorden cuando la victoria ya ha llegado?
¿Quién soy yo?
¡Escarnio de un monólogo amargo!
¡Qué importa, oh Dios, puesto que tú sabes que yo soy tuyo!




Dietrich Bonhoeffer
(verano 1944, en la cárcel)

San José

15 de agosto

 


19 de marzo de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • El Señor Dios le dará el trono de David, su padre (Lc 1, 32) (2 Sam 7, 4-5a. 12-14a. 16)
  • Su linaje será perpetuo (Sal 88)
  • Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza (Rom 4, 13. 16-18. 22)
  • José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor (Mt 1, 16. 18-21. 24a)
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No sería correcto interpretar que la Virgen y san José se “despistaron” en relación a su hijo Jesús a la hora de regresar desde Jerusalén a Nazaret. Y esto por dos razones. En primer lugar porque el niño Jesús acababa de cumplir 12 años, como el evangelio se preocupa de subrayar. Doce años era y es la edad en la que un niño judío empieza a ser considerado “adulto”: se le declara “hijo de la Ley”, que a partir de ahora tiene la obligación de estudiar, y adquiere también el deber de defender a su pueblo Israel. A partir de los doce años se produce una inflexión en el trato que los padres dispensan a su hijo: un control agobiante ya no sería pertinente, una cierta libertad y capacidad de iniciativa propia resultan ya necesarias. En segundo lugar, en las caravanas de la época los varones y las mujeres caminaban en grupos distintos y diferenciados, mientras que los niños podían elegir libremente entre caminar en uno u otro grupo. Con toda probabilidad María pensaría que Jesús iba con José y José que iba con María. Al reunirse al anochecer para acampar es cuando se percataron de su error.

Durante tres días estuvieron buscándolo. María y José nos dan ejemplo de lo que hay que hacer cuando se pierde a Cristo: buscarlo sin parar hasta encontrarlo. Una vez que se ha conocido a Jesús, vivir sin Él es verdaderamente miserable e insoportable: hay que ponerse a buscarlo hasta encontrarlo. Cuando perdemos a Cristo por el pecado mortal, hay que ponerse inmediatamente a buscarlo por el arrepentimiento y la confesión sacramental, en vez de quedarse chapoteando en los propios pecados.

Frases...

Jamás hay que intentar comprender por qué alguien nos desea

David Foenkinos

II Domingo de Cuaresma

15 de agosto 


16 de marzo de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • Dios inició un pacto fiel con Abrahán (Gen 15, 5-12. 17-18)
  • El Señor es mi luz y mi salvación (Sal 26)
  • Cristo nos configurará según su cuerpo glorioso (Flp 3, 17- 4, 1)
  • Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió (Lc 9, 28b-36)
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Abraham le dijo al Señor: “¿qué me vas a dar, si me voy sin hijos?” (Gn 15,2). Son las primeras palabras que Abraham dirige a Dios y en ellas le abre su corazón y le muestra su inquietud. Pues a Abraham la vida le ha ido muy bien, es un hombre rico, felizmente casado con Sara, pero no ha tenido hijos; y ésta es la herida interior que tiene, el dolor que le habita. Y Abraham abre su corazón a Dios y le muestra su dolor: “He aquí que no me has dado descendencia, y un criado de mi casa me va a heredar” (Gn 15,3). Y entonces el Señor le hace una promesa desorbitada, humanamente increíble: “Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes. Así será tu descendencia”. Es tan increíble que Abraham se atreve a pedirle a Dios un signo de que la promesa de la descendencia se cumplirá. Y Dios le da un signo.

El signo que Dios le da es un rito de alianza que el Señor altera deliberadamente mediante el sopor, el sueño profundo que invade a Abraham al ponerse el sol. En tiempos de Abraham, cuando dos hombres hacían alianza entre sí la sellaban con un sacrificio de animales, pasando ambos por entre las carnes de los animales sangrantes e invocaban sobre su cabeza la suerte sobrevenida a las víctimas, si transgredían su compromiso. Pero aquí, Abraham queda inmovilizado por el sopor y no puede moverse y es Dios mismo, bajo el símbolo del fuego (zarza ardiente en Ex 3,2; columna de fuego en Ex 13,21; “Dios es un fuego devorador” en Is 33,14; Hb 12,29), quien pasa por entre las víctimas partidas: la alianza así sellada es un pacto unilateral, un compromiso solemne que toma Dios con Abraham, para realizar lo que le ha prometido. Lo que es imposible para Abraham -tener descendencia- Dios lo realizará: “¿Hay algo imposible para Dios?”, le dirá el propio Dios a Abraham en el encinar de Mambré (Gn 18,14). Y lo mismo le dirá el ángel Gabriel a la Virgen María: “Porque para Dios nada hay imposible” (Lc 1,37).

El cura todas tus enfermedades (Sal 102, 3)



Que tenemos enfermedades espirituales es obvio, dice san Agustín, porque “todavía el alma es agitada por ciertas perturbaciones después de la remisión de los pecados, todavía se halla en medio de los peligros de las tentaciones, todavía se deleita con ciertas sugestiones, con otras no se deleita; con las que se deleita, alguna vez consiente y es atrapada por ellas. Estás enfermo, pero Él cura todas tus enfermedades. No temas, se curarán todas tus dolencias, por grandes que sean. Porque mayor es el médico. Al Médico omnipotente no le sale al paso ninguna enfermedad incurable. Tú déjate únicamente curar; no apartes su mano; Él sabe lo que hace. No sólo te deleites cuando acaricia, sino tolérale también cuando saja”. San Agustín insiste: “Tú ponte únicamente bajo las manos del médico, pues Él aborrece al que rechaza sus manos (…) Te curará. Pero es necesario que quieras. Él cura a cualquier enfermo, pero no al que se opone a ello”. La curación definitiva y total llegará cuando esto corruptible se vista de incorrupción (1Co 15, 53).

I Domingo de Cuaresma

15 de agosto 


9 de marzo de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • Profesión de fe del pueblo elegido (Dt 26, 4-10)
  • Quédate conmigo, Señor, en la tribulación (Sal 90)
  • Profesión de fe del que cree en Cristo (Rom 10, 8-13)
  • El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado (Lc 4, 1-13)
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“El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo”. Estas palabras del evangelio de hoy nos describen la situación en la que vive siempre el cristiano: impulsado por el Espíritu Santo hacia el desierto, es decir, hacia la dificultad, es, al mismo tiempo, tentado por el diablo. El Espíritu Santo nos anima a entrar en el desierto, es decir, a afrontar la dificultad de una vida centrada en Dios (el desierto es, en efecto, el lugar donde el hombre se siente perdido y abandonado y descubre que sólo tiene a Dios); y el diablo aprovecha esta dificultad para tentarnos. Nosotros fácilmente sucumbimos a la tentación; sin embargo Cristo supo mantener la justa relación con Dios en medio de la tentación. Contemplemos a Cristo siendo tentado, para aprender de él la manera de no sucumbir a la tentación.

Las dos primeras tentaciones se refieren a la jerarquía de valores que debe presidir nuestra vida, exactamente a su vértice, al valor primero, al que debe ser atendido en primer lugar. La primera tentación a la que fue sometido Jesús consiste en afirmar que “lo primero es vivir”, es decir, que la vida, la subsistencia biológica, es el valor supremo y que, en consecuencia, todo debe ser sometido a ella: con tal de obtener pan, de seguir vivos, hay que hacer lo que sea. La versión popular de esta tentación consiste en decir: “la salud por encima de todo”.

La lectura


El tiempo de la lectura es un tiempo de contemplación y es también el tiempo de la atención y del interés por todo lo que es humano, a través de los siglos y por todos los espacios, lugares, idiomas y civilizaciones del mundo en que vivimos. Es natural que este tiempo se quede cada vez más restringido, en el sentido real y en el sentido ideal, en una época como la nuestra, donde la primacía es para la acción y acaba leyéndose sólo lo que está de moda, lo que es de actualidad, lo que sería una culpa social no conocer, aunque en la mayoría de los casos eso sea tan efímero que no va más allá de una temporada.

Leer significa en primer lugar, más allá de las modas y de la actualidad, elegir entre el hacer una experiencia activa del mundo o hacer una experiencia puramente pasiva, servil. La lectura debería estar desligada lo más posible de fines demasiado prácticos e inmediatos; el conocimiento del mundo tiene que ser, precisamente, su propio fin, no la ocasión de la moda o la obligación escolar.

Además, la lectura debe ser una forma de acercamiento no sólo a lo que es diferente de nosotros (tal vez incluso opuesto), y que sin embargo pertenece a la experiencia y a la historia del hombre, sino también a lo que es grande. En estos años se ha llevado tristemente adelante una obra de menosprecio de los grandes, y así se ha perdido el sentido de grandeza de quienes supieron dar a los hombres mensajes fundamentales para su historia y su vida. A menudo la lectura aconsejada en las escuelas ha puesto su interés sobre los “pequeños” (los que tocan lo particular), entre los contemporáneos; aquellos que se pueden tranquilamente dejar de leer sin, por ello, quedar disminuidos en nuestra propia humanidad; o bien, sí, han interesado los grandes, los universales, pero en tono de burla, despreciados porque no están de moda, porque no son “modernos”, actuales y sobre todo (¡y esto es lo peor!) no eran partícipes de la ideología del profesor.

Escuela de la fe #28: Se van a reir de ti. La misericordia.

 


Se van a reir de ti. La misericordia.


D. Fernando Colomer Ferrándiz
28 de febrero de 2025


Enlace para escuchar en ivoox: https://go.ivoox.com/rf/140820585

VIII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 


2 de marzo de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • No elogies a nadie antes de oírlo hablar (Eclo 27, 4-7)
  • Es bueno darte gracias, Señor (Sal 91)
  • Nos da la victoria por medio de Jesucristo (1 Cor 15, 54-58)
  • De lo que rebosa el corazón habla la boca (Lc 6, 39-45)
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“Vosotros sois la luz del mundo”, dijo el Señor (Mt 5, 14). El cristiano tiene pues el deber ser luz que ilumina a los hombres y que les muestra el camino correcto para encontrarse con Dios y alcanzar la salvación. Por eso empieza el Señor este evangelio hablando de la imposibilidad de que un ciego, es decir, alguien que carece del beneficio de la luz, guíe a otro ciego. De ahí que lo primero deba ser alcanzar la luz para uno mismo, tal como dice el Señor: “Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo. Cuando tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado; pero cuando está malo, también tu cuerpo está a oscuras. Mira, pues, que la luz que hay en ti no sea oscuridad. Si, pues, tu cuerpo está enteramente iluminado, sin parte alguna oscura, estará tan enteramente luminoso, como cuando la lámpara te ilumina con su fulgor” (Lc 11, 34-36). Entonces, cuando estemos debidamente iluminados, podremos ser guías para los demás.

La condición para poder ser debidamente iluminados es tener una relación correcta con el Maestro, que es Jesús, el Señor, que dijo de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12). Pues nosotros somos luz sólo en cuanto que nos dejamos iluminar por Él. Por eso es tan importante tener una relación correcta con Él. Y esa relación correcta consiste en no querer saber más que Él, en no considerarse más inteligente que Él. Pues cada vez que criticamos los designios de la Providencia, o protestamos porque Dios permite determinadas cosas, nos estamos considerando más inteligentes que Dios, más inteligentes que Cristo. Por eso el Señor advierte: “Un discípulo no es más que su maestro”. Jesús es el Maestro, el único y verdadero Maestro, tal como él mismo recordó: “Vosotros no os hagáis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, mientras que todos vosotros sois hermanos (…) Ni os llaméis instructores, porque uno solo es vuestro instructor: el Cristo” (Mt 23, 8. 10).

Frases...

La tristeza de nuestras vidas procede del hecho de que confundimos lo milagroso con lo excepcional.

Martin Steffens

VII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

 

23 de febrero de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • El Señor te ha entregado hoy en mi poder, pero yo no he querido extender la mano. (1 Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23)
  • El Señor es compasivo y misericordioso (Sal 102)
  • Lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial (1 Cor 15, 45-49)
  • Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Lc 6, 27-38)
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El Señor nos propone hoy unos comportamientos que superan con mucho la lógica de lo humano. Pues ofrecer la otra mejilla para volver a ser injuriado (es decir, mantener abierta una relación que me resulta dura e injuriosa), aceptar ser desnudado por alguien que me roba la capa y a quien yo entrego también la túnica (capa y túnica eran, normalmente, todo el “vestido” de la época), no reclamar lo que es mío a quien me lo quita, son comportamientos que contradicen una tendencia básica del ser humano: la autoprotección. Y por otro lado pretender que actuemos con los demás, sin tener en cuenta el modo como los demás actúan con nosotros, también es algo que supera una ley no escrita pero profundamente humana, la reciprocidad: comportarme con el otro como el otro se comporta conmigo, amar a quien me ama, hacer le bien a quien me hace el bien, prestar a quien me prestó. El Señor, a sus discípulos, es decir, a quienes queremos vivir en comunión con él, nos pide que, frente a quienes son nuestros enemigos, nos odian, nos maldicen y nos injurian, respondamos con amor, haciendo el bien, bendiciendo y orando por ellos. San Pablo resumirá todo esto diciendo: “A nadie devolváis mal por mal, ni injuria por injuria (…) No te dejes vencer por el mal, antes bien vence el mal a fuerza de bien” (Rm 12,17-21).

Oración para cambiar



Señor, cambia la palabra de mi boca
en caricia, comprensión, buena noticia.
Cambia mis oídos llenos de ruidos y críticas,
en atención acogedora.
Cambia mis ojos curiosos,
en una mirada misericordiosa y contemplativa.
Cambia mis manos activistas
en otras que acompañen y construyan vidas.
Cambia mis pies veloces y estresados
en otros rápidos que busquen al hermano.
Cambia mi cabeza llena de agobios,
en otra sosegada y solidaria.
Cambia mi corazón distraído y frívolo,
en otro que busque, encuentre y disfrute.
Señor, envuélveme en tu amor, renuévame por dentro.

VI Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

 

16 de febrero de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor (Jer 17, 5-8)
  • Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor (Sal 1)
  • Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido (1 Cor 15, 12. 16-20)
  • Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros, los ricos. (Lc 6, 17. 20-26)
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Es imposible amar a alguien y no avisarle de los peligros que corre. En el evangelio de hoy el Señor nos ama advirtiéndonos del peligro de una vida centrada en las “riquezas”, es decir, en la obtención de todo aquello que puede saciar las necesidades más inmediatas que tenemos. Para desenvolvernos en la vida, para vivir, para crecer, ciertamente todos tenemos necesidad de bienes materiales, de alimentos, de ocio y esparcimiento y de que la gente nos reconozca como personas dignas, como gente de bien. Pero si la obtención de todo esto acapara todas las energías de nuestra vida, es decir, si nuestro corazón está puesto en todo esto “y punto” -es decir, y nada más-, entonces, dice el Señor, nosotros mismos, con esta actitud, nos cerramos la puerta del reino de Dios. Si centramos nuestra vida en todo esto, se cumplirá en nosotros la palabra de Jesús que dice: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Mc 8,36).

Pues las riquezas -es decir, los bienes económicos, psicológicos, culturales etc.- fácilmente crean en nosotros una sensación de suficiencia que resulta espiritualmente mortal. Es como aquel hombre rico de la parábola que, viendo la espléndida cosecha que había tenido, se dijo a sí mismo “descansa, come, bebe, banquetea. Pero Dios le dijo: ¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que has preparado ¿para quién serán?” (Lc 12,19-20). Y también pueden crear en nosotros un endurecimiento de nuestro corazón frente al pobre, tal como le ocurrió a aquel “hombre rico que vestía de púrpura y lino y celebraba todos los días espléndidas fiestas” y que tenía a supuesta a aquel pobre, llamado Lázaro, “que deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico pero nadie se lo daba” (Lc 16,19-31).

Amistad

Estaba en una librería, curioseando entre los libros recién publicados. Reconocí los nombres de algunos autores que, en otro tiempo, me gustaban. Ahora me parecían más lejanos que si estuvieran muertos. Salí sin comprar nada y me paré donde el empleado. Estaba solo. Me habló –en otro tiempo había vivido en el campo- de dos vacas que eran tan amigas que, cuando su dueño, aprovechando una ampliación de la granja, las había separado, asignando a cada una un establo lejos de la otra, se habían negado a comer durante una semana, hasta que las reunieron de nuevo. Salí de la tienda. Llovía. Solo busco en los libros los signos de un amor no corrompido por este mundo, una realidad de la que sea imposible dudar. Aquella mañana la había encontrado en la historia de las dos vacas inseparables y de sus corazones magníficamente testarudos, en llamas bajo el espesor de sus cuerpos.




Autor: Christian BOBIN
Título: Resucitar
Editorial: Encuentro, Madrid, 2017, (pp. 161-162)








V Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

  

9 de febrero de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • Aquí estoy, mándame (Is 6, 1-2a. 3-8)
  • Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor (Sal 137)
  • Predicamos así, y así lo creísteis vosotros (1 Cor 15, 1-11)
  • Dejándolo todo, lo siguieron (Lc 5, 1-11)
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La liturgia de la palabra de este domingo nos presenta a dos grandes creyentes, Isaías y Pedro, en el trance de descubrirse pecadores. El hombre sólo se descubre pecador cuando se encuentra con Dios, como les ocurre a Isaías y a Pedro. Quienes no se han encontrado con Dios no pueden reconocerse pecadores, sino, a lo sumo, egoístas, débiles, frágiles, inconstantes, necios, torpes, pero no pecadores. Porque el pecado es una violencia arbitraria y gratuita contra Dios, es una rebelión en toda regla contra Aquel que nos da el ser.

La conciencia de pecado sólo nace cuando el hombre descubre que existe porque Otro le abraza y le da el ser; y sin embargo inflige una bofetada a Aquel que le abraza porque quiere vivir fuera de ese abrazo. El pecado es una violencia arbitraria y gratuita contra Dios, es querer vivir lejos de Él, como el hijo pródigo, o querer comerse un cabrito con los amigos pero sin el padre, como el otro hijo de la parábola. El pecado es la peor de las injusticias porque es una injusticia cometida contra Aquel que es todo bondad, contra Aquel que es todo Amor. Es también la mayor necedad, porque es querer organizar la vida “como si Dios no existiera”, cuando en realidad “en él vivimos, nos movemos y existimos”, como dijo san Pablo en el areópago de Atenas (Hch 17, 28). Y ésa es la gran tragedia de nuestro tiempo: que el hombre, al organizar la vida al margen de Dios, se está suicidando. Y la cultura contemporánea es, en buena parte, un intento de ocultar este desastre. Porque al margen de Dios no hay nada, y, en los escasos momentos de silencio, el vacío se insinúa en el corazón.

Frases...

La esperanza

“Para esperar, hija mía, hace falta ser feliz de verdad, hace falta haber obtenido, recibido una gran gracia”


Charles Péguy

Castidad

La condición cristiana es el arte de esforzarse por responder a una vocación a la perfección mientras sondeamos la profundidad de nuestra imperfección sin desesperar y sin renunciar al ideal. Pero, ¿qué pasa si no tengo fuerzas para caminar? Pues bien, debo aprender a dejarme llevar. El éxodo de Israel, ese viaje ejemplarmente tortuoso durante el cual el pueblo cometió todas las transgresiones, desembocó en la profesión: “Debajo de ti están sus brazos eternos” (Dt 33, 27). Israel vio que la Providencia lo había guiado en las buenas y en las malas. Su comprensión correspondía al oráculo de Dios cuando estaba en el umbral de la Tierra Prometida: “El Señor tu Dios te llevaba como lleva un hombre a su hijo, a lo largo de todo el camino que han recorrido hasta llegar a este lugar” (Dt 1, 31) pasando por todos los lugares sin agua.

La ascesis primaria del cristiano es la confianza. Al confiar renunciamos a pretensiones ilusorias de omnisciencia. Nos entregamos a las manos de Dios y elegimos ser reformados según su propósito. Solo Él puede realizar su semejanza en nosotros, uniendo en un todo casto los factores dispares que configuran nuestra historia y personalidad.

Un error que los cristianos han cometido a menudo es suponer que la castidad es de algún modo normal; pero no es así, es excepcional. La virtud no nos resulta fácil: cuando intentamos practicarla, descubrimos que las heridas del pecado son profundas. Nos condicionan a fracasar en nuestro propósito. Así como nos esforzamos por aprender la caridad, la paciencia, la valentía, y las demás, también debemos esforzarnos por llegar a ser castos, dejando que la gracia haga su trabajo lento, transformador. Salvo excepciones fulgurantes, el crecimiento en la gracia, como cualquier otro crecimiento, es orgánico. Ocurre lentamente, en secreto, no sabemos cómo (cf. Mc 4, 27). Pero, con el tiempo, rinde fruto.