El todo y el fragmento

“Pasan cosas por razones que se nos escapan, que se nos ocultan completamente en tanto creemos que deben de seguirse de lo que ha pasado antes, de nuestras culpas o nuestros merecimientos, en lugar de venir a nosotros de un futuro que Dios en su libertad nos ofrece (…) Así que forma parte de la providencia de Dios, tal como yo la entiendo, el que la bendición o la felicidad tengan sentidos muy distintos según se den en un momento u otro. No quiero decir que la alegría sea una compensación por la pérdida, sino que cada una de ellas, alegría y pérdida, existe por sí misma y debe ser reconocida como tal, por separado. La pena es muy real, y la pérdida la sentimos como algo definitivo. La vida en la tierra es difícil, ardua y maravillosa. Nuestra experiencia es fragmentaria. Sus partes no se suman. Ni siquiera pertenecen al mismo cálculo. A veces resulta difícil creer que sean partes de un único todo” .

El racionalista que hay en cada uno de nosotros quiere ver la propia vida como una sucesión de acontecimientos entrelazados entre sí por una causalidad que los explica todos exhaustivamente. Y sin embargo no es así, porque, como afirma el Eclesiastés (3, 1-8), existen diferentes tiempos y el paso de uno a otro –del tiempo de amar al tiempo de odiar, por ejemplo- no se debe a una causalidad subterránea que los entrelaza a todos, sino a la gracia de Dios que es quien cualifica cada tiempo según su voluntad.

Nuestra experiencia es siempre nuestra, pero es siempre fragmentaria porque depende, en su calidad espiritual, no solo de nuestra libertad, sino también y sobre todo de la libertad de Otro, de la libertad de Dios. Y por eso cualquier pretensión de “captar” nuestra vida como el despliegue de una intencionalidad intrínseca a ella es siempre ilusoria y pretenciosa: “si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.

Hegel no; Cristo y su gracia, sí.




Autor: Marilynne ROBINSON
Título: Lila
Editorial: Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015, p. 254.