Ellos me ven salir de mi celda
con la tranquilidad serena y fuerte
de un maestro que sale de su casa.
¿Quién soy yo?
Ellos me ven hablar a mis guardianes
con la libertad cordial y clara
de un jefe que les manda.
¿Quién soy yo?
Ellos me ven incluso llevar los días de desgracia
con la impasibilidad sonriente y orgullosa
de un vencedor habituado a vencer.
¿Y yo, qué es lo que yo veo?
Tan solo debilidad miserable triste…
¿Quién soy yo, pues?
¿La imagen que ellos me ofrecen?
¿O la que me ofrece el espejo de mi único saber?
¿Impaciente, angustiado, enfermo, como un pájaro enjaulado,
intentando respirar como alguien a quien están estrangulando,
invocando colores, flores, cantos de pájaros,
sediento de una palabra o de una presencia por fin humanas,
esperando ansiosamente algún prodigio,
temblando de impotencia
por aquellos de los que una distancia infinita me separa,
cansado y vacío sin poder rezar, ni pensar, ni actuar,
y dispuesto a abandonarlo todo en un vértigo de cansancio?
¿Quién soy yo?
¿Cuál de estas dos máscaras de mí mismo?
¿Hoy una y mañana otra?
¿O las dos en el mismo instante?
¿Mentira para los demás,
y para mí este espejo de debilidad dolorosa y vil?
¿O semejante más bien al ejército que ha luchado
y retrocede en desorden cuando la victoria ya ha llegado?
¿Quién soy yo?
¡Escarnio de un monólogo amargo!
¡Qué importa, oh Dios, puesto que tú sabes que yo soy tuyo!
Dietrich Bonhoeffer
(verano 1944, en la cárcel)