La decepción

Pensemos en el término “decepción”: se vincula sobre todo con la vida sentimental. Nuestras grandes desilusiones y frustraciones son mucho más afectivas que políticas o consumistas. Depositamos en el otro esperanzas tremendas, pero el otro se nos escapa, no lo poseemos, cambia y nosotros cambiamos. Así, cada cual ve burladas sus mejores esperanzas.

Como ser que desea, cuya esencia es negar lo que es, el hombre es un ser que espera y, por lo mismo, acaba conociendo la decepción. Deseo y decepción van juntos y pocas veces se salva la distancia que hay entre la espera y lo real, entre el principio del placer y el principio de realidad. Pero aunque la decepción forma parte de la condición humana, es preciso observar que la civilización moderna, individualista y democrática, le ha dado un peso y un relieve excepcionales. La edad moderna ha contribuido a precipitar las desilusiones de las clases medias, a multiplicar el número de descontentos y amargados por una realidad que no puede coincidir con los ideales democráticos.

Mientras que las sociedades tradicionales, que enmarcaban estrictamente los deseos y las aspiraciones, consiguieron limitar el alcance de la decepción, las sociedades hipermodernas aparecen como sociedades de inflación decepcionante. Cuando se promete la felicidad a todos y se anuncian placeres en cada esquina, la vida cotidiana es una dura prueba. Cuanto más aumentan las exigencias de mayor bienestar y una vida mejor, más se ensanchan las arterias de la frustración.

La sociedad hipermoderna es la que multiplica las ocasiones de experimentar la decepción sin ofrecer ya dispositivos “institucionalizados” para remediarlo. Para combatir la decepción, las sociedades tradicionales tenían el consuelo religioso; las sociedades hipermodernas utilizan los cortafuegos de la incitación incesante a consumir, a gozar, a cambiar. En las sociedades antiguas, los individuos vivían en armonía con su condición social y no deseaban más que lo que podían esperar legítimamente: en consecuencia, las decepciones y las insatisfacciones no pasaban de cierto umbral. Muy distintas son las sociedades modernas, en las que los individuos ya no saben qué es posible y qué no, qué aspiraciones son legítimas y cuáles excesivas: “soñamos con lo imposible”. Al no estar ya sujetos por normas sociales estrictas, los apetitos se disparan, los individuos ya no están dispuestos a resignarse como antes y ya no se contentan con su suerte. Todos quieren superar la situación en que se encuentran, conocer goces y sensaciones renovadas. Al buscar la felicidad cada vez más lejos, al exigir siempre más, el individuo queda indefenso ante las amarguras del presente y ante los sueños incumplidos.

Privados de sistemas de sentido integrador, muchos individuos encuentran una tabla de salvación en la revaluación de espiritualidades antiguas o nuevas, capaces de ofrecer unidad, un sentido, puntos de referencia, una integración comunitaria: es lo que necesita el hombre para combatir la angustia del caos, la incertidumbre y el vacío. La reaparición de nuevas “religiones emocionales” es igualmente inseparable de la decepción experimentada en el seno de las Iglesias “frías”, en las tradiciones formalizadas e intelectualizadas, que no ofrecen a los individuos elementos capaces de satisfacer su búsqueda de plenitud espiritual, su necesidad de participar físicamente en la vida religiosa, su deseo de compartir sentimientos intensos.

El sistema de los derechos humanos, auténtico código genético y axiomática moral de las democracias liberales contribuye, a pesar suyo, a la decepción. Porque ¿cómo podría lo real estar a la altura de ideales tan elevados como la libertad, la igualdad y la felicidad de todos? ¿Cómo es posible imaginar realizadas en la tierra la libertad y la felicidad completas. Comparada con los derechos humanos, la acción política concreta parece siempre injusta, muy por debajo de lo que idealmente se espera.




Autor: Gilles LIPOVETSKY
Título: La sociedad de la decepción
Editorial: Anagrama, Barcelona, 2008 (pp. 20-21; 23-25; 37; 39; 54; 69)