Todos los santos

15 de agosto 

1 de noviembre de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas (Ap 7, 2-4. 9-14)
  • Esta es la generación que busca tu rostro, Señor (Sal 23)
  • Veremos a Dios tal cual es (1 Jn 3, 1-3)
  • Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo (Mt 5, 1-12a)
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Sólo Dios es santo (“porque sólo Tú eres santo”). Sin embargo, los primeros cristianos se denominaban a sí mismos “los santos", y lo hacían con toda naturalidad, hablando como de pasada, revelando así una autoconciencia, una manera de definirse, que era común a todos ellos. Así vemos, por ejemplo, que Ananías le dice al Señor: "Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén" (Hch 9,13). Pablo, cuando pide dinero para los cristianos pobres de Jerusalén, afirma estar haciendo una colecta "para los santos" (1Co 16,1-2), "en bien de los santos" (2Co 8,4). Cuando recomienda a Estéfanas lo elogia diciendo que "se ha puesto al servicio de los santos" (1Co 16,15). Pedro, después de resucitar a la joven Tabita, "llamó a los santos y a las viudas" y se la presentó viva (Hch 9,32-41).

La razón de este sorprendente hecho no radica en que ellos se consideraran unos hombres perfectos, libres de defectos y pecados, sino sencillamente en el hecho objetivo de que todos ellos participaban, gracias al bautismo, la eucaristía y los demás sacramentos, de la vida del “único Santo", que es Cristo. Llamarse "santos" no era, pues, para ellos, un modo de autoglorificarse, sino de reconocer la realidad del don recibido, de dar gloria a Dios por ello y de mostrarse agradecidos con Él. Y desde la conciencia de este hecho se iban “purificando a sí mismos” (2ª lectura) para poder formar parte, un día, de esa “muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas” que, “con voz potente”, aclaman y adoran a Dios en el cielo (1ª lectura).

La confirmación

1. Los sacramentos.

Un sacramento es un signo sensible y eficaz de la acción de Dios en nosotros. El sacramento es un signo, es decir, algo que remite a una realidad distinta de sí mismo, algo que significa una realidad invisible. Es un signo sensible, es decir, posee una “fisicidad”, una “materialidad”, en base a la cual puede ser percibido corporalmente. Es un signo eficaz porque produce aquello mismo que significa. Así por ejemplo en el bautismo el agua significa la limpieza, la muerte y la vida, es un elemento material, visible, perceptible y el bautismo produce lo que significa: lava de los pecados, hace morir al hombre viejo y hace nacer el hombre nuevo.

Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la acción de Dios en nosotros. Ningún sacramento nos da una “cosa”, sino una “acción”, es decir, un “gesto”, que tiene que ser percibido y acogido por nosotros. Ocurre que Dios es un ser personal y que nosotros también lo somos. El mundo de las personas es diferente del mundo de las cosas. El mundo de las cosas está regido por la causalidad mecánica, por las leyes naturales que rigen el devenir del universo; en él la eficacia es una cuestión de “fuerza”. El mundo de las personas, en cambio, está regido por la libertad. Los sacramentos nos entregan los diferentes gestos que la libertad de Dios lanza hacia la libertad del hombre. Esos gestos son portadores de una gran fuerza, de un poderoso dinamismo de transfiguración. Pero como estamos en el mundo de las personas y no en el de las cosas, para que ese dinamismo se despliegue en toda su eficacia, es imprescindible que el hombre sea receptivo hacia esos gestos y los acoja.

Escuela de la fe #24: Extranjeros y Peregrinos

 


Extranjeros y Peregrinos


D. Fernando Colomer Ferrándiz
25 de octubre de 2024


Enlace para escuchar en ivoox: https://go.ivoox.com/rf/135256207

XXX Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

27 de octubre de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Guiaré entre consuelos a los ciegos y los cojos (Jer 31, 7-9)
  • El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres (Sal 125)
  • Tú eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec (Heb 5, 1-6)
  • “Rabbuní”, haz que recobre la vista (Mc 10, 46-52)
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Al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente. Según nos cuenta san Marcos, Jesús está viajando desde Cesarea de Filipo (Mc 8,27-30) hacia Jerusalén. Durante el camino ha instruido a sus discípulos, en tres ocasiones, sobre su pasión y muerte; pero ellos no han entendido nada. Ahora le queda sólo una jornada de viaje, cuesta arriba, hasta llegar a Jerusalén.

Al borde del camino pidiendo limosna. Bartimeo era un hombre que dependía de los demás para poder caminar, porque era ciego, y también para poder vivir, porque era pobre y no tenía otro recurso que mendigar. El que estuviera “sentado al borde del camino” subraya su extrema marginalidad: él no puede participar de ese gran movimiento en torno a Jesús, sobre quién, sin duda alguna, ha oído hablar y ha sacado sus propias convicciones. Por eso grita: Hijo de David, ten compasión de mí. “Hijo de David” significa “tú eres el Mesías”. La paradoja es que este ciego “ve” la identidad de Jesús como Mesías, a diferencia de la mayoría de la gente. Cuando Jesús llegue a Jerusalén, muchos le aclamarán como Mesías, pero hasta este momento tan sólo Pedro y el ciego Bartimeo lo han reconocido y confesado como tal.

Oración al Padre

Oh gran Dios, Padre de todas las cosas, cuya luz infinita es para mí tinieblas, cuya inmensidad es para mí como el vacío, me has llamado desde tu mismo seno porque me amas en ti, y yo soy expresión transitoria de tu realidad inagotable y eterna. No podría conocerte, me perdería en estas tinieblas, caería lejos de ti en este vacío, si no me sostuvieras junto a ti en el corazón de tu Hijo unigénito.

Padre, te amo a ti a quien no conozco, y te abrazo a ti a quien no veo, y me abandono a ti a quien he ofendido, porque amas en mí a tu Hijo unigénito. Lo ves en mí, lo abrazas en mí, porque él ha querido identificarse completamente conmigo por medio del amor que lo llevó a la muerte, por mí, en la cruz.

Vengo a ti como Jacob con los vestidos de Esaú, es decir, con los méritos y la sangre preciosa de Jesucristo. Tú, Padre, que has querido parecer ciego en la oscuridad de este gran misterio que es la revelación de tu amor, posa tus manos sobre mi cabeza y bendíceme como a tu único Hijo. Has querido verme solamente en él, y al querer esto has querido verme tal como soy en realidad. Pues el yo pecador no es mi verdadero yo, no es el yo que has querido para mí, solo el que yo he querido para mí. Y ya no quiero este falso yo. Pero ahora, Padre, vengo a ti en el yo de tu propio Hijo, porque es su sagrado corazón el que ha tomado posesión de mí y ha destruido mis pecados y es él quien me presenta ante ti. ¿Y dónde? En el santuario de su propio corazón, que es tu palacio y el templo donde los santos te adoran en el cielo.



Autor: Thomas MERTON
Título: Pensamientos en soledad
Editorial: Sal Terrae, Bilbao, 2023, (pp. 78-79)







Próximo viernes

Estás invitado a la primera "Escuela de la fe" de este curso 2024/2025 
impartida por D. Fernando Colomer en el templo, 
tras la Eucaristía de las 20:00 h
(una charla de 30 minutos).


 

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

20 de octubre de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Al entregar su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años (Is 53, 10-11)
  • Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti (Sal 32)
  • Comparezcamos confiados ante el trono de la gracia (Heb 4, 14-16)
  • El Hijo del hombre ha venido a dar su vida en rescate por muchos (Mc 10, 35-45)
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Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda. El Señor no rechaza de entrada esta petición, pues Él ha venido precisamente para que nosotros, los hombres, podamos compartir su gloria. Lo que el Señor rechaza es la pretensión “excesiva” de ocupar los primeros puestos, pero no el deseo de “compartir su gloria”. Como buen pedagogo, Jesús aprovecha este deseo para recordarles la condición ineludible para poder compartir su gloria: compartir antes el cáliz que Él ha de beber y ser bautizado en el bautismo con el que Él se va a bautizar. “Beber el mismo cáliz” significa compartir el mismo destino, que, a menudo, es un destino difícil, de sufrimiento, como será el de Jesús que, en el huerto de los olivos, orará diciendo: “aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mc 14,36); “ser bautizado con el mismo bautismo” significa pasar por la misma experiencia de muerte por la que Él va a pasar.

También cada uno de nosotros queremos compartir la gloria de Cristo y el Señor quiere que, en efecto, así sea. Pero para ello hemos de estar dispuestos a compartir también el camino de Cristo, su destino, su bautismo, su muerte. M. Teresa de Calcuta era muy consciente de ello y por eso iniciaba todos los días su jornada, antes del alba, haciendo el vía crucis. Cuando traéis a vuestros hijos o nietos para que sean bautizados, el primer gesto que el sacerdote realiza sobre ellos es la señal de la cruz, como para garantizarles que el destino de Cristo -la Cruz- estará presente en su vida: “Si hemos muerto con él, también viviremos con él” (2Tm 2,11).

Los delirios/demonios de la ciencia (I)

(Las reflexiones que siguen están hechas a propósito de la figura del matemático húngaro Neumann János Lajos, también conocido en EE UU como Johnny von Neumann, que fue uno de los principales fautores de la bomba atómica. Sin entrar en la valoración y el juicio sobre esta persona, lo que nos interesa es analizar el ‘páthos’ de la ciencia, los delirios o demonios que acechan al conocimiento científico y, en último término, la condición humana, ya que lo que anida en el alma de los científicos, anida también en el alma de cada hombre)

(Testimonio de Richard Feynman sobre la estancia de Neumann en Los Álamos)

Durante todo este tiempo fuimos la envidia de Los Álamos, porque todos querían su opinión. Su tiempo valía oro, y casi no hubo un departamento que no se beneficiara de su intelecto. Cuando llegaba la noticia de que nos iba a visitar, todos preparaban sus pizarras con los problemas más difíciles en que estaban trabajando, y él iba de sala en sala, resolviéndolos uno a uno, casi sin esfuerzo. Me parece que esa facilidad de pensamiento también tenía su lado oscuro. Una falta de ponderación que nunca vi en otros hombres de ese calibre. Recuerdo una vez que salimos a dar un paseo juntos por el desierto y me dio un consejo que todavía me atormenta: “¿Sabes que no tienes por qué ser responsable del mundo en el que estás?”. Me lo dijo sonriendo, lleno de confianza. Y no era el único que se comportaba así. En Los Álamos reinaba un ambiente de optimismo irracional que no se correspondía con lo que estábamos haciendo. Tampoco es que yo haya sido inmune. Hasta el día de hoy, recuerdo mi trabajo allí como los años más excitantes de mi vida, incluso a pesar de la muerte de mi esposa y de todo lo que estaba pasando en Europa. Es difícil admitirlo, pero en ese momento, mientras construíamos el arma más letal de la historia de la humanidad, no podíamos dejar de hacer tonterías. No parábamos de contar chistes.

Frases...

Una inteligencia sin bondad es como un traje de seda vestido por un cadáver.



Autor: Christian BOBIN
Título: Resucitar
Editorial: Encuentro, Madrid, 2019, (P. 31)

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

13 de octubre de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Al lado de la sabiduría en nada tuve la riqueza (Sab 7, 7-11)
  • Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres (Sal 89)
  • La palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón (Heb 4, 12-13)
  • Vende lo que tienes y sígueme  (Mc 10, 17-30)
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- Una jerarquía de valores.

En la primera lectura de hoy la Palabra de Dios nos entrega una jerarquía de valores diciéndonos que la sabiduría vale más que las riquezas, la salud y la belleza. “Vale más” significa que “debe ser preferida a…”

- las riquezas que son lo que nos permite subvenir a las necesidades de la vida, lo que nos permite no ser esclavos de ellas,

- la salud que es ese estado de bienestar psicofísico que me permite en cierto modo olvidarme de que tengo y soy un cuerpo, porque mi cuerpo se comporta como un instrumento completamente dócil a mi voluntad (la enfermedad, en cambio, me recuerda que mi cuerpo “va a la suya” y que no está precisamente disponible como y cuando yo quiero),

- la belleza que es esa armonía global de todo mi ser que me da la sensación de estar “logrado”, “conseguido”, de ser un todo, un conjunto, que merece la pena.

Velar



Hablando de su segunda venida, de la Parusía, dijo el Señor: “Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuando será el momento. Al igual que un hombre que se ausenta: deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; velad, por tanto, ya que no sabéis cuando viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!” (Mc 13,33-37).

“Velar”, “vigilar”, es algo que se hace normalmente de noche, cuando ha terminado el día y sus actividades, cuando se está cansado y ya no hay nada que hacer. Quien vela no hace nada, salvo recordarse a sí mismo que, cuando todo ha terminado, en realidad aún no ha terminado todo, porque falta algo y algo ciertamente tan importante que me quita el sueño, que me impide dormir. No puedo decir “ya está” y echarme a dormir, porque en realidad “no está”, algo me falta. Así velan la madre que tiene un hijo en la guerra, los amantes que están forzosamente separados, el prisionero alejado de su familia etc. Para velar hay que estar existencialmente insatisfecho, porque en mí hay un deseo que es esencial para mí y que todavía no se ha realizado. Por eso para velar hay que tener un Deseo distinto de todos los deseos que puedo saciar y que de hecho sacio en la cotidianidad de mi vida. Hay que tener el Deseo de Dios. Si en mí está vivo el Deseo de Dios, entonces velaré, entonces no me conformaré con la satisfacción de los demás deseos (materiales, psicológicos, culturales).

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

6 de octubre de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Y serán los dos una sola carne (Gen 2, 18-24)
  • Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida (Sal 127)
  • El santificador y los santificados proceden todos del mismo (Heb 2, 9-11)
  • Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre  (Mc 10, 2-16)
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¿Cuándo un hombre y una mujer hacen alianza de amor en el matrimonio, esta alianza, es para siempre o es sólo para un tiempo? La cuestión se la plantean a Jesús “para ponerlo a prueba”. Es una cuestión comprometida porque la praxis común entre los judíos, en tiempos de Jesús, otorgaba de facto al varón -y sólo al varón- el derecho de repudiar a su mujer. Si Jesús criticaba esta praxis perdería simpatizantes. El Señor Jesús, que no está pendiente de su imagen sino de la verdad (Jn 18,37), declara contundentemente que el divorcio es contrario a la voluntad de Dios, que es fruto de la “dureza de corazón”.

“Dureza de corazón” según la Biblia (Dt 10,12-22; Jer 4,4) es lo que surge cuando el hombre se cierra ante la grandeza y la bondad de Dios. El Señor sugiere, por lo tanto, que tenemos que aprender a ver en el marido o en la mujer, ante todo, un don de Dios, un regalo suyo, y no una posesión personal de la que me puedo desprender cuando a mí me apetezca.

Al principio no fue así, dice el Señor. “Al principio”, es decir, cuando el hombre estaba recién salido de las manos del Creador y todavía no había estropeado su ser por el pecado. Entonces el hombre y la mujer se recibían el uno al otro como un don de Dios, como un signo del amor fiel y permanente, eterno, de Dios. Y se amaban el uno al otro gratuitamente, es decir, como ama Dios. Y en su mutuo amor se decían el uno al otro: caminaré contigo y cuidaré de ti; me encontrarás siempre a tu lado dispuesto a ayudarte a ser, porque te amo.

El estudio



1. Estudio y oración: el papel de la atención.

“Lo primero que ocurre cuando uno empieza a alejarse de Dios, es el fastidio por el estudio” (Abelardo). La clave de una concepción cristiana del estudio es que la oración exige atención, exige que toda la atención de la que el alma sea capaz, esté orientada hacia Dios. La calidad de la atención está estrechamente ligada a la calidad de la oración, pues orar es atender a Dios que ora en nosotros. El calor del sentimiento no la puede suplir. Sólo la parte más elevada de la atención entra en contacto con Dios en la oración, pero toda la atención está dirigida a Él. Los ejercicios escolares desarrollan, ciertamente, una parte menos elevada de la atención, pero tienen una eficiencia para acrecentar aquel poder de la atención que será disponible en el momento de la oración.

La atención consiste en dejar nuestro pensamiento disponible, vacío y permeable al objeto, para que éste pueda manifestarse tal como es. La atención nos sitúa en una actitud de receptividad y acogida que es tan importante para el conocimiento como para la oración y la vida de la fe. Pues los bienes más preciosos no pueden buscarse sino esperarse: si el hombre se empeña en buscarlos con su esfuerzo, lo único que encontrará serán falsos bienes, de los que no sabrá, ni siquiera, reconocer su falsedad.