Bautismo del Señor

15 de agosto 

9 de enero de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • Mirad a mi siervo, en quien me complazco (Is 42, 1-4. 6-7)
  • El Señor bendice a su pueblo con la paz (Sal 28)
  • Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo (Hch 10, 34-38)
  • Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos (Lc 3, 15-16. 21-22)
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Celebramos hoy el bautismo del Señor que constituyó una manifestación pública del ser de Cristo, de su identidad, ante el pueblo de Israel. Fue como una especie de respuesta pública a la pregunta “¿quién es este hombre, llamado Jesús de Nazaret?”, una especie de “segundo nacimiento” (S. Máximo de Turín) realizado no ya en el silencio de la noche sino a la luz pública del día, en medio del pueblo de Israel, reunido en torno a Juan.

La apertura del cielo mientras Jesús está en oración, hace patente que con Jesús, con su oración, el cielo se abre, la comunicación con Dios, obstaculizada por el pecado de Adán, se reanuda en la oración de Cristo: “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también” (1Tm 2,5). Por eso el Espíritu Santo, que es la vida misma de Dios, desciende sobre él, que es quien va a bautizar “con Espíritu Santo y fuego”, tal como había anunciado Juan. De hecho todo el ministerio de Jesús se hará con la fuerza y el poder del Espíritu Santo: Jesús expulsará los demonios con “el dedo de Dios” (Lc 11,20), es decir, con el Espíritu Santo digitus paternae dexterae como lo llama la liturgia. La relación entre el Espíritu Santo y Cristo es una relación “connatural”, que se remonta a la Trinidad bienaventurada. Por eso donde está Cristo está el Espíritu Santo, como afirma San Gregorio Nacianceno: “Cristo es engendrado, el Espíritu lo precede. Cristo es bautizado, el Espíritu da testimonio (…) Cristo realiza prodigios, el Espíritu lo acompaña. Cristo sube al cielo, el Espíritu ocupa su lugar”.

También el Padre manifiesta que Jesús es su Hijo: “Nadie sabe quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se los quiera revelar” (Lc 10,22). La misión principal de Jesús va a consistir precisamente en comunicar a los hombres el secreto de Dios, a saber, que Dios es Padre porque lleva en su seno, desde toda la eternidad, un Hijo suyo muy amado, en la unidad del Espíritu Santo: “Yo les he dado a conocer tu Nombre” (Jn 17,6), dirá Jesús en su oración sacerdotal, la noche del jueves santo, afirmando que ya ha cumplido su misión. La Trinidad es indivisible y el bautismo del Señor es la ocasión para que se manifieste en su unidad.

Los Padres de la Iglesia se detienen a explicarnos el simbolismo de la paloma “que es el ave de la dulzura, símbolo de la inocencia y de la sencillez” (Orígenes). También a nosotros se nos ha mandado ser “sencillos como las palomas” (Mt 10,16). Pero la paloma fue el ave que se posó sobre el arca de Noé, después del diluvio, trayendo un ramito de olivo, símbolo de la paz: al bajar el Espíritu Santo sobre Cristo en forma de paloma, se nos está indicando que en Cristo podemos encontrar la paz. Como dice San Ambrosio, “en medio de los cataclismos del mundo, el Espíritu Santo lleva la paz fructuosa a su Iglesia” (que es el cuerpo de Cristo).

Pero todo esto ocurrió en medio de una gran paradoja: que el bautismo de Juan era un gesto por el que uno se reconocía pecador, necesitado de perdón y de conversión. Y Jesús es, en cambio, el único inocente, el “Santo de Dios” (Lc 4,34). “Quien se sumerge es más puro que la fuente misma (…) no lavó el agua a Cristo, sino que fue ella la purificada (…) a favor nuestro (…) para que cada uno que quiera ser bautizado en el nombre del Señor no sea lavado por el agua del mundo, sino que sea purificado por la ola de Cristo” (S. Máximo de Turín).

¿Qué significa esto? Significa, hermanos, que quien podría haberse  distanciado de todos los hombres, señalándolos con el dedo como pecadores y culpables y proclamándose él inocente, no sólo no lo hace, sino que se mezcla con ellos y pasa “por uno de tantos” (Flp 2,7). Con este gesto Cristo nos da a entender cuál va a ser su estilo, su manera de actuar, que es la manera de actuar propia de Dios: no se distanciará de los pecadores sino que irá a buscarlos allí donde se encuentran, pues “no es la oveja perdida la que ha buscado al pastor, sino el Buen Pastor quien ha buscado a las ovejas perdidas” (Nicolás Cabasilas).

El bautismo de Cristo fundamenta nuestro propio bautismo. El día de nuestro bautismo el Padre del cielo nos miró y también sobre cada uno de nosotros, convertidos en miembros del  Cuerpo de su único Hijo, pronunció esas mismas palabras: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. También el Espíritu Santo bajó sobre cada uno de nosotros y nos convirtió en templos Suyos. “Reconoce, oh cristiano, tu dignidad y, ya que ahora participas de la misma naturaleza divina, no vuelvas a tu antigua vileza con una vida depravada. Recuerda de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro (…) Por el sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no ahuyentes, pues, con acciones pecaminosas un huésped tan excelso” (San León Magno). Que el Señor nos conceda la gracia de esta fidelidad.