9 de enero de 2022
(Ciclo C - Año par)
- Mirad a mi siervo, en quien me complazco (Is 42, 1-4. 6-7)
- El Señor bendice a su pueblo con la paz (Sal 28)
- Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo (Hch 10, 34-38)
- Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos (Lc 3, 15-16. 21-22)
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Celebramos hoy el bautismo del Señor
que constituyó una manifestación pública del ser de Cristo, de su identidad,
ante el pueblo de Israel. Fue como una especie de respuesta pública a la
pregunta “¿quién es este hombre, llamado Jesús de Nazaret?”, una especie de
“segundo nacimiento” (S. Máximo de Turín) realizado no ya en el silencio de la
noche sino a la luz pública del día, en medio del pueblo de Israel, reunido en
torno a Juan.
La apertura del cielo mientras Jesús está en oración, hace patente que con Jesús, con su oración, el cielo se abre, la comunicación con Dios, obstaculizada por el pecado de Adán, se reanuda en la oración de Cristo: “Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también” (1Tm 2,5). Por eso el Espíritu Santo, que es la vida misma de Dios, desciende sobre él, que es quien va a bautizar “con Espíritu Santo y fuego”, tal como había anunciado Juan. De hecho todo el ministerio de Jesús se hará con la fuerza y el poder del Espíritu Santo: Jesús expulsará los demonios con “el dedo de Dios” (Lc 11,20), es decir, con el Espíritu Santo digitus paternae dexterae como lo llama la liturgia. La relación entre el Espíritu Santo y Cristo es una relación “connatural”, que se remonta a la Trinidad bienaventurada. Por eso donde está Cristo está el Espíritu Santo, como afirma San Gregorio Nacianceno: “Cristo es engendrado, el Espíritu lo precede. Cristo es bautizado, el Espíritu da testimonio (…) Cristo realiza prodigios, el Espíritu lo acompaña. Cristo sube al cielo, el Espíritu ocupa su lugar”.
También el Padre manifiesta que Jesús
es su Hijo: “Nadie sabe quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre
sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se los quiera revelar” (Lc 10,22). La
misión principal de Jesús va a consistir precisamente en comunicar a los
hombres el secreto de Dios, a saber, que Dios es Padre porque lleva en su seno,
desde toda la eternidad, un Hijo suyo muy amado, en la unidad del Espíritu
Santo: “Yo les he dado a conocer tu Nombre” (Jn 17,6), dirá Jesús en su oración
sacerdotal, la noche del jueves santo, afirmando que ya ha cumplido su misión.
La Trinidad es indivisible y el bautismo del Señor es la ocasión para que se
manifieste en su unidad.
Los Padres de la Iglesia se detienen a
explicarnos el simbolismo de la paloma “que es el ave de la dulzura, símbolo de
la inocencia y de la sencillez” (Orígenes). También a nosotros se nos ha
mandado ser “sencillos como las palomas” (Mt 10,16). Pero la paloma fue el ave
que se posó sobre el arca de Noé, después del diluvio, trayendo un ramito de
olivo, símbolo de la paz: al bajar el Espíritu Santo sobre Cristo en forma de
paloma, se nos está indicando que en Cristo podemos encontrar la paz. Como dice
San Ambrosio, “en medio de los cataclismos del mundo, el Espíritu Santo lleva
la paz fructuosa a su Iglesia” (que es el cuerpo de Cristo).
Pero todo esto ocurrió en medio de una
gran paradoja: que el bautismo de Juan era un gesto por el que uno se reconocía
pecador, necesitado de perdón y de conversión. Y Jesús es, en cambio, el único
inocente, el “Santo de Dios” (Lc 4,34). “Quien se sumerge es más puro que la
fuente misma (…) no lavó el agua a Cristo, sino que fue ella la purificada (…)
a favor nuestro (…) para que cada uno que quiera ser bautizado en el nombre del
Señor no sea lavado por el agua del mundo, sino que sea purificado por la ola
de Cristo” (S. Máximo de Turín).
¿Qué significa esto? Significa,
hermanos, que quien podría haberse
distanciado de todos los hombres, señalándolos con el dedo como
pecadores y culpables y proclamándose él inocente, no sólo no lo hace, sino que
se mezcla con ellos y pasa “por uno de tantos” (Flp 2,7). Con este gesto Cristo
nos da a entender cuál va a ser su estilo, su manera de actuar, que es la
manera de actuar propia de Dios: no se distanciará de los pecadores sino que
irá a buscarlos allí donde se encuentran, pues “no es la oveja perdida la que
ha buscado al pastor, sino el Buen Pastor quien ha buscado a las ovejas
perdidas” (Nicolás Cabasilas).
El bautismo de Cristo fundamenta nuestro propio bautismo. El día de nuestro bautismo el Padre del cielo nos miró y también sobre cada uno de nosotros, convertidos en miembros del Cuerpo de su único Hijo, pronunció esas mismas palabras: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. También el Espíritu Santo bajó sobre cada uno de nosotros y nos convirtió en templos Suyos. “Reconoce, oh cristiano, tu dignidad y, ya que ahora participas de la misma naturaleza divina, no vuelvas a tu antigua vileza con una vida depravada. Recuerda de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro (…) Por el sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no ahuyentes, pues, con acciones pecaminosas un huésped tan excelso” (San León Magno). Que el Señor nos conceda la gracia de esta fidelidad.