La enfermedad

Descubrir que tienes una enfermedad te catapulta hacia una dimensión de libertad. No puedes programar nada, excepto el tratamiento. De repente, dispones de más espacio en el disco duro de tu cerebro. No digo que enfermar sea una suerte (…) Pero lo bueno de una enfermedad es que entiendes las prioridades. Las percibes sin dudar y sales de la rueda del hámster. Por plena que sea una vida, tarde o temprano se convierte en una especie de burbuja en la que siempre hacemos las mismas cosas. Cuando nos ponemos enfermos, la burbuja estalla. Descubres experiencias nuevas, conoces a otras personas: médicos, enfermeras, otros enfermos. Otros mundos.

(…)

¿Qué he hecho mal? ¿Dónde me he equivocado?

Todo el que enferme de gravedad se formula esa pregunta, de forma más o menos consciente, con mayor o menor urgencia.

Según lo racional que sea, pensará que su enfermedad es una consecuencia de las ondas electromagnéticas, de la contaminación, del estrés, del trabajo, de las personas a las que ha amado, de las decisiones que ha tomado, de lo que ha comido… Experimentará una mezcla de sentimiento de culpa, por el error que ha introducido en su cuerpo la discordancia y la enfermedad, y de esperanza: identificando ese error, conseguirá taponar la grieta, recuperar la integridad, encontrar de nuevo el rumbo correcto.

“No comeré más alimentos que me envenenan, no dormiré con el móvil en la mesita de noche, eliminaré los metales, las relaciones nocivas, los malos hábitos, saldré en busca de todos los errores de mi vida y de todos los problemas no resueltos y lo arreglaré todo”. El enfermo se ilusiona creyendo que puede depurar su enfermedad y recuperar la salud. Es una ilusión comprensible. Pero ya no hay remedio para la enfermedad. Los milagros son cosas del destino y la única posibilidad es confiar en la ciencia. La quimioterapia da asco, pero es lo único que tal vez pueda ayudar.

Pese a todas las evidencias –niños que mueren, accidentes absurdos, hambre, guerras, epidemias-, no conseguimos aceptar la insensatez de la enfermedad. Tal vez no podamos porque si siempre fuéramos conscientes de todas las cosas terribles e injustas que ocurren en el mundo a cada instante, nos volveríamos locos. Y tal vez no debamos, porque la voluntad de curarse es, desde luego, más útil que el deseo de abandonar. Cuando sigo la dieta que me ha prescrito la oncológa antroposófica, que consiste en eliminar grasas animales, levaduras, alcohol y azúcares, enseguida me siento mejor, más fuerte y lúcida. Tal vez me encontraría aún mejor si fuera capaz de comer poco, pero de todo. Lo que ayuda es limitar los azúcares, las grasas y la comida en general, no eliminar ciertos alimentos. Aun así, siempre vamos en busca de una solución radical. Esto sí y lo otro no, blanco o negro, correcto o incorrecto: si tenemos unas reglas que seguir todo parece más fácil.

Necesitamos encontrar causas, significados, soluciones.

Si no me hubiera matado a trabajar, si me hubiera protegido más, si hubiera comido un poco de todo, si hubiera actuado con moderación, de forma racional, si no hubiera planteado preguntas difíciles, si no me hubiera metido en todas las batallas y no hubiera aceptado todos los desafíos, si no me hubiera casado con un hombre que me hace sufrir, si me hubiera conformado con disfrutar del viento entre las ramas y no me hubiera obligado a superar mis límites, tal vez mi cuerpo hubiera sido capaz de mantener a raya la enfermedad. Pero no lo hice. Mis errores son lo que queda. Las alegrías, los impulsos, las emociones y las pasiones, los riesgos que he asumido…, todo eso es mi vida. Los errores han hecho de mí lo que soy.

¿Nos hemos equivocado? Puede ser, pero si pensamos que no existe más verdad que la nuestra, y que está indisolublemente ligada a quienes somos en ese momento, entonces el concepto de error también deja de tener sentido. Me he equivocado, pero soy. Y amo y vivo, de momento.

(…)

Encuentro una frase de Dostoievski entre mis notas: “Pese a todas las pérdidas y privaciones que he sufrido, amo ardientemente la vida, amo la vida en sí misma y, de verdad, es como si aún me estuviera preparando a cada momento para dar comienzo a mi vida. Y aún soy completamente incapaz de distinguir si ya me estoy acercando al fin de mi vida o si apenas estoy en el momento de iniciarla. Y ese es el rasgo fundamental de mi carácter y, tal vez, también de la realidad”.



Autor: Daria BIGNARDI
Título: Historia de mi ansia
Editorial: Duomo ediciones, Barcelona, 2019, (pp. 21, 40, 147-149)