El Pentateuco de Isaac

 (La novela narra la historia de un judío, Isaac Jacóbovich Blumenfeld, nacido el 13 de enero de 1900, en una pequeña aldea de la parte oriental del Imperio Austrohúngaro, a lo largo de la primera mitad del siglo XX. El sucederse de las dos Grandes Guerras Mundiales hace que la vida de Isaac transcurra como la de (1º) un ciudadano austrohúngaro que, sin comerlo ni beberlo, a causa de la derrota del Imperio Austrohúngaro en la primera Guerra Mundial, se convierte en (2º) ciudadano polaco, hasta que el 17 de septiembre de 1939, sin abandonar su pueblo natal, descubrió con sorpresa que (3º) había pasado a ser ciudadano de la Unión Soviética, para poco después (4º) convertirse en ciudadano del Tercer Reich, lo que le valió una estancia como prisionero en la Base Especial A-17 y más adelante una condena de diez años en el Gulag soviético, para posteriormente (5º) ser ciudadano de la República de Austria. Con lo cual, en una cincuentena de años, Isaac Blumenfeld tuvo, sin decisión alguna de su libertad, cinco patrias distintas –el “Pentateuco” de Isaac-. Recogemos algunas reflexiones que el protagonista hace sobre su peripecia vital)


Metido una vez más en un vagón de carga me enteré de que nos conducían al campo de concentración de Flossenbürg, en el Alto Palatinado, donde había una epidemia de tifus. Nosotros teníamos que atender a nuestros hermanos enfermos, ¡qué gran honor! Por lo menos fue lo que nos aclaró el jefe de transporte, un gruppensturmführer, para prevenir el pánico y los intentos de fuga. En otras palabras, no cabía duda de que nos mandaban a una muerte segura en el Apocalipsis tifoideo de Flossenbürg.

Te quiero recordar una vez más, querido hermano, que el ser humano no es más que una hormiga insignificante en los juegos omnipotentes e irreversibles del destino. Ella, la hormiga, nunca puede saber si la desgracia que le ha acaecido es un castigo divino o es una caricia secreta por parte de Él. Después de la guerra supe que aquella misma noche fueron fusilados los noventa y nueve polacos de la Base Especial A-17. No consiguieron encontrar al que hacía el número cien de la lista meticulosamente elaborada por más que lo buscaron. Ése era yo, Isaac Jacob Blumenfeld, que en aquel mismo momento viajaba hacia el lejano Alto Palatinado.

(…)

Si perteneces a la generación que vivió aquellos tiempos, en la matriz de tu memoria debe de haberse grabado el hecho de que no fueron sólo días de sufrimiento, de tristeza por los seres queridos que se habían perdido y por los pueblos y ciudades hechos cenizas, sino también de esperanza de que el Mal se hubiera extinguido de una vez por todas y que no se repitiera nunca jamás. “Nunca jamás” eran palabras que pronunciábamos como conjuro, sin poder dejar de repetirlas a cada rato. Así es: la ingenuidad, lo mismo que los piojos, suelen ser cosa de los humanos. También eran días –hablemos sin tapujos- de mucho odio y de ganas de venganza. Son pasiones que ciegan el alma y nos vuelven a veces injustos, aunque no debes juzgar aquellos brotes lejanos de furia desatada sentado cómodamente en el café Sacher, donde acaban de servirte un nuevo Martini con mucho hielo y una aceituna.

- ¿De qué va a servir este monumento? –pregunté.

- Hará recordar lo que ha pasado en este siglo, para que nunca se olvide. Es lo que dijo él.

La miré y moví la cabeza:

- Todo se va a olvidar, enfermera, se va a olvidar. El rabino es un romántico. Los monumentos se convierten de manera sorprendentemente rápida en adornos, en algo así como broches en el pecho de la ciudad en los que la gente local deja de reparar porque está acostumbrada a su presencia, mientras que los turistas se sacan fotos con el monumento de fondo sin que les interese a quién o qué representa. En cierta ocasión mi tío Jaimle y yo nos hicimos una foto delante de Schwarzenberg, en Viena, sin saber quién estaba montado en el caballo y cuáles eran sus méritos.

(…)

Ya ves lo intrincados e imprevisibles que son los caminos de Dios, por los que una elección llega a la mente y al corazón. Para algunos el camino es corto mientras para otros, y que me perdonen, es mucho más largo. Algunos cerraron el paso de sus almas al fascismo, otros se apartaron de él –sea en los primeros días de la guerra, o en los últimos- y hubo también quienes le fueron fieles hasta el final. Para los que se deshicieron a conciencia de la camisa marrón de aquel engaño funesto –indistintamente de cuándo fuera, si más tarde o más temprano- repetiré las palabras que mi rabino dijo alguna vez con otro motivo: “Entendámoslos sin maldecirlos y sin ridiculizarlos. Dejemos en nuestras mesas pan, vino y un lugar para ellos”. Eso dijo el rabí Bendavid, ¡a ver si lo entiendes!

(…)

En nuestro Kolódets contaban la historia de tres judíos de distintas regiones de Galitzia que por circunstancias del destino –que en un determinado periodo histórico llegó a llamarse “poder soviético”- se encontraron juntos en el mismo calabozo antes de que los destinaran, según los méritos de cada cual, a los lejanos campos de concentración de Siberia.

- Me han condenado a quince años –dijo el primero- porque soy partidario de Moisés Liberman.

- A mí me han caído quince –explicó el segundo- porque soy contrario a Moisés Liberman.

- Y a mí me han caído quince años porque soy Moisés Liberman.

(…)

No existe ningún esquema, aunque a lo mejor el lío mismo representa un esquema congénito al régimen. No hablo sólo del gulag, sino en general. A diferencia de los campos de concentración alemanes, en los nuestros no existen reglas de juego, tampoco existen fuera de aquí, en la sociedad. Los nazis hicieron público con antelación su programa ideológico y lo fueron cumpliendo estrictamente hasta el último segundo: qué pueblos estarían sujetos a una solución final, convirtiéndose en estiércol para la raza aria, o cuáles iban a ser sus socios más adecuados. Criterios exactos y transparentes, fijados de antemano. Es cierto que éstos fueron bárbaros, inhumanos e idiotas, pero eran criterios a fin de cuentas. Mientras que nosotros anunciamos que crearíamos una sociedad de la justicia, el humanismo y la fraternidad y cantábamos en nuestro himno que no hay otro país donde el hombre pudiera respirar tan libremente. Luego, siguiendo el postulado de Karl Marx sobre la libertad como una necesidad conscientemente asumida, admitimos la necesidad de crear campos de concentración, de alentar las delaciones y alimentar el miedo universal. Ya te he dicho que no hay reglas en este juego. A lo mejor esto mismo es una de las reglas, incluso me parece que puede ser la regla que llegue a salvar a nuestro pueblo. ¿Lo captas?

(…)

Que me perdone la enfermera Ángela de los campos de algodón de Misisipi, pero vale la pena que uno piense en la Huida de la esclavitud de Egipto que escogió Stefan Zweig. Yo también tengo esta Huida en el cajón de la mesilla de noche: tres frasquitos de Dormidon de veinte pastillas cada uno. “Dormirá usted como un bebé recién bañado”, dijo el doctor. Tres veces veinte son sesenta. Sesenta bebés recién bañados.

Me acuesto en la cama. No será nada del otro mundo: un vaso de agua, treinta pastillas. Otro vaso, otras treinta. Suman toda una casa-cuna de bebés recién bañados.

Cierro los ojos y vuelvo a ser joven, vuelvo a mi Kolódets natal, cerca de Drohobych. Estoy tocando el violín y revive mi mundo que gira como en una ronda jasídica alegre. Ahí están mi madre Rebeca y mi padre Jacob que viste el uniforme rojo de un dragón de la Guardia de Su Majestad. He ahí a mi tío Jaimle y a Awramczyk, el viejo cartero. También están los entrañables parroquianos del café de David Leibowitz, que tejen y destejen la historia familiar del banquero Rothschild. Ahí está pan Wotjek, el alcalde, entregando un ramo de flores amarillas al Nabillo. ¿La ves allí? Es Ester Katz, que baila con Liova Weissman. Nuestro cura católico bate feliz las palmas al ritmo de canciones judías y también está mi Zuckerl, quien zapatea con sus botas pesadas frente a la sonriente enfermera Ángela, mi ángel negro. Doc Joe fuma escondido el cigarrillo en la palma de la mano porque está prohibido, mientras el pequeño italiano de gafas de alambre le señala y dice: “¡Es él!”. El pan oftalmólogo polaco ha tomado en sus brazos a Frau Sigrid Kubicek y ambos dan vueltas como locos. Mis tres hijos –Yasha, Shura y Suzana- con los kaláshnikov en los hombros bailan kozachok. Semiónich, mi querido grillo cineasta, está filmándolo todo, probablemente para la televisión, mientras el doctor Robert Boyazdhian pinta hoces y martillos rojos en las paredes revocadas. El soldadito le mira con tristeza, se quita el gorro militar y se santigua, algo por lo que te echan del Komsomol y te castigan en el Ejército. Arriba, en el escenario con los ornamentos desconchados, donde alguna vez tocó mi colega Mozart, erguido con orgullo y con una batuta de director de orquesta está el mismísimo presidente del Club de Ateos, ¡el rabino Bendavid!

¿Dónde está Sara?, preguntarás. Aquí está también mi Sara de los ojos verdes-grisáceos que parecen las aguas del lago de Genesaret. ¡Es ella, créeme, aunque sea tan joven! Dejo con cuidado el violín en el suelo de madera y abrazo a la chica de los ojazos verde-grisáceos, nos volvemos etéreos elevándonos en el aire. Míranos, sobrevolamos nuestra tierra que tiene el colorido de aquel otro chico nuestro Markusle Segal o Chagall, si así lo prefieres. Nos ha pintado a Sara y a mí volando enamorados sobre nuestro miasteczko: ahí se ven la iglesia ortodoxa, las ucranianas de los pies blancos, la yegua preñada con el potrillo en su vientre. Volamos hacia el futuro y ojalá éste sea mejor para todos, amén.

Abro los ojos, en la mesilla de noche están intactos los tres frascos de Dormidon. Perdóname, Stefan Zweig, viejo astuto, que les enseñabas a los demás cómo vivir, ¡mientras tú mismo te escapaste! Si la vida nos ha sido dada, la hemos de vivir, no faltaría más.

Laila tov o, como decís vosotros, ¡buenas noches!



Autor: Angel WAGENSTEIN
Título: El Pentateuco de Isaac. Sobre la vida de Isaac Jacob Blumenfeld durante dos guerras, en tres campos de concentración y en cinco patrias.
Editorial: Libros del Asteroide, Barcelona, 2008, (pp. 187, 218-219, 244, 248, 258-259, 289-290, 314-316)