24 de octubre de 2021
(Ciclo B - Año impar)
- Guiaré entre consuelos a los ciegos y los cojos (Jer 31, 7-9)
- El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres (Sal 125)
- Tú eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec (Heb 5, 1-6)
- “Rabbuní”, haz que recobre la vista (Mc 10, 46-52)
- Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf
Al salir
Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente. Según nos cuenta
san Marcos, Jesús está viajando desde Cesarea de Filipo (Mc 8,27-30) hacia
Jerusalén. Durante el camino ha instruido a sus discípulos, en tres ocasiones,
sobre su pasión y muerte; pero ellos no han entendido nada. Ahora le queda sólo
una jornada de viaje, cuesta arriba, hasta llegar a Jerusalén.
Al borde
del camino pidiendo limosna. Bartimeo era un hombre que dependía de los demás para
poder caminar, porque era ciego, y también para poder vivir, porque era pobre y
no tenía otro recurso que mendigar. El que estuviera “sentado al borde del
camino” subraya su extrema marginalidad: él no puede participar de ese gran
movimiento en torno a Jesús, sobre quién, sin duda alguna, ha oído hablar y ha
sacado sus propias convicciones. Por eso grita: Hijo de David, ten
compasión de mí. “Hijo de David” significa “tú eres el Mesías”. La paradoja
es que este ciego “ve” la identidad de Jesús como Mesías, a diferencia de la
mayoría de la gente. Cuando Jesús llegue a Jerusalén, muchos le aclamarán como
Mesías, pero hasta este momento tan sólo Pedro y el ciego Bartimeo lo han
reconocido y confesado como tal.
Muchos le
regañaban. La gente que rodea a Jesús son una auténtica pesadilla: hace tres domingos
no querían dejar que los niños se acercaran a Él; ahora no quieren que Bartimeo
lo invoque y le suplique. Esto debe hacernos pensar, porque nosotros somos la gente que rodea a Jesús,
su cuerpo, su Iglesia. Que no seamos nunca una barrera entre Cristo y los
hombres, sino que seamos verdaderamente el
cuerpo de Cristo, es decir, el órgano humano a través del cual Él encuentra
a los hombres: no un obstáculo, sino un puente.
Pero él
gritaba más. “Yo te invoco porque tú me respondes”, dice el salmo 16 (v. 6). Nosotros
también gritamos a Jesús, gritamos a Dios, porque, al igual que el ciego
Bartimeo, tenemos puesta toda nuestra
esperanza en Él. Nosotros no somos “optimistas”, sino hombres de esperanza.
Y nuestra esperanza no nace de ningún “análisis de la realidad”, sino de la
certeza de Su presencia en medio de nosotros. Cristo está aquí y nosotros
clamamos hacia Él, como Bartimeo, porque tenemos fe en su poder y en su bondad.
Jesús se
detuvo y mandó llamarlo. El Mesías atiende a aquellos a quienes sus “amigos”
quieren hacer callar… “Dios es más grande que nuestro corazón” (1Jn 3,20). Dios
no excluye a nadie, porque ama a todos los hombres.
Soltó el
manto. El manto en la Biblia simboliza
la personalidad, el status social de
quien lo lleva, su condición. El manto además es todo lo que un mendigo tiene.
Al soltar el manto, Bartimeo hace lo que el joven rico no fue capaz de hacer:
dejarlo todo por Cristo. De este modo muestra que está dispuesto a cambiar de status, a cambiar de vida, que no se
aferra afanosamente a su condición. Porque a menudo nosotros queremos que el
Señor nos cambie pero no estamos dispuestos a cambiar nuestro status, es decir, nuestra manera de ser,
nuestro modo de vivir: nos aferramos nerviosamente a “nuestro manto”.
Dio un
salto y se acercó a Jesús. Este salto “a ciegas” es un símbolo de la fe. No porque
la fe sea algo irracional, carente de fundamentos racionales; al contrario, no
hay nada más razonable que creer, que “dar fe” a Dios. Sino porque la fe
comporta siempre una opción, un compromiso de mi libertad; y eso nunca
es la conclusión de un silogismo, sino algo que pone en juego a toda la
persona, y no sólo al entendimiento. Por eso el órgano de la fe es el corazón y no la inteligencia: “Si tus
labios confiesan que Jesús es el Señor y tu
corazón cree que Dios lo resucitó, serás salvo. Pues con el corazón se cree
para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la
salvación” (Rm).
¿Qué
quieres que haga por ti? Puede parecer una cuestión superflua tratándose de un
ciego…pero Dios respeta siempre nuestra libertad. Nos ha creado a imagen del
que es “la Palabra” y espera siempre nuestras palabras, quiere que le hablemos.
No nos trata como a objetos sino como a sujetos.
Por eso comenta San Juan Crisóstomo (+407) que Jesús le dice esto a Bartimeo
porque Bartimeo ha hecho lo que ha hecho (orar, creer, gritar y saltar a ciegas
hacia Jesús), ya que “Dios no salvará en absoluto a los que no trabajan, como
si fueran maderos o piedras”.
Anda, tu
fe te ha curado. “Anda”: estabas paralizado, inmovilizado por tu
ceguera. Ahora camina, ya que has recibido la luz, que es Cristo, que ha
iluminado tu corazón antes que tus ojos.
Y lo seguía por el camino. Bartimeo ha cambiado de vida: ya no es un marginado al borde del camino sino que se ha integrado en el grupo de los que siguen a Jesús, de los discípulos. Ha entrado en la Iglesia.