31 de octubre de 2021
(Ciclo B - Año impar)
- Escucha Israel: Amarás al Señor con todo tu corazón (Dt 6, 2-6)
- Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza (Sal 17)
- Como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa (Heb 7, 23-28)
- Amarás al Señor, tu Dios. Amarás a tu prójimo (Mc 12, 28b-34)
- Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf
¿Qué
mandamiento es el primero de todos? Esta pregunta era habitual hacerla a los notables
maestros judíos para que se pronunciaran sobre el sentido de los 613 preceptos
de La Ley. Al responderla, cada maestro expresaba lo que él creía que era el
principio interno de coherencia de toda la Ley, el espíritu con el que había que observar todos los preceptos.
La respuesta de Jesús indica que este espíritu es el amor. “Amor”, en los labios de Jesús, significa el Amor que Dios
es: puesto que “Dios es Amor” (1Jn 4,8), la Ley que de Él dimana y que
constituye para el hombre el camino
(Torah) de su crecimiento personal, no puede ser otra más que el Amor. “Si
el hombre creyese haber hecho algo bueno pero sin caridad, se equivoca por
completo”, afirma San Agustín (+ 430). Lo que da valor a todos nuestros actos
es únicamente la caridad, el Amor que es Dios, que viene de Dios, que Dios pone
en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Rm 5,5). Sin caridad, fuera de la caridad, al margen de la caridad, no hay nada,
absolutamente nada (ni “entregar el propio cuerpo a las llamas”, (cf. 1Co 13)
que pueda tener valor ante Dios.
Jesús formula el primer mandamiento
con las palabras del Dt 6,4-5 y el segundo con las del Lv 19,18. Lo justo, lo
correcto, lo que corresponde a la verdad de Dios es que le amemos “con todo el
corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todo el ser”. Porque Dios es Amor (no “tiene” amor, como nos
ocurre a nosotros); Dios es la Bondad Personal Subsistente, y lo correcto ante
ella es amarla así, con un amor total y absoluto.
Sólo
Dios merece un amor así: ni tu marido, ni tu mujer, ni tus hijos, ni tu
profesión, ni tú mismo. Y si amas alguna otra realidad diferente de Dios con un
amor total y absoluto estás cayendo en la idolatría. El primer mandamiento
exige “repudiar a todos los otros dioses y señores, excepto al único Dios y
Señor, y no tener a ninguna persona por dios y señor, y declarar una guerra sin
tregua a todos los otros (…) Pues cuando nosotros accedemos a la gracia del
bautismo renunciamos a todos los otros dioses y señores y confesamos al único
Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo”, afirma Orígenes (+ 253). Ninguna idea, ningún partido político,
ninguna imagen de sí mismo, ningún periódico o medio de comunicación deben
recibir del cristiano un amor incondicional. Pues será la caridad la que lo
juzgará todo: “Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego” (1Co
3,13). El cristiano debe valorarlo todo desde
la caridad: la caridad tiene que ser el criterio que configura el juicio del
cristiano sobre todas las cosas.
El segundo mandamiento nos indica amar
al prójimo y amarnos a nosotros mismos, puesto que el Señor dice amarás a tu prójimo como a ti mismo,
lo cual supone, como enseña Santo Tomás de Aquino, que el amor a sí mismo es el
modelo en base al cual hay que amar al prójimo.
¿Cuál es la razón por la que el hombre
-tanto yo como el prójimo- debe ser amado siempre? Que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, que ha sido
creado para entrar en comunión con Dios, para participar de su gracia y de su
gloria. Y por lo tanto, escribe, San Francisco de Sales (+1622), al
contemplar al hombre “deberíamos arrojarnos sobre su rostro y acariciarlo y
llorar de amor sobre él y darle mil y mil bendiciones”. Pero no porque él sea digno
de amor por sí mismo (algunas veces lo es, y otras no lo es), sino porque es
imagen y semejanza de la Bondad infinita que es Dios y está llamado a parecerse
a Él y a vivir en Él y con Él por toda la eternidad.
Lo cual significa que amamos de verdad
al prójimo -y a nosotros mismos- cuando
ayudamos al prójimo, que es imagen de Dios, a desarrollar la semejanza con Él,
cuando le ayudamos a que vaya realizando en sí mismo la semejanza con Cristo y
de ese modo se vaya convirtiendo en el ser de luz, de amor, de paz, de
reconciliación, que Dios ha querido que él llegue a ser. Amar es ayudar a los
hombres a dejarse transformar por el Espíritu Santo en iconos vivientes de
Cristo. Amar es ayudar a los hombres a caminar hacia Cristo, a encontrarse con
Él y a dejarse transformar por Él.
Amar NO ES favorecer el narcisismo del prójimo diciéndole que nos encanta como es y que hasta sus defectos nos parecen maravillosos y tonterías de ese estilo. Amar no es decirle al prójimo “por favor no cambies”, sino más bien ayudarle a que cambie, a que se una cada vez más a Cristo y se deje transformar por Él. Pues no se debe separar el Amor de la Verdad. Cuando esta separación se realiza, entonces ya no se ama de verdad, ya no hay caridad, sino complacencia interesada hacia el otro. Que el Señor nos conceda amar con Su Amor; para que amemos de verdad.