XXXI Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

 

 31 de octubre de 2021

(Ciclo B - Año impar)




  • Escucha Israel: Amarás al Señor con todo tu corazón (Dt 6, 2-6)
  • Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza (Sal 17)
  • Como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa (Heb 7, 23-28)
  • Amarás al Señor, tu Dios. Amarás a tu prójimo (Mc 12, 28b-34)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

¿Qué mandamiento es el primero de todos? Esta pregunta era habitual hacerla a los notables maestros judíos para que se pronunciaran sobre el sentido de los 613 preceptos de La Ley. Al responderla, cada maestro expresaba lo que él creía que era el principio interno de coherencia de toda la Ley, el espíritu con el que había que observar todos los preceptos.

La respuesta de Jesús indica que este espíritu es el amor. “Amor”, en los labios de Jesús, significa el Amor que Dios es: puesto que “Dios es Amor” (1Jn 4,8), la Ley que de Él dimana y que constituye para el hombre el camino (Torah) de su crecimiento personal, no puede ser otra más que el Amor. “Si el hombre creyese haber hecho algo bueno pero sin caridad, se equivoca por completo”, afirma San Agustín (+ 430). Lo que da valor a todos nuestros actos es únicamente la caridad, el Amor que es Dios, que viene de Dios, que Dios pone en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Rm 5,5). Sin caridad, fuera de la caridad, al margen de la caridad, no hay nada, absolutamente nada (ni “entregar el propio cuerpo a las llamas”, (cf. 1Co 13) que pueda tener valor ante Dios.

Jesús formula el primer mandamiento con las palabras del Dt 6,4-5 y el segundo con las del Lv 19,18. Lo justo, lo correcto, lo que corresponde a la verdad de Dios es que le amemos “con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todo el ser”. Porque Dios es Amor (no “tiene” amor, como nos ocurre a nosotros); Dios es la Bondad Personal Subsistente, y lo correcto ante ella es amarla así, con un amor total y absoluto.

Sólo Dios merece un amor así: ni tu marido, ni tu mujer, ni tus hijos, ni tu profesión, ni tú mismo. Y si amas alguna otra realidad diferente de Dios con un amor total y absoluto estás cayendo en la idolatría. El primer mandamiento exige “repudiar a todos los otros dioses y señores, excepto al único Dios y Señor, y no tener a ninguna persona por dios y señor, y declarar una guerra sin tregua a todos los otros (…) Pues cuando nosotros accedemos a la gracia del bautismo renunciamos a todos los otros dioses y señores y confesamos al único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo”, afirma Orígenes (+ 253). Ninguna idea, ningún partido político, ninguna imagen de sí mismo, ningún periódico o medio de comunicación deben recibir del cristiano un amor incondicional. Pues será la caridad la que lo juzgará todo: “Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego” (1Co 3,13). El cristiano debe valorarlo todo desde la caridad: la caridad tiene que ser el criterio que configura el juicio del cristiano sobre todas las cosas.

El segundo mandamiento nos indica amar al prójimo y amarnos a nosotros mismos, puesto que el Señor dice amarás a tu prójimo como a ti mismo, lo cual supone, como enseña Santo Tomás de Aquino, que el amor a sí mismo es el modelo en base al cual hay que amar al prójimo.

¿Cuál es la razón por la que el hombre -tanto yo como el prójimo- debe ser amado siempre? Que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, que ha sido creado para entrar en comunión con Dios, para participar de su gracia y de su gloria. Y por lo tanto, escribe, San Francisco de Sales (+1622), al contemplar al hombre “deberíamos arrojarnos sobre su rostro y acariciarlo y llorar de amor sobre él y darle mil y mil bendiciones”. Pero no porque él sea digno de amor por sí mismo (algunas veces lo es, y otras no lo es), sino porque es imagen y semejanza de la Bondad infinita que es Dios y está llamado a parecerse a Él y a vivir en Él y con Él por toda la eternidad.

Lo cual significa que amamos de verdad al prójimo -y a nosotros mismos- cuando ayudamos al prójimo, que es imagen de Dios, a desarrollar la semejanza con Él, cuando le ayudamos a que vaya realizando en sí mismo la semejanza con Cristo y de ese modo se vaya convirtiendo en el ser de luz, de amor, de paz, de reconciliación, que Dios ha querido que él llegue a ser. Amar es ayudar a los hombres a dejarse transformar por el Espíritu Santo en iconos vivientes de Cristo. Amar es ayudar a los hombres a caminar hacia Cristo, a encontrarse con Él y a dejarse transformar por Él.

Amar NO ES favorecer el narcisismo del prójimo diciéndole que nos encanta como es y que hasta sus defectos nos parecen maravillosos y tonterías de ese estilo. Amar no es decirle al prójimo “por favor no cambies”, sino más bien ayudarle a que cambie, a que se una cada vez más a Cristo y se deje transformar por Él. Pues no se debe separar el Amor de la Verdad. Cuando esta separación se realiza, entonces ya no se ama de verdad, ya no hay caridad, sino complacencia interesada hacia el otro. Que el Señor nos conceda amar con Su Amor; para que amemos de verdad.