21 de febrero de 2021
(Ciclo B - Año impar)
- Pacto de Dios con Noé liberado del diluvio de las aguas (Gén 9, 8-15)
- Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza (Sal 24)
- El bautismo que actualmente os está salvando (1 Pe 3, 18-22)
- Era tentado por Satanás, y los ángeles lo servían (Mc 1, 12-15)
- Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf
En el evangelio de hoy contemplamos a
Jesús que, inmediatamente después de su bautismo, se va, movido por el Espíritu
Santo, al desierto, donde permanece durante cuarenta días. El bautismo de Jesús
evoca el paso del Mar Rojo y su estancia de cuarenta días en el desierto, evoca
igualmente los cuarenta años que Israel permaneció en el desierto antes de
entrar en la tierra prometida. En el desierto Israel fue tentado y cayó; aquí
Jesús va a ser tentado también por Satanás, pero no va a caer. Con ello se nos
está diciendo que en Jesús, en Cristo, se retoma la historia del
pueblo de Israel, pero ahora bajo el signo de la fidelidad a Dios y a su Reino. Jesucristo significa, por lo tanto, un nuevo comienzo para la historia de
Israel, como historia de fidelidad y de amor (y no, como había sido hasta
entonces, una historia de traición e infidelidad).
En el desierto Jesús se encuentra con
Satanás, con las fieras y con los ángeles. Satanás es el que pretende separar y
enfrentar a Dios y a los hombres. Lo consiguió con nuestros primeros padres,
Adán y Eva; pero no lo consigue con Jesús. Lo que sí consiguió es que Jesús
sintiera el vértigo de la tentación,
aunque sin conocer la amargura de la caída. Pues la tentación, queridos
hermanos, es una especie de vértigo que se apodera de nosotros y que nos hace
ver como bueno y bello aquello que, en realidad, es para nosotros destructor.
Dios ha querido conocer, en su Hijo Jesucristo, ese vértigo que nos aflige y
por eso nos comprende perfectamente. “Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no
pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que
nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono
de la gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda
oportuna” (Hb 4,15-16). Cuando nos sorprenda la tentación, acudamos a Cristo,
porque Él conoce, por experiencia propia, lo que es ser tentado, y puede
socorrernos.
Las fieras, las alimañas, constituyen
en la Biblia uno de los cuatro peligros que amenazan la vida del hombre, junto
con la espada (la guerra), el hambre (las carestías) y la peste. Que Jesús
conviva pacíficamente con las fieras significa que con Él volvemos al paraíso,
donde Adán y Eva también convivían pacíficamente con los animales, y que con Él
llegan los tiempos mesiánicos en los que “serán vecinos el lobo y el cordero
(…) y un niño pequeño los conducirá (…) y nadie hará daño, nadie hará mal” (Is
11,6-9). Con este hombre, Jesús de Nazaret, que convive pacíficamente con las
fieras en el desierto, la creación vuelve a ser como fue antes de que el hombre
pecara y la obra de salvación se hace realidad.
Los ángeles pertenecen a la esfera
divina de manera exclusiva: están al servicio de Dios y sólo hacen lo que Él
les ordena (Hb 1,14). Si sirven a Jesús en el desierto es porque han sido
enviados por Dios para ello. El evangelio no especifica cual es el contenido de
este servicio. No obstante, el hecho de que los ángeles sirvan a Jesús muestra
la estrecha vinculación entre Él y Dios, muestra que Dios está con Jesús, que
con Él Dios se hace cercano al hombre.
Todos estos elementos van en la misma
dirección: que con este hombre, Jesús de Nazaret, Dios se acerca a los hombres
y les ofrece la posibilidad de empezar de
nuevo, de retomar su historia personal y la historia de toda la humanidad desde un nuevo comienzo, para cambiar el
signo de esa historia, para que ya no sea una historia de desobediencia sino de
fidelidad, una historia de desencuentros entre Dios y los hombres sino de
amistad y comunión profunda entre ambos.
Y esto es lo que Jesús empieza a
anunciar. “Se ha cumplido el plazo y está cerca el Reino de Dios”, significa
que lo que durante tanto tiempo ha sido objeto de esperanza, llega ahora a ser
realidad: Dios va a hacer cercano su dominio real sobre la Creación y sobre la
historia humana. ¿Por qué dice Jesús esto, si siguen habiendo guerras, hambres,
epidemias, terremotos y toda clase de catástrofes naturales? ¿Qué hay de nuevo
en el panorama de dolor y sufrimiento que es la historia humana?
Sólo hay una respuesta: Jesús. Lo nuevo es Él y que con Él y en Él Dios se acerca al hombre y lo introduce en el misterio de su propia vida divina. Y ese misterio es más fuerte que todo el misterio del mal. Todavía no ha desparecido el mal de la vida de los hombres, pero ya les ha sido dada a los hombres la posibilidad de vencerlo, si acogen a la persona de Cristo y se unen para siempre a Él. “Convertíos y creed la Buena Noticia” significa ante todo esto que estamos diciendo: creed que en Cristo está la fuerza de Dios venciendo el mal. Mirad hacia Él más que hacia el mal; adherid a Él, porque en Él y por Él, Dios va a instaurar su Reino. La fe es esta adhesión completa a Cristo, y el bautismo es el sacramento que la realiza hasta el punto de unirnos a Él de un modo orgánico, como el sarmiento está unido a la vid (Jn 15,5). Que el Señor nos conceda vivirlo con total intensidad.