Lo indecible y lo esencial

(El narrador evoca las conversaciones con su abuela, que vive en la estepa rusa, en los tiempos del comunismo de Stalin, durante un verano de su adolescencia. Retrospectivamente se da cuenta de que aquel verano marcó el final de su infancia, porque sus conversaciones con su abuela perdieron el sentido poético y evocador que habían tenido los veranos anteriores y se hicieron banales e intranscendentes, incapaces de evocar lo esencial) 

          Entretanto, continuábamos colmando el silencio, cual tonel de las Danaides, con palabras inútiles y réplicas vacías: “¡Hace más calor que ayer! Gavrilych está otra vez borracho…La Kukuchka[1] no ha pasado esta noche… ¿Fíjate, está ardiendo la estepa! No, es una nube… Haré más té… Hoy, en el mercado, vendían sandías de Uzbekistán…”.

          ¡Lo indecible! Estaba misteriosamente ligado –ahora lo entendía- a lo esencial. Lo esencial era indecible. Incomunicable. Y todo lo que, en este mundo, me torturaba por su muda belleza, todo lo que prescindía de la palabra, me parecía esencial. Lo indecible era esencial.

          Esta ecuación creó en mi cabeza una especie de cortocircuito intelectual. Y gracias a su concisión, aquel verano me topé con esta terrible verdad: “La gente habla porque teme el silencio. Hablan maquinalmente, en voz alta o para sus adentros, se embriagan con esa papilla vocal que envisca a seres y objetos. Hablan de cosas sin importancia, de dinero, de amor, de nada. Y utilizan, incluso cuando hablan de sus amores sublimes, palabras dichas cien veces, frases totalmente desgastadas. Hablan por hablar. Quieren conjurar el silencio…”.

          El matraz del alquimista se había roto. Conscientes de la absurdidad de nuestras palabras, proseguíamos nuestro diálogo diario: “Parece que va a llover. Mira ese nubarrón. No, es que está ardiendo la estepa… Anda, la Kukuchka ha pasado más pronto de lo habitual… Gavrilych… El té… En el mercado…”.

          Sí, una parte de mi vida había quedado atrás. La infancia (…) El final también de un periodo de mi vida, un final marcado por este extraordinario descubrimiento: mis conocimientos no me procuraban ni la felicidad ni el contacto privilegiado con lo esencial.

 


 Autor: Andrei MAKINE

Título: El testamento francés

Editorial: Tusquets Editores, Barcelona, 1997, (pp. 149 y 153)

 



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