Evitando hablar demasiado

Evitando hablar demasiado, evitarás la superficialidad, la maledicencia, la ligereza y, en consecuencia, el pecado.

Quien vigila su lengua guarda su vida, mientras que quien habla demasiado se pierde. Pues la abundancia de palabras siempre comporta alguna falta. Pide a Dios que ponga una guardia a tu boca y que vigile la puerta de tus labios. Frente a la malicia de los murmullos, los chismes y las burlas, opón sin cesar tu oración. 

Sigue tu camino sin dejar que tu lengua se pierda y coloca una mordaza a tu boca cuando el impío hable ante ti. 

Frente a los juicios y las envidias, los afectos desordenados, las nostalgias o los recuerdos que estorban o invaden tu alma, humilla tu corazón delante del Señor mediante el silencio, y Él te levantará.

Del Libro de Vida, de las Fraternidades monásticas de Jerusalén