El tema de la mística rebasa con mucho el universo de la religión, por lo menos de las religiones históricamente establecidas, y nos remite a una experiencia buscada y realizada no sólo en su seno, sino también en campos que le son extraños, cuando no, incluso, hostiles. Baste recordar al respecto las experiencias místicas obtenidas con la ingestión de drogas por personalidades tan relevantes como R. Daumal y A. Huxley, así como el experimento del Viernes Santo realizado por T. Leary y R. Alpert en la universidad de Harvard en 1963, por no citar el uso ritual de la mescalina y de la psilocibina por los indios del suroeste americano y de México, investigado por antropólogos como G. Wasson, J. S. Slotkin y C. Castaneda, o la innegable aspiración mística que guió al movimiento hippie (“Paradise now”). El universo de la filosofía no es tampoco ajeno a la experiencia mística que podemos encontrar en pensadores como Plotino, de quien sabemos que no practicaba ninguna religión concreta, o incluso en un pensador tan declaradamente ateo como Nietzsche. También el mundo del arte suele ser bastante propicio a experiencias que no pueden dejar de calificarse como “místicas” aunque se produzcan en el vacío de una referencia a Dios. Incluso algunos desarrollos del pensamiento ecológico conducen a una postura mística en la que el hombre se funde con el universo en una transparencia casi total con él.
Es tarea de la filosofía de la religión y de la antropología el intentar una comprensión unitaria y diferenciada a la vez de este conjunto de fenómenos todos ellos referidos a la común categoría de “mística”. El presente trabajo se sitúa en esta perspectiva e intenta establecer una comprensión y una comparación entre experiencias místicas tipológicamente diferenciadas. (continúa)