El pudor

“El pudor es el sentimiento que tiene la persona de no agotarse en sus expresiones y de estar amenazada en su ser por quien tome su existencia manifiesta por su existencia total. El pudor físico no significa que el cuerpo es impuro, sino que yo soy infinitamente más que este cuerpo mirado o tomado. El pudor de los sentimientos significa que cada uno de ellos me limita y me traiciona. Uno y otro expresan que no soy juguete de la naturaleza, ni del otro. No estoy avergonzado de ser esta desnudez o este personaje, sino de que parezca que no soy más que esto”, escribe Emmanuel Mounier.

Hay un pudor del cuerpo y un pudor del alma, del espíritu, de los sentimientos, de la propia interioridad. Pero tanto en uno como en otro se expresa la misma realidad: que el hombre es un misterio que no se agota en ninguna de sus manifestaciones, ni en su manifestación física -la desnudez del cuerpo-, ni en sus manifestaciones espirituales -las que se ofrecen en el diálogo íntimo y confiado.

El pudor es, pues, una manifestación eminentemente personal, humana, porque nace de la toma de conciencia de mi ser personal, del misterio que me constituye y que puede ser vulnerado en cualquier momento por quien identifique mi ser total con el conjunto de sus manifestaciones.

El pudor no es sólo una actitud que debe regular mi manera de presentarme ante los demás, sino también mi manera de abordar al prójimo. Pretender una transparencia inmediata y total por parte del otro es ignorar el hecho de que la vida humana está ligada, por su propia naturaleza, a un cierto secreto. “Las gentes totalmente volcadas al exterior, totalmente expuestas, no tienen secreto, ni densidad, ni fondo. Se leen como un libro abierto y se agotan pronto. La reserva en la expresión, la discreción, es el homenaje que la persona rinde a su infinitud interior. Jamás puede comunicar íntegramente por la comunicación directa, y prefiere a veces medios indirectos: ironía, humor, paradoja, mito, símbolo, ficción, etc.”, sigue diciendo Mounier.