Para una reflexión cristiana sobre la cultura

Durante mucho tiempo el término “cultura” se ha empleado para designar el patrimonio de conocimientos adquiridos por el individuo humano sobre todo a través de la enseñanza. Éste era el sentido usual de la palabra “cultura” todavía al inicio del siglo XX. La cultura tenía un significado eminentemente intelectual y estético, por el que se designaba la erudición, el progreso artístico y literario. En este sentido era obligado hablar de una élite de “especialistas” de la cultura cuyas obras cabía admirar en los museos o en las bibliotecas, frente a la gran mayoría de los hombres que no eran “cultos” o lo eran en un grado muy inferior. Éste es el concepto tradicional de “cultura”. 

El desarrollo de la antropología cultural puso de relieve y popularizó otro concepto de cultura, según el cual ésta no se refiere primariamente a los conocimientos intelectuales y a las realizaciones artísticas, sino a la conciencia de la realidad que cada grupo humano elabora y suministra a sus miembros para expresar y justificar su posición y su función en el mundo. Así entendida “cultura” es sinónimo de “mentalidad”, de “sensibilidad”, de “visión de la realidad”. La cultura es el conjunto de formas de actuar, de ver y de prever las cosas, de pensarlas y evaluarlas, de tomar decisiones, así como de entender las grandes cuestiones de la vida humana: origen, destino, muerte, etc. “Cultura” equivale, pues, a costumbres, tradiciones, usos, sentimientos populares, valores, ideas, carácter nacional o popular etc. etc. En esta acepción del término, “cultura” no comporta una referencia inmediata a los “intelectuales”. Estos últimos pueden ser la expresión sistemática y consciente de la cultura de su pueblo, pero pueden también no serlo. Pueden afianzar la cultura del grupo o tratar de cambiarla parcial o totalmente.

La cultura así entendida es propia de un grupo humano, de una sociedad, aunque no todos sus miembros la compartan por igual, ya que cada individuo puede introyectarla y asimilarla en distintos grados. Pero ciertamente cada sociedad ofrece a sus miembros una determinada cultura y tiene interés en que éstos la asimilen, puesto que ella es la garantía de su cohesión interna. Notemos, además, que la cultura, siendo un fenómeno de psicología colectiva, implica una enorme parte de inconsciencia y de non dit, aspectos que observadores ajenos pueden con frecuencia percibir con mucha más agudeza que los miembros del grupo observado. (continúa)