Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

15 de agosto 

6 de junio de 2021

(Ciclo B - Año impar)






  • Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con vosotros (Éx 24, 3-8)
  • Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor (Sal 115)
  • La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia (Heb 9, 11-157)
  • Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre (Mc 14, 12-16. 22-26)
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- La Eucaristía es una realidad de amor, es el ofrecimiento de la PRESENCIA de Cristo en nuestra vida, de una manera tangible, palpable, adecuada a nuestro corazón, que es un corazón de hombre, de un ser que es un espíritu pero encarnado, sustancialmente unido a un cuerpo.

            Cuando el marido o el hijo parten hacia la guerra, la esposa o la madre desearían poder acompañarle, para estar con él, para protegerle, para ayudarle. Movida por ese deseo la esposa o la madre le entrega a su esposo o a su hijo algún pequeño objeto -un pañuelo, una fotografía, una medalla, un colgante- pidiéndole que no se separe de él, que lo lleve siempre consigo. Si pudiera, la esposa o la madre se haría ese objeto para poder acompañar al ser amado, porque querer estar presente allí donde está aquel que amo es lo propio del amor, que desea siempre existir junto a aquel a quien se ama.

            Si los hombres pudiéramos, ese pañuelo, ese colgante etc., sería yo mismo en persona, y así estaría siempre contigo y el anhelo de mi corazón amante se cumpliría. Pero los hombres no podemos; Dios, en cambio, sí que puede. Y eso es lo que hizo Jesús aquella tarde-noche del jueves santo cuando instituyó la Eucaristía: “Toda y comed, esto es mi cuerpo”; “tomad y bebed, ésta es mi sangre”. “Mi cuerpo”, “mi sangre”, es decir, “yo”. Yo me hago pan y me hago vino para que me podáis comer y beber y de ese modo entre vosotros y yo exista una unión tan íntima como la que se realiza entre el alimento y quien lo toma.

 - La Eucaristía es la presencia CORPORAL de Cristo.

            Cuando una madre tiene a su hijo ausente durante mucho tiempo, la madre lo tiene siempre presente en su corazón; pero se trata de una presencia espiritual, de una presencia intencional, de pensamiento, de afecto, de corazón. Pero no puede ver, tocar, abrazar a su hijo.

            Jesús dijo en una ocasión: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”  (Mt 18,20). Se trata de la presencia espiritual que Él nos ha prometido y que Él cumple y realiza siempre que nos reunimos en su nombre. Por eso es tan bello reunirse para la oración, para la celebración de la divina liturgia; o sencillamente es tan bello encontrarse como cristianos, pasear, charlar, divertirse, comer juntos como cristianos: porque en todo eso Él está presente en medio de nosotros. Pero lo está de un modo espiritual.

            En la Eucaristía, en cambio, Él está presente de un modo corporal, lo que supone, para nosotros, una relación a un espacio-tiempo, a un lugar, a una materialidad, a algo físico. Esa materialidad, ese lugar, es el TEMPLO y, dentro del templo, el SAGRARIO.

            El templo católico no es como el templo protestante. El templo protestante es un lugar de silencio, ofrecido a la plegaria y a la congregación de la asamblea de los creyentes para escuchar la Palabra de Dios. Pero no está habitado por la presencia corporal de Cristo, no se puede decir de él, como hay que decir del templo católico: “el Maestro está ahí y te llama” (Jn 11,28).

            La presencia corporal de Cristo es una realidad de gracia, distinta de la simple presencia de Dios en todo lo creado y distinta de la presencia espiritual que se actúa cada vez que nos reunimos en su nombre. Es una presencia fruto de una decisión de amor del Señor, inesperada, que ninguno podíamos soñar.

 - La Eucaristía solicita nuestra presencia, porque la Presencia apela a nuestra presencia, a que le dediquemos al Señor tiempo, ante Él, en el lugar en el que Él se hace corporalmente presente, es decir, en el sagrario, en el Santísimo Sacramento expuesto.

            Las visitas al sagrario, el cara a cara con Dios en la adoración del Santísimo Sacramento expuesto, son como un entrenamiento para la eternidad, que consistirá en un ininterrumpido cara a cara con Dios, que colmará el deseo de nuestro corazón: “seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3,2). Abrir y desgranar el propio corazón ante el Señor presente en al Eucaristía, arrodillarse o sentarse ante Él, dejarse mirar por Él y mirarle a Él -tal como le dijo al santo cura de Ars aquel campesino-, todo eso es honrar el misterio de amor que la presencia eucarística de Cristo comporta.

            Que no le falte al Señor el homenaje de nuestro amor.