El gozo de la ley del Señor



Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche (Sal 1, 1-2).

El Salterio, libro de oraciones de Israel y de toda la cristiandad, comienza con la palabra dichoso, es decir, bienaventurado, con la que comienza también la proclamación de la Ley de la Nueva alianza, el Sermón de la Montaña, las Bienaventuranzas. Toda relación del hombre con Dios tiene como contenido y como meta la participación del hombre en el estado que es propio de Dios: la bienaventuranza, la felicidad. Bienaventuranza no significa cualquier tipo de bienestar, sino una plenitud que no deja nada sin llenar, vida de máxima intensidad y descanso completo, felicidad total. Dios es bienaventurado.

El salmo primero describe la vida del cristiano como un gozo: “su gozo es la ley del Señor”. Con ello nos advierte que es imposible vivir el cristianismo si lo percibimos únicamente como un “deber”, como una “obligación”, sin descubrir la dimensión de “gozo” que posee. Por supuesto que obrar el bien constituye un deber y una obligación, pero eso es sólo una cara de su esencia. La otra cara consiste en que lo bueno es algo grande que puede hacerse y que llena de gozo el corazón del hombre.

El que sólo comprende la voluntad de Dios como un yugo con el que hay que cargar, difícilmente podrá experimentar el “descanso” que el Señor prometió a quienes cargaran con él: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mt 11, 28-30).