(El protagonista de la novela, Davey Staunton, es un afamado abogado penalista de Canadá, que decide analizarse en una clínica de Zúrich llevada por discípulos de Jung. Al final de un largo periodo de análisis y antes de decidir si prosigue con él o vuelve a Canadá a reemprender sus tareas habituales, se toma unas vacaciones en St. Gallen y allí conoce, fortuitamente, a una misteriosa mujer, Liesl, que está familiarizada con los grandes maestros del análisis psicológico, y que intenta hacerle ver la mediocridad espiritual de su planteamiento vital, un planteamiento que descarta sistemáticamente la posibilidad del heroísmo. Es ella quien habla a continuación)
- Yo no soy un héroe, Liesl.
- ¡Qué modesto, qué atribulado suena eso? Y seguramente
esperas que yo piense: es espléndido, que manera tan viril de aceptar sus
propias limitaciones. Pero yo no pienso así. Toda esa modestia personal forma
parte de la personalidad evasiva de nuestro tiempo. No sabes si eres un héroe o
no, pero estás decidido a no averiguarlo jamás, porque te da miedo el peso que
habrás de sobrellevar si lo eres y te da miedo la certeza de no serlo.
(…)
- Parece que tengo una disposición natural que me inclina
al pensamiento, no al sentimiento. Y la doctora von Haller me ha ayudado mucho
en eso. Sin embargo, no tengo la ambición de desarrollar mucho el sentimiento.
No creo que eso encajara con mi estilo de vida, Liesl.
- Si no sientes, ¿cómo vas a descubrir si eres o no un
héroe?
- Yo no quiero ser un
héroe.
- ¿Y qué? No todo el mundo está llamado a ser el héroe triunfal de su propia y muy romántica historia. Y cuando conocemos a alguien así, es altamente probable que sea un monstruo fascinante. Pero sólo por no ser un egotista y un bocazas no tienes por qué quedarte con esa idea tan de moda que es la del antihéroe y la del alma enana. Eso es lo que podríamos considerar la Sombra de la democracia: ha conseguido que sea muy loable, que sea cómodo, que sea lo correcto, terminar convertidos en alfeñiques[1] espirituales y apoyarnos en todos los demás mequetrefes y recibir el aplauso de todos ellos en una espléndida apoteosis de la mediocridad. Son alfeñiques pensantes, desde luego; ya lo creo, piensan todo lo que puede pensar un alfeñique sin meterse en serios problemas. Pero todavía quedan héroes. El héroe moderno es el hombre que vence en su pugna interior (…) Una de las grandes estupideces de nuestro tiempo es esa creencia en un Destino nivelador, en una especie de democracia de lo sobrenatural.
Autor: Robertson DAVIES