XXII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto

 

1 de septiembre de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • No añadáis nada a lo que yo os mando… observaréis los preceptos del Señor (Dt 4, 1-2. 6-8)
  • Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? (Sal 14)
  • Poned en práctica la palabra (Sant 1, 16b-18. 21b-22. 27)
  • Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres (Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23)
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La cuestión sobre lo puro y lo impuro, surgida porque los discípulos tomaban alimentos sin lavarse las manos, es una cuestión que nos puede resultar extraña a nuestra sensibilidad actual. Sin embargo, lo que en ella verdaderamente se debate es una cuestión fundamental, que sigue teniendo plena vigencia para nosotros, a saber: ¿Qué es lo que nos hace puros o impuros en nuestra relación con Dios?

Los judíos pensaban que una serie de tradiciones heredadas de sus mayores, como la de lavarse las manos antes de comer, restregando bien, eran fundamentales para una correcta relación con Dios. Jesús, en cambio, va a considerar esas tradiciones como “preceptos humanos” y va a centrar la pureza de la relación con Dios en la observancia del “mandamiento de Dios”.

Notemos que el Señor habla en singular –“el mandamiento”- como apuntando, más que a la diversidad de los mandamientos de la ley de Dios, a una síntesis global de todos ellos, a una definición de un estilo de vida conforme a la voluntad de Dios, que el Señor resume en los dos mandamientos: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.» (Mc 12,29-31). El apóstol Santiago los resume, en la segunda lectura de hoy, diciendo: “La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo” (St 1,27), es decir, el amor al prójimo (huérfanos y viudas) y la abstención de toda idolatría (no mancharse las manos con este mundo).

Frases...

La Sangre del Pobre es el dinero



Autor: Léon BLOY 
Título: La sangre del pobre
Editor:  José J. Olañeta, Editor, Palma, 2021, (p. 23)

XXI Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

 

25 de agosto de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios! (Jos 24, 1-2a. 15-17. 18b)
  • Gustad y ved qué bueno es el Señor (Sal 33)
  • Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia (Ef 5, 21-32)
  • ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 60-69)
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El Evangelio que se nos acaba de proclamar es la conclusión del largo discurso que Jesús hizo en la sinagoga de Cafarnaúm después de la multiplicación de los panes y los peces y en el que desveló el misterio de la Eucaristía, tal como hemos escuchado en los tres domingos anteriores.

La Eucaristía es un misterio que desafía a la racionalidad puramente humana, a la racionalidad ejercida en su dinámica natural sin haber sido iluminada y dilatada por la palabra de Dios. Para una razón que no está iluminada por la fe, “comer a Dios” –“el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,58)- es algo completamente absurdo. Por eso al terminar este largo discurso se produce lo inevitable: “Muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: -Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?” (Jn 6, 60). “Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él” (Jn 6, 66).

Este abandono pone de relieve el misterio de la libertad humana y de la gracia de Dios. El propio Jesús había dicho: “Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae” (Jn 6,44). Esta “atracción del Padre” es una gracia: “Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede” (Jn 6,65). Y la gracia puede siempre ser acogida o rechazada por la libertad del hombre, en ese ámbito interior del ser humano que es el corazón, ámbito que sólo Dios puede conocer, tal como la Sagrada Escritura recuerda con frecuencia (1S 16,7; Jr 17,9-10). Jesús, que es Dios hecho hombre, conoce el corazón de todo hombre y por eso el evangelista afirma que “Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar” (Jn 6, 64).

Permanece conmigo, Señor

Permanece conmigo, Señor,
pues me es necesaria tu presencia
para que yo no te olvide:
tú sabes con qué facilidad yo te abandono.

Permanece conmigo, Señor,
porque soy débil:
necesito tu fuerza para no caer,
porque sin ti no tengo ningún fervor.

Permanece conmigo, Señor,
porque tú eres mi luz:
muéstrame tu voluntad para que
yo perciba tu voz y te siga.

Permanece conmigo para que yo te sea fiel:
pues por más pobre que sea mi alma, deseo que
ella sea para ti un lugar de consuelo.

XX Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

 

18 de agosto de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Comed de mi pan, bebed el vino que he mezclado (Prov 9, 1-6)
  • Gustad y ved qué bueno es el Señor (Sal 33)
  • Daos cuenta de lo que el Señor quiere (Ef 5, 15-20)
  • Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida (Jn 6, 51-58)
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La primera lectura de hoy es una profecía de Cristo y de su Iglesia y de la Eucaristía como corazón y fuente de la vida cristiana. La podemos releer desde el Nuevo Testamento diciendo: la Sabiduría, que es Cristo, “sabiduría de Dios” (1Co 1,30), se ha construido una casa, que es “la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad” (1Tm 3,15), y la ha construido plantando siete columnas, que son los siete sacramentos; ha preparado un banquete, que es la Eucaristía, donde comemos la carne del Hijo del hombre y bebemos su sangre, tal como dice el Señor en el evangelio; ha mezclado el vino, como hace el sacerdote antes del ofertorio arrojando un poco de agua en el cáliz mientras ora en voz baja para que “por este misterio del agua y del vino, seamos hechos partícipes de la divinidad de quien ha querido compartir nuestra humanidad”; ha preparado la mesa, es decir, el altar para celebrar el sacrificio de la santa misa; y ha despachado sus criados para que inviten a los hombres a incorporarse a esta mesa, es decir, ha enviado a los discípulos a evangelizar diciéndoles: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16,15-16).

Cuerpo, alma y espíritu

Hablar de cuerpo, alma y espíritu, como integrantes del ser humano, es una manera de expresar la complejidad del ser del hombre. Así lo hizo Edith Stein –santa Teresa Benedicta de la Cruz- en su reflexión sobre el ser del hombre. Esta antropología tripartita tiene un innegable fundamento bíblico, patrístico y místico.

La antropología bíblica es profundamente unitaria. En ella el hombre vive y se interpreta a sí mismo como unidad, aunque esa unidad puede presentar aspectos diversos según las diferentes relaciones en las que está inserto el hombre. Así la antropología bíblica, siendo unitaria, es “tricotómica”, en cuanto que ve al hombre bajo tres aspectos diferentes: como carne, como alma y como espíritu. Basar (“carne”, en hebreo), traducido al griego como sarx y al latín como caro, expresa la totalidad del ser humano bajo el aspecto de ser débil y frágil. Nefesh significa en hebreo garganta, cuello, respiración, aliento vital o vida, y fue traducido al griego como psyché y al latín como anima. Con este término se expresa la totalidad del ser humano como ser viviente, por eso a veces el término sirve para expresar el pronombre personal (yo, tú, él): anima mea tristis est. Finalmente el término hebreo ruah, traducido al griego como pneuma y al latín como spiritus designa la totalidad del ser humano en cuanto ser capaz de abrirse a Dios, de escucharle y de dejarse vivificar por Él.

Asunción de la Bienaventurada Virgen María

15 de agosto 

 

15 de agosto de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies (Ap 11, 19a; 12, 1-6a. 10ab)
  • De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir (Sal 44)
  • Primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo (1 Cor 15, 20-27a)
  • El Poderoso ha hecho obras grandes en mí: enaltece a los humildes (Lc 1, 39-56)
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Celebramos hoy, queridos hermanos, la solemnidad de la Asunción de la bienaventurada Virgen María, en cuerpo y alma, al cielo. Lo que la liturgia propone hoy a nuestra contemplación es el destino final en el que se encuentra la Madre del Señor desde que terminó el curso de su vida terrena, diciéndonos que ella ha alcanzado ya plenamente el estado glorioso que tendrán, a partir del último día, todos los justos resucitados o los que, por vivir todavía cuando vuelva el Señor, serán transformados sin pasar por la muerte, tal como anuncia san Pablo: “He aquí que os anuncio un misterio: no todos moriremos, pero todos seremos transformados” (1Co 15, 51).

Los santos que están en el cielo se encuentran en un estado todavía provisional, en cuanto que una parte de su ser, el cuerpo, ha quedado aquí en la tierra, dejando de ser un cuerpo viviente, bien porque haya conocido la corrupción del sepulcro, o bien porque, aunque esté incorrupto, no es un cuerpo viviente, ya que lo que da vida al cuerpo es el alma, y el alma ya no está allí. Su espíritu y su alma están con el Señor y son colmados por la felicidad de contemplar su gloria; pero su cuerpo espera paciente el día de la segunda venida de Cristo, de su venida gloriosa, el día de la Parusía, para resucitar por la fuerza y el poder del Espíritu Santo, y ser transformado en un cuerpo espiritual, un cuerpo glorioso, tal como afirma san Pablo: “Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción (…) se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (1Co 15, 42.44), y volver a unirse con su espíritu y su alma en la felicidad total del cielo.

Frases...

La complejidad del hombre

“Todos sabemos que el ser humano es complejo, múltiple, contradictorio, que está lleno de sorpresas, pero hace falta una época de guerra o de grandes transformaciones para verlo. Es el espectáculo más apasionante y más terrible del mundo. El más terrible porque es el más auténtico. Nadie puede presumir de conocer el mar sin haberlo visto en la calma y en la tempestad. Sólo conoce a los hombres y las mujeres quien los ha visto en una época como ésta”.





Autor: Irène NÉMIROVSKY
Título: Suite francesa
Editorial: Salamandra. Barcelona, 2005, (pp. 410-411).


XIX Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 


11 de agosto de 2024

(Ciclo B - Año par)





  • Con la fuerza de aquella comida, caminó hasta el monte de Dios (1 Re 19, 4-8)
  • Gustad y ved qué bueno es el Señor (Sal 33)
  • Vivid en el amor como Cristo (Ef 4, 30 - 5, 2)
  • Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo (Jn 6, 41-51)
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“Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas”. Con estas palabras que el ángel dice al profeta Elías se nos está anunciando una gran verdad: que el cristianismo no es humano sino divino, que no es una realidad que nosotros podamos establecer con nuestra voluntad y nuestro esfuerzo, que no es una realidad natural sino sobrenatural, una realidad que viene del cielo y que solo puede ser vivida si el mismo cielo –es decir, el mismo Dios- nos suministra un alimento que nos haga capaces de vivirla. Ese alimento es el pan y el agua que el ángel da al profeta Elías, y que le permiten caminar “durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios”, evidentemente no por la fuerza natural del agua y del pan, sino por el hecho sobrenatural de que ese pan y esa agua han sido otorgadas por Dios a través de su ángel.

Ese pan y esa agua son una profecía lejana de la eucaristía, que el Señor anunció en el evangelio el domingo pasado. Para vivir el cristianismo hace falta tomar ese alimento sobrenatural que es Cristo mismo, hecho pan y hecho vino por nosotros, -su cuerpo y su sangre-, que se nos entrega en cada celebración eucarística. Pues el cristianismo, como su nombre indica, es la prolongación de la presencia de Cristo mismo en medio de los hombres, y por lo tanto el único que lo puede realizar es el propio Señor, que se nos da a nosotros en alimento para “cristificarnos”, para hacernos “cristiformes”, portadores de su presencia a lo largo de la historia humana.

El silencio y la vida monástica

Un sacerdote –y también un cristiano- debe dejar un lugar importante en su vida al silencio: es vital que pueda permanecer a la escucha de Dios y de las almas que se le confían. En la formación monástica es sumamente importante para un sacerdote aprender a no hablar sin motivo. Porque la predicación implica silencio. En el ruido, el sacerdote pierde el tiempo: la cháchara es una lluvia ácida que acaba por arruinar nuestra meditación.

El silencio de Dios debería enseñarnos cuándo hablar y cuándo callar. Ese silencio que nos lleva a entrar en la verdadera liturgia es un momento para alabar a Dios, confesarlo delante de los hombres y proclamar su gloria. Recuerdo que los domingos todos los habitantes del poblado cuidaban con celo sus largos tiempos de oración personal. Estábamos en presencia de la Presencia.

El objetivo de la vida monástica consiste en alcanzar un estado más o menos habitual de oración y penitencia, de liturgia y estudio, de trabajo manual y oración. Sus días deben ir convirtiéndose poco a poco en una oración ininterrumpida: el monje se mantiene unido a Dios en todas sus ocupaciones. “El silencio y la soledad, la escucha y la meditación de la palabra sitúan constantemente el alma del monje bajo la influencia directa e íntima de la acción divina”, dice Thomas Merton.

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 


4 de agosto de 2024

(Ciclo B - Año par)




  • Haré llover pan del cielo para vosotros (Ex 16, 2-4. 12-15)
  • El Señor les dio pan del cielo (Sal 77)
  • Revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios (Ef 4, 17. 20-24)
  • El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed (Jn 6, 24-35)
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El evangelio de hoy, queridos hermanos, es un fragmento del largo discurso que Jesús hizo en la sinagoga de Cafarnaún después de haber multiplicado los panes y los peces.

Los milagros que hacía el Señor le reportaban disgustos y preocupaciones, porque él los hacía como “signos” de una realidad que era la verdaderamente importante y definitiva, la del Reino de Dios que él había venido a instaurar, y Jesús constataba que, para muchos hombres, no eran signo de una realidad ulterior y definitiva, sino que eran ya el cumplimiento de lo que anhelaban: anhelaban únicamente la satisfacción de sus necesidades materiales. De ahí el amargo reproche que hace el Señor: “Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros” (Jn 6,26). Es una manera de decir: vuestras aspiraciones no rebasan el ámbito de lo material, del hambre y de la sed del cuerpo, mientras que yo he venido para saciar el hambre y la sed de vuestro corazón. El Señor les pide –nos pide- una reorientación del deseo y del esfuerzo por satisfacerlo: “Trabajad no por el alimento que perece sino por el que perdura para la vida eterna” (Jn 6,27).