Sagrada Familia: Jesús, María y José.

15 de agosto 

31 de diciembre de 2023

(Ciclo B - Año par)





  • Quien teme al Señor honrará a sus padres (Eclo 3, 2-6. 12-14)
  • Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos (Sal 127)
  • La vida de familia en el Señor (Col 3, 12-21)
  • El niño iba creciendo, lleno de sabiduría (Lc 2, 22-40)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Mirar a la Sagrada Familia, que fue un matrimonio virginal: la calidad del amor entre María y José. La esencia del amor virginal es el “dejar ser” al otro y no pretender acapararlo para mí: saber agradecer la belleza del otro, aunque esa belleza no sea para mí.

La esencia del matrimonio no son las relaciones sexuales. La esencia del matrimonio es el caminar juntos hacia el Destino, que es Cristo, que es Dios. ¡Ya quisierais los casados tener entre vosotros una ternura como la que hubo entre María y José!

Lo primero en la Sagrada Familia es Dios. Lo que hizo a la Sagrada Familia no fue que José y María estuvieran enamorados y quisieran “hacerse felices” el uno al otro… Lo que hizo a la Sagrada Familia fue el hecho de que tanto para María como para José, el primero en su vida fue siempre y en todo Dios. Y por eso, y sólo por eso, María estaba esperando un hijo y José acogió en su casa a María y al hijo que ella esperaba.

El evangelio de hoy repite tres veces “según la ley de Moisés”, “para cumplir con él lo previsto por la ley”, “cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor”, es decir, el rescate del hijo primogénito y la purificación de la madre después del parto. María y José lo cumplieron sin pretender ninguna excepción. María había tenido un parto virginal, sin efusión de sangre, y por lo tanto no estaba obligada a hacer el rito de la purificación. Ella era, en verdad, un caso “especial”; y sin embargo no quiso ser “especial”: se sometió a la ley común, actuó como actuaba toda madre piadosa en Israel (aplicación al tema de bautizos, primeras comuniones, bodas…).

La familia, lugar de gratuidad. Cuando Dios es el primero para todos, la familia se convierte en el lugar de la GRATUIDAD, donde cada uno es amado por sí mismo, por el simple hecho de ser, de existir, y NO por las “utilidades” que tenga.

Cuando nace un niño “no sirve para nada” excepto para comer, descomer y no dejar dormir. La grandeza de la paternidad y de la maternidad consiste en acogerlo, en cuidarlo, en ayudarle a crecer, en trabajar para que él sea y sea en la máxima plenitud posible. Y los padres, al hacer esto, crecen en humanidad.

Cuando los padres se hacen mayores, a menudo, vuelven a ser como niños. “Honra a tu padre y a tu madre”, es decir, reconócelo más allá de su “utilidad”, de los servicios y favores que te pueda hacer. Ámalos por sí mismos, sin que sirva para nada ese amor. Y ese amor te hará crecer. Y además, es el amor más PURO, porque es el más desinteresado.

La hospitalidad. La familia es imagen de la Santísima Trinidad, donde cada una de las Tres Divinas Personas no busca sino el honor y la gloria de las otras dos.

La familia cristiana ha de ser el signo de que Dios es Amor, de que la creación es un hogar (aunque algo estropeado por el pecado), de que todo hombre ha sido creado porque es amado por sí mismo, independientemente de las condiciones en que se desarrolle su existencia.

«Es preciso recordar a un gran número de personas que permanecen solteras (…) Estas personas están particularmente cercanas al Corazón de Jesús (…) A todas ellas es preciso abrirles las puertas de los hogares (…) Nadie se sienta sin familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente de cuantos están “cansados y agobiados”» (Catecismo 1658).

Recordemos a M. Teresa de Calcuta y sus moribundos…

Lo que más se opone a la familia es el espíritu calculador, utilitarista, interesado, egoísta. La belleza de la familia es la de la gratuidad, la de la alegría de ser, la de acoger la vida.

Que seamos generosos y abramos nuestro corazón a este don tan grande. Y que el Señor nos lo conceda.