XX Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

14 de agosto de 2022

(Ciclo C - Año par)





  • Me has engendrado para pleitear por todo el país (Jer 38, 4-6. 8-10)
  • Señor, date prisa en socorrerme (Sal 39)
  • Corramos, con constancia, en la carrera que nos toca (Heb 12, 1-4)
  • No he venido a traer paz, sino división (Lc 12, 49-53)
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La luz de la Palabra

Jr 38,4-6.8-10; Hb 12,1-4; Lc 12,49-53

1.- «No paz, sino división». El fuego que según el evangelio Jesús ha venido a prender en el mundo, es fuego del amor divino que debe alcanzar a los hombres. A partir de la cruz, su terrible bautismo, comenzará a arder. Pero no todos se dejarán inflamar por la exigencia absoluta e incondicional de este fuego, de manera que aquel amor, que querría y podría conducir a los hombres a la unidad, los divide a causa de su resistencia. Más clara e inexorablemente que antes de Cristo, la humanidad entera se dividirá en dos reinos, bloques o Estados, lo que Agustín designa como la “ciudad de Dios”, dominada por el amor, y la “ciudad de este mundo”, dominada por la concupiscencia. Jesús muestra que la división rompe los vínculos familiares más íntimos y, según la descripción de Pablo, a menudo atraviesa incluso los corazones de los hombres, donde la carne lucha contra el espíritu (Ga 5,17), y el “hombre desgraciado” “no hace lo que quiere, sino lo que (en el fondo) detesta” (Rm 7,15). Pero esto no es para Jesús ni para Pablo una trágica fatalidad, sino una lucha que ha de mantenerse hasta la victoria final: porque el amor y el odio no son dos principios igualmente eternos (como pensaban los maniqueos), sino porque nosotros podemos “vencer al mal a fuerza de bien” (Rm 12,21), para lo cual se nos da la fuerza de la gracia de Dios.

2.- «Jeremías se hundió en el lodo». La lucha es dura, porque el “reino de este mundo” está lleno de crueldad. La guerra, la tortura y las múltiples formas de crueldad han reinado en el mundo desde siempre, y parece como si hubieran aumentado más aún a raíz de la aparición de Cristo, el “príncipe de la paz”. Jesús divide y agrava las oposiciones. Lo que le sucede a Jeremías en la primera lectura no es más que un ejemplo de las innumerables atrocidades que se cometen en el mundo, a veces también en nombre de la religión. El profeta es sometido a semejante tortura, que según las intenciones de sus autores debería haberlo matado, a causa de la palabra de Dios que se oponía al ciego deseo de guerra de Israel. Los hombres piadosos piden a Dios en los salmos con bastante frecuencia que los libre del lodo en el que se encuentran hundidos (Sal 40,3; 69,15) y Job se compara a sí mismo con este lodo (10,9; 13,12 etc.). Pablo dice que ha sido relegado al último lugar y considerado como “la basura del mundo” (1Co 4,9.13).

3.- «Sin miedo a la ignominia». En esta “pelea” de la que habla también la segunda lectura, y de la que el cristiano siente la tentación de retirarse, sólo importa una cosa: tener “fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe”, recordando “al que soportó la oposición de los pecadores”. Innumerables hombres, “una nube ingente de espectadores”, de testigos de la fe, han hecho eso antes que nosotros y han sido puestos a prueba, a menudo más duramente, llegando incluso a derramar su “sangre”. Jesús ha tomado sobre sí abundantemente la ignominia del mundo, todo su vía crucis estuvo acompañado del escarnio y del desprecio. Fue precisamente a través de este fango de la ignominia como él llegó a sentarse “a la derecha del Padre”. El que contempla este ejemplo se avergonzará de permanecer tan lejos de él en lo que a la ignominia se refiere.

(Hans Urs von Balthasar, Luz de la Palabra. Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C, Ediciones Encuentro, Madrid, 1994, pp. 277-278)