La añoranza

Pero el caso es que la que murió fue ella y él se quedó con la desgracia y las añoranzas, y eso es algo muy grave, Zeide, porque hay que saber cómo añorar a una mujer muerta. No se trata de unas añoranzas como las que se sienten por una mujer viva. Yo conozco perfectamente esas dos clases de añoranza, de modo que sé muy bien de lo que te estoy hablando, porque yo a tu madre la añoré tanto en vida como después de muerta.

Porque el que quiere sentir nostalgia tiene muchísimas clases para elegir. Existe la nostalgia por alguien que se ha marchado y quizá vaya a volver. Después existe la nostalgia por alguien que ya ha vuelto pero que ya no es el mismo, aunque lo peor de todo es añorar a alguien que simplemente ha muerto y no va a volver. Ésa es la clase de nostalgia que yo siento por tu madre, Zeide, y ni siquiera lleva consigo la esperanza de la resurrección. Ésa es la nostalgia que surge de sí misma, vuelve a sí misma y es como un cáncer que brota dentro del alma. Y solamente en una cosa son iguales todas las clases de nostalgia, y es en que no existe alimento que las sacie, ni bebida que las haga olvidar, ni medicamento que las cure, así como tampoco tiene razones, porque no las necesitan. Qué quieres que te diga, Zeide, puede que un día entiendas esto que te estoy diciendo, o puede que nunca lo llegues a comprender, pero hay una cosa que tienes que saber sobre la nostalgia y es que no necesita motivo. Mi pobre madre siempre lo decía: “Para llorar no hace falta excusa”. Quien tenga la fuerza suficiente para sentir nostalgia no necesita motivos.

Todo puede esconderse en una caja, Zeide, en una caja, en una jaula, en un armario y en una habitación. Incluso el amor se puede encerrar así muy bien encerrado -me dijo Jacob-, pero el recuerdo tiene todas las llaves, Zeide, y la nostalgia atraviesa hasta las paredes. Sabe liberarse y salir como el mago Houdini y entrar como los espíritus de los muertos cuando y por donde le place.

Recordaba el viejo libro que el albino solía hojear lagrimeando cuando se sentaba por la tarde en el patio, y tras una febril búsqueda también lo halló, oculto en el armario que había en el barracón de los canarios. Para su sorpresa, no resultó ser ni un diario personal, ni una novela de amor, ni un libro de poemas, sino antiguos horarios, amorosamente encuadernados, de los trenes que un día habían circulado de Praga a Berlín y de Viena a Budapest. Al día siguiente Jacob se encaminó al pueblo de al lado para preguntarle a Méname Rabinovich para qué puede mirar un hombre los horarios de unos trenes que nunca habían circulado por allí. El cultivador de algarrobos hojeó el libro, sonrió y le explicó que todos tenemos nuestros propios métodos para aplacar nuestras nostalgias y agudizar el recuerdo, y cada uno, a su manera, lo intenta y fracasa.

Oded respiró a pleno pulmón, volvió el rostro hacia mí y sonrió. Después dijo: Cada vez que la visito, Noemí me pregunta por el momento en que se sale de Wadi Miles. Se sube hacia la izquierda, se tuerce hacia la derecha, y de pronto el Valle se abre. Ahí están las colinas de Zaid, allí Kefar Yehoshua, Beit Shearim, y allí está Nahalal y más lejos Guivat Ha-Moré. El Valle. Ella me lo pregunta y yo le digo: “¿Lo echas de menos, hermanita? No tienes más que decírmelo y vengo a buscarte para devolverte a casa” Y tendrías que ver la cara de Meir cuando le digo eso. 

Desde lo alto de la cabina se divisa la tierra de las añoranzas de Noemí, tan extensa como alcanza a ver el ojo, hasta las murallas azules de los lejanos montes. En los campos cuadriculados se destaca aquí y allá una encina grande, recuerdo de la majestuosidad del bosque que se extendía allí antes.

Oded frenó el camión, acalló el motor, y el silencio se derramó por nuestros oídos. Sacó la cabeza por la ventanilla y gritó:

- ¿Qué tal, Scheinfeld?

- Pasad, pasad, qué bien que hayáis venido, amigos, pasad –dijo Jacob con el rostro radiante de un novio bajo el palio nupcial.

- ¿Dónde está la novia, Scheinfeld? –gritó Oded.

Pero la mirada de Jacob nos evitó, perdida y vaga.

- Míralo -volvió a repetir Oded-. Si fuera un caballo hace ya tiempo que habría que haberle pegado un tiro.

Un coche verde pasó por la carretera.

- Pasad, pasad… -le dijo Jacob-. Hoy tenemos boda en el pueblo.

Sonrió saludando con la cabeza, paseó la mirada por la carretera y nuevamente dejó de prestarnos atención.

Porque ¿cuál es el alimento del alma, como está escrito en la Biblia, sino la añoranza?


Autor: Meir SHALEV

Título: Por amor a Judit

Pág. 71, 152-153, 155, 174, 212, 266, 362