Libertad y determinismo

Este cuerpo que soy yo y que dice yo, es el resultado de una progresiva conjunción de herencia, circunstancia, azar, destino y libertad. Ni me hago desde cero, ni estoy tan determinado que carezca de libertad. Pero es una libertad limitada, corpórea, finita, relacionada con otros, no divina sino humana, condicionada y en situación. Condicionado desde fuera y desde dentro, trato de trascender el condicionamiento, sin lograrlo por completo.

Consideremos vivencias como, por ejemplo, “quiero y no puedo”, “quiero y no quiero”, “puedo y no quiero”, “puedo y quiero, pero no me dejan hacerlo”. Estas paradojas de la libertad reflejan la riqueza y la contradicción humanas. Parezco libre y parezco no serlo; tengo que ser libre, pero es difícil; necesito ser libre, aunque a veces no quisiera serlo. Contra la objeción del determinismo, valdría la distinción de Zubiri: “La libertad no está en la indeterminación, sino en la manera en que yo me determino. Es determinación, aunque determinación libre”. Siempre es posible encontrar un antecedente determinante de una acción. Pero si lo he puesto yo libremente, podré decir que la determina de un modo no determinístico. Sin suprimir los determinismos, los utilizamos aprovechando sus posibilidades. Asumimos los determinismos de la espaciotemporalidad y reorientamos los dinamismos que nos condicionan. Nos subimos a un caballo desbocado y lo sujetamos por las crines hasta domarlo, aunque no siempre lo conseguimos. El perro hambriento ante el pedazo de carne es un circuito cerrado. El ser humano en la misma situación es un circuito abierto: puede distanciarse y preguntarse si lo come o no lo come, si lo come ahora o lo deja para después etc.

Lo que expresan estos ejemplos tan simples es la característica del ser humano como “esencia abierta” (Zubiri). No estamos totalmente programados, sino inacabados; tenemos que hacernos decidiendo cómo queremos ser (Ortega). Para el ser humano “hoy es siempre todavía” (Machado).

No es fácil analizar cómo se movilizan las energías del agente en la dirección de una acción determinada. No es fácil dilucidar si, en un momento dado, uno mismo ha movilizado sus energías de una manera escogida por él mismo para decidir el paso a la acción. Pues nuestras acciones son descargas de energía que no siempre tienen que ver con lo cognoscitivo. ¿Cómo se desencadenan mis energías y cómo se orientan en una determinada dirección? ¿Es posible que, al menos a veces, sea yo mismo quien desencadene esas energías según una orientación escogida por mí? Libertad es lo que capacita al ser humano para este modo de conducta. Obrar libremente es un modo de conducirse el sujeto cuando asume su situación con señorío y hace algo propio con lo que la vida va haciendo de él.

En vez de hablar de que el hombre es libre, es preferible comenzar diciendo que este ser, capaz de esclavizarse y esclavizar a los demás, experimenta también una exigencia de liberarse. Al plantear la cuestión de la libertad desde los condicionamientos, hay que ser consciente de que se plantea desde muestra corporeidad vivida y desde nuestra limitación social y cultural. Como indica el origen social del término, ser libre significa no estar encarcelado. Desde ahí podemos pasar a distinguir entre ser “libres de” y ser “libres para”. En el primer sentido, ser libres sería no estar totalmente sujetos al determinismo causal de influjos de fuera y pulsiones de dentro. En el segundo sentido, ser libre sería disponer de un margen para autodeterminarse, eligiendo o asumiendo.

Desde esta perspectiva, la tarea de hacerse libre pesa más que la pregunta abstracta sobre si hay libertad. Obrar libremente sería conducirse no determinística, aunque determinadamente, con dominio o señorío para asumir la propia situación; no para modificarla incondicionadamente a capricho. Libertad no es una capacidad para hacer cualquier cosa al margen de las leyes físicas o psíquicas, sino hacer algo con lo que la vida ha hecho de mí. Ni me hago yo solo, ni me hacen. Me hago y hago algo de mí, con lo que las circunstancias han hecho de mí. Paul Ricoeur afirma, con toda razón, que la libertad se hace acogiendo lo que no hace. Querer no es crear: mi libertad es humana y no divina; no es pura racionalidad, sino limitación corporal; no está encarnada en un cuerpo dócil, sino resistente; no es la libertad de un sujeto aislado, sino en una circunstancia y con un carácter. Así de vulnerable es nuestra libertad.

La libertad me sitúa en una perplejidad: tengo que hacer mi vida, lo cual depende en gran parte de mí, que digo “yo” y pretendo ser libre; y, por otra parte, me la dan ya bastante hecha, porque ese yo que ha de hacer su vida, es un yo en sus circunstancias. No consistirá mi libertad, por tanto, en prescindir de las circunstancias, sino en hacer algo con lo que ellas han hecho de mí. A veces tenemos la impresión de que predomina nuestra pasividad frente a lo que nos estimula desde fuera. Son muchos los datos que nos inclinan a percibir nuestra vida como si estuviera dirigida desde fuera, como si nos dejáramos arrastrar, pasiva e involuntariamente, por la corriente de lo que nos estimula. También son muchos los datos que refuerzan nuestra impresión de pasividad e involuntariedad con relación a los impulsos que nos empujan desde dentro: nos sentimos arrastrados por la corriente de lo pulsional y lo imaginativo-emotivo, apoderándose de la experiencia de nuestro vivir. Ante estas impresiones nos preguntamos: si me arrastran desde fuera y me empujan desde dentro, ¿es que yo no soy yo? O, si soy yo y puedo decir yo con todo derecho, ¿es que se trata de un yo meramente pasivo, como si fuera una marioneta, o de un yo como espectador de lo que ocurre dentro de él, o de lo que tira de él desde fuera? San Agustín habría respondido que no: “lo que hacía contra mi voluntad, veía que era más padecer que obrar”, afirma en las Confesiones (VII, 3).




Extraído de: Juan MASIÁ CLAVEL, Animal vulnerable. Curso de antropología filosófica, Trotta, Madrid, 2015, pp.115; 140; 145-147.