Las personas con una discapacidad

Las barreras de la persona con una discapacidad mental son normalmente menos fuertes, precisamente porque es menos racional, menos voluntariosa. En efecto, si se siente sola y abandonada hará como todo el mundo: intentará afirmarse, dominar y ganar. Pero si descubre que es amada y que se cree en ella, entonces su corazón de niño que busca comunión y celebración se manifestará más fácilmente que en otros, con mayor rapidez podrá entrar en comunión con los demás, amarlos y darse a ellos. 

Un hombre que no ha sido tocado con amor por su madre, que ha vivido durante mucho tiempo en un medio hospitalario, tiene una carencia afectiva en el nivel de su cuerpo que le hace buscar torpemente el roce de una mujer. Y su torpeza hace que sea, de nuevo, rechazado. No es fácil ayudar a un adulto con carencias en el plano afectivo a encontrar la distancia correcta en su relación con una persona del sexo contrario. Es fácil tocar a un niño con delicadeza y ternura. Pero es mucho más difícil hacerlo con hombres y mujeres perturbados en sus cuerpos y en su sexualidad. Hay que encontrar el medio de tocarles sin ponerles en peligro, de una forma lícita. Por ejemplo, cuando están enfermos o se quejan de un dolor particular. O bien mediante bromas amistosas en las que hay toques mutuos, mediante juegos y bailes folclóricos, donde el hombre y la mujer saben cómo tocarse mutuamente porque hay reglas precisas que se deben respetar. 

En la persona con una discapacidad mental real existe, como ya hemos dicho, una enorme búsqueda afectiva. Sería erróneo creer que sus gestos de ternura y de afecto son una búsqueda de sexualidad genital. Mi experiencia de veinte años en el Arca me demuestra lo contrario. El entorno puede proyectarse en la interpretación de estos gestos, creyendo que son una demanda o una marcha hacia un ejercicio de la sexualidad genital propiamente dicha, hacia la unión de los cuerpos; y sentir miedo. En la gran mayoría de las situaciones, esos gestos son espontáneos y naturales y expresan claramente lo que quieren decir: “Te quiero, me gusta estar contigo”. En algunos casos, es cierto, esos gestos pueden venir falseados por el mimetismo: ya no son gestos espontáneos, se actúa, como en las películas. 

Estoy inquieto por el futuro de las personas con discapacidad mental. Hoy en día, cuando todo está profesionalizado y considerado bajo un ángulo económico, el peligro de que se las quiera suprimir con el pretexto de que cuestan muy caro es grande. La persona que tiene una discapacidad mental es un enigma. Plantea un problema. Humanamente, no se ve el sentido de su existencia. Puesto que no puede desarrollar su razón y su voluntad, su vida parece constituir un fracaso. Y hoy, en nuestras sociedades tan organizadas y tan estructuradas, representa un peso económico; sencillamente, es una molestia. 

Aquellos y aquellas a quienes la sociedad ve como carentes de valor humano, nosotros los vemos como los que despiertan lo más valioso del ser humano: el corazón, la gratuidad, el dinamismo del amor. Constituyen una llamada a poner la inteligencia al servicio del corazón. 

Una sociedad que aparta a los improductivos y a los débiles se expone a sobrevalorar la razón, la organización, la agresividad y el sentimiento de dominación. Se convierte en una sociedad sin corazón ni gratuidad, en una sociedad racional y triste, sin celebración, condenada a las divisiones internas, a la competitividad, a la rivalidad y, finalmente, a la violencia. 

Solamente el Evangelio nos revela el verdadero sentido de los pobres, de los débiles y de los improductivos. Oculto en ellos hay un misterio. Si uno se acerca a ellos a través del corazón, se acerca a Dios. Entonces despiertan lo más precioso que hay en cada uno: la capacidad de amar. Son como un poder misterioso para abrir a las personas. 

Pero también pueden despertar cuanto hay de duro, egoísta e intolerante en un ser humano, precisamente porque estorban y siembran la duda. Nos obligan a sondear el espacio de miedo, de odio y de angustia que nos rodea a cada uno. Su grito por la amistad pone de relieve el miedo que tenemos al amor: entonces suscitan el odio. ¡Tanto miedo tiene el rico al pobre que le estorba! Por eso, primero se las arregla para apartarlo de su campo visual, para justificar después este brutal rechazo. Pero la revelación de este espacio de odio en cada uno puede resultar saludable: nos habla de la verdad de nuestro ser, verdad que no nos gusta reconocer. A ningún ser humano le gusta tocar con el dedo las potencias del mal y de la muerte que hay en su interior. Uno siempre quiere parecer bueno y perfecto, creerse justo, y no nos gusta no tener razón. Pero la verdadera salud, ¿no nos llega cuando, dejando de lado nuestras ilusiones, reconocemos nuestra realidad humana? Debo confesar que únicamente ha sido cuando he tocado mi propia miseria y mis espacios de odio cuando he podido sentirme conmovido por la misericordia de Dios, y cuando he podido descubrir el misterio de Jesús, que viene a curar los corazones y salvarnos. Únicamente entonces ha sido cuando he podido tocar la miseria de los demás sin aplastarlos, con un corazón lleno de compasión. Así es como el pobre sana el corazón de los ricos. Les lleva a descubrir su propia pobreza.

Jean Vanier