El cuerpo

Los griegos entendieron que en el cuerpo había un misterio y por eso lo usaron como objeto preferido de arte, sobre todo en la escultura. Pero, a la vez, consideraron solo el cuerpo sano, hermoso, lleno de vida. ¿Qué lugar había en su concepción para el cuerpo sufriente, el de los esclavos, el de los enfermos? Pienso que realizaron una especie de abstracción del cuerpo sin comprender todas las experiencias y dimensiones de este, especialmente el dolor y la fragilidad.

La tendencia actual del “culto al cuerpo” bebe directamente de esta fuente, pero en modo exponencialmente exagerado. Olvidamos fácilmente que el cuerpo, albergando un impulso hacia lo divino, está llamado a expresarse más allá de sí mismo. Esta equivocación se funda en las ideologías antihumanistas del siglo XX. En la Congregación para la Doctrina de la Fe que presido tenemos numerosos documentos, algunos de ellos expuestos en modo permanente en nuestro Archivo, que testimonian que en la concepción del cuerpo del fascismo y el nacionalsocialismo se escondían el ‘biologismo’ y el racismo. En el comunismo, una expresión más del totalitarismo, sucedía también algo parecido: todas estas ideologías formaban a los niños y a la juventud focalizándolos en un cuerpo sano pues, en realidad, les interesaba contar con soldados resistentes que impusieran la locura de las ideas políticas elaboradas en el laboratorio del poder y con madres que engendraran nuevos soldados. Quisiera subrayar también que estas tres ideologías son fruto de una modernidad construida de espaldas a Dios, en la cual nosotros nos movemos. Por ello, no nos debe sorprender que en la actual lógica fragmentaria de la propaganda y de los mass media que sustentan el mercado, el cuerpo sea considerado como un simple objeto de comercio y de consumo.

Para entender bien el cuerpo, hace falta reconocer a Dios como creador y al hombre como criatura. Fijémonos en el arte cristiano: la representación del cuerpo de Adán y Eva es el modelo de todo lo que Dios ha creado, son cuerpos bellos porque son buenos, pues expresan que lo que ha hecho Dios es bueno, que nosotros procedemos de Él y que Él nos ha formado buenos. Pero a la vez, el cristianismo no olvida el sufrimiento y el dolor: entre las imágenes más características del arte cristiano, también encontramos al crucificado, lleno de heridas y deformado o al enfermo, en la primera representación del cuerpo lacerado por el dolor en algunos sarcófagos romanos que representan los milagros de Jesús. En estas primitivas figuraciones del arte cristiano, el dolor del cuerpo revela un camino para reconocer el amor redentor de Dios. La tercera figuración característica de aquel primer cristianismo es la del cuerpo resucitado, lleno de la gloria y del amor de Dios: su mensaje es que Dios no desprecia el cuerpo, sino que lo colma plenamente de vida, vinculando la esperanza del hombre a su dimensión corporal. Representando a Cristo resucitado se representaba el futuro y el fin del hombre.

Estas tres imágenes de Adán y Eva, del Crucificado y del Señor resucitado nos ofrecen la clave explicativa de nuestro cuerpo. Los tres estados de la historia de la Salvación y, por tanto, de la realización del hombre, es decir, la Creación, la Redención y la Glorificación, expresan una antropología verdadera del cuerpo. El hombre, criatura predilecta de la Creación, tiene la capacidad para distanciarse de Dios por el pecado: el cuerpo crucificado de Jesús es la culminación de esta dinámica de muerte y de ruptura de la comunión. Su cuerpo glorificado, en cambio, expresa la dinámica del amor que todo le regenera. Reconociendo estos tres momentos, también el hombre de hoy puede ser capaz de abrir un camino de esperanza para el cuerpo, para lo que en él siente y desea.

El dogma de la asunción del cuerpo de María explica también esta verdad poderosa. Este misterio habla por sí solo de lo más humano y más real: quizá por ello ha sido tan tiernamente conservado en la devoción popular de los sencillos y tan duramente atacado por ciertos teólogos o intelectuales que lo consideran, erróneamente, como un mito o idea que nunca se realizará. La asunción de María, humana como nosotros, explica la realidad última a la que todos accederemos por la fe, por la esperanza y por la caridad, es decir, la participación en la gloria del cuerpo de Cristo resucitado, descubriéndonos que nuestra existencia, aquí y ahora, reclama ya el vestido nuevo y definitivo que nos proporcionará Cristo al revestirnos plenamente de Él, “transfigurándonos en cuerpo de gloria” (Flp 3,21).


Autor: Gerhard cardenal MÜLLER
Título: Informe sobre la esperanza. Diálogos con Carlos Granados
Editorial: Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2016 (pp. 36-38)