La Gracia

(El texto recoge la conversación entre el señor Lamy, que es el juez encargado de Menores de París, con un educador de uno de los centros donde son enviados los menores sin familia, o que han delinquido, o que presentan problemas especiales. Este educador, al que todos llaman por su apodo “Colmillo Blanco”, acaba de ser padre. El juez se ha trasladado en plena noche para intentar abordar el problema que ha creado uno de los recluidos, Alain Robert, al fugarse del centro junto con otros, un chico sin familia, cuya obsesión es encontrar a sus padres. La conversación se articula sobre dos posiciones en relación a estos muchachos y lo que ellos representan: la de quienes creen que “no hay nada que hacer” y la del juez Lamy, que cree en el milagro, que tiene esperanza y que decide jugar la carta de la esperanza)

- ¿Y Mamy? ¿Cómo está Mamy?

La sonrisa a la que Colmillo Blanco debía su apodo reapareció tan resplandeciente que el señor Lamy añadió, sin esperar:

- ¿Qué! ¿No me dice usted lo que hay?

- Sí, la noche pasada; ¡un niño!

- ¡Entonces todo se arreglará, Colmillo blanco! Lo mejor y lo peor no pueden vivir juntos mucho tiempo.

-¡Oh, sí! En cada uno de nuestros niños, y en cada uno de nosotros, también…

El señor Lamy se inclinó hacia él.

- ¿Y tiene usted padrino para el niño? Y a propósito, ¿qué nombre escogió usted?

- Pascual.

- Ahora –dijo el señor Lamy, poniendo la mano sobre el brazo de Colmillo Blanco-, tengo una súplica que hacerle: elija usted a Alain Robert…

-¡Como!

- ¡No buscará usted, me figuro, un padrino que haga regalos, ni un oficial de la Legión de Honor! Así mata usted dos pájaros de un tiro: escoja a este niño que no tiene a quien querer…

Señor Lamy –dijo lentamente Colmillo Blanco-, no se puede dar lo que no se tiene. La justicia humana, la horrible lógica humana es así. El pequeño Alain Robert no tiene nada que dar…

- Olvida usted un detalle –observó el juez con voz conmovida-; olvida usted a Dios… ¡Y Él se burla de la lógica humana! Si no existiera la esperanza, ¿qué hago yo aquí esta noche? Comprendo, tiene usted razón; pero razón a la manera de los médicos, de los psiquiatras y de los psicólogos: es decir, nueve veces de cada diez. ¡Pero y la “décima probabilidad”, querido!; la décima probabilidad que se llama la Gracia, si no la buscamos hombres como usted y como yo, ¿quién la buscará…? ¿Le importa a usted tanto dar la razón a este mundo, tal como es? ¿Y cómo quiere usted probarles la existencia de Dios, la libertad de los hijos de Dios, si no admite ningún riesgo, si usted no da de vez en cuando un paso en falso contra sus certidumbres y su desesperación? Nosotros no somos más que instrumentos, conscientes o inconscientes. Pero ¿de quién? Esa elección es lo que se llama libertad, Colmillo Blanco. ¿Prefiere usted estar al servicio de la Esperanza y de la Confianza o al servicio de las estadísticas y de los “ya lo había dicho”? Pero le aseguro a usted que Alain Robert necesita cariño…

- ¡Sí; necesita ser querido!

- Ser querido y protegido por los mayores: amar y proteger a otro más pequeño. Y le aseguro a usted también –añadió con mucha calma- que está al borde de la desesperación, y que Pascual, con sólo un día de edad, puede salvarle mejor que usted y que yo. Hable de esto a Mamy… ¡Vaya, se acabó el sermón! –dijo el señor Lamy, levantándose.

Colmillo Blanco se dirigió a la puerta.

-¿Adónde va usted?

- A la enfermería, a hablar con el maestro Roberto.

- Debe estar durmiendo…

- ¡Dormirá mañana! Cada hora que pasa tiene un valor extraordinario.





Autor: Gilbert CESBRON
Título: Perros perdidos sin collar
Editorial: Encuentro, Madrid, 2015
Pp. 262-263