Misiones de los santos ángeles


LA UNIDAD ESPIRITUAL ENTRE ÁNGELES Y HOMBRES

Lo propio del hombre según la Biblia es ser el nexo entre la creación material (el cosmos) y esa otra dimensión de la creación divina que nos revela la Palabra de Dios: la creación invisible. Hay un vínculo misterioso y muy importante y profundo entre la creación espiritual -el mundo de los ángeles- y la creación material –nuestro universo.

En la Antigüedad y en las culturas primitivas el hombre tenía la percepción confusa, a menudo ingenua, a veces mágica, de una comunión profunda, a través de su cuerpo, entre él mismo y todo el mundo que le rodea, comunión hecha de armonías y de correlaciones. Esta convicción constituye el fondo común de todas las religiones naturales, en las que el cosmos material que el hombre habita es representado como gobernado y sostenido por un mundo espiritual que casi todas las culturas han llamado “cielo”.

Para la Escritura y para la Tradición de los Padres lo que nosotros llamamos el cosmos es como una franja de materia en los bordes del inmenso universo cualitativo que constituye la creación espiritual. El cosmos visible no es sino la parte emergente de un iceberg cuya inmensa masa permanece invisible. Nuestro universo visible está llevado por otra parte de la creación, en la que las perfecciones espirituales que aquí están impresas en la materia existen allí en una forma perfectamente espiritual.

Y lo mismo vale de las libertades. La Sagrada Escritura nos presenta siempre el pecado del ángel y la adopción del hombre como imbricadas la una en la otra. Porque para ella no existe una aventura espiritual de los ángeles que sería como un prefacio de la historia humana y después una aventura espiritual de los hombres que sería como su conclusión. Para la Escritura sólo hay una creación, un único designio creador, una única historia santa. La aventura espiritual de los ángeles y la de los hombres están inextricablemente vinculadas entre sí, para nuestra alegría y para nuestra tristeza; de hecho son la misma aventura; juntos, los ángeles y los hombres, hemos pecado. Y es en la salvación de Cristo donde los hombres nos podemos reintegrar en la familia de los primogénitos, es decir, de los ángeles que han aceptado desde el principio el designio amoroso de Dios sobre su creación.

La existencia de los ángeles nos permite percibir mejor la “insondable riqueza de Cristo” (Ef 3,8), para comprender mejor “en unión con todos los santos, cuál sea la anchura, la longitud, la altura y la profundidad” del “Misterio” o eterno designio del Padre (Ef 3,18). Y así constatamos que “Dios es mayor que nuestro corazón” y nos libera de las angosturas del racionalismo para llevarnos a la contemplación de estas “realidades invisibles” cuya existencia proclamamos en el Credo, y que nos recuerdan que la amplitud del designio divino va más allá de lo “humano”. Los Santos Padres, en los primeros siglos del cristianismo, tenían un sentido muy vivo de que la historia de la humanidad forma parte de una historia del espíritu mucho más amplia. La historia humana tiene una importancia limitada si la referimos a los espacios cósmicos. Sólo adquiere sus verdaderas dimensiones cuando comprendemos que la humanidad forma parte de un cosmos espiritual inmenso, compuesto por distintos mundos espirituales, entre los cuales nuestra Humanidad no representa más que un mundo determinado.

EL PAPEL DE LOS ÁNGELES EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN

Los ángeles y los hombres forman un solo y único universo, una pluralidad estructurada, ordenada, cuyos miembros, a través de su actuación, entretejen entre ellos múltiples vínculos interpersonales, que refuerzan su unidad. Todo lo que ocurre en el universo de los ángeles tiene repercusiones en el universo de los hombres, como también inversamente, aunque se trata de dos tipos asimétricos de influencia según la diferencia de dignidad ontológica entre los ángeles y los hombres. Jesucristo es la cabeza tanto de los hombres como de los ángeles, puesto que san Pablo afirma que él es “la Cabeza de todo Principado y de toda Potestad” (Col 2, 10). Tanto los ángeles como los hombres pertenecen a una sola y misma sociedad espiritual, a una sola y misma Iglesia; comulgan en una misma caridad y esperan comulgar en una misma felicidad eterna, tal como explica santo Tomás.

“Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización sea sirve también del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios Todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio”, afirma el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 306). Cuanto más cercana de Dios está una criatura, cuanto más perfecta y elevada está en la jerarquía de los seres, más importante es su colaboración en la ejecución de los designios amorosos de Dios. Los ángeles, que ocupan el lugar más elevado en la escala ontológica de las criaturas, desempeñan un papel eminente en el gobierno divino del mundo. La finalidad última de este gobierno divino del universo es que las criaturas espirituales, ángeles y hombres, a las cuales están ordenadas las criaturas puramente corporales, alcancen la felicidad de la plena comunión con las Personas divinas. La actividad que los ángeles y los demonios desarrollan tiene como finalidad colaborar con este designio de salvación (los ángeles) o bien oponerse a él (los demonios).

MISIONES DE LOS SANTOS ÁNGELES

Los ángeles aparecen como enviados por Dios para guardar a los hombres (Gn 24,7). Los salmos y el libro de Tobías desarrollan mucho este tema. Se tiene la impresión de que el hombre es especialmente puesto bajo la protección de Dios cuando está solo, cuando carece de su entorno de amor natural (familia, país); entonces Dios le da esa familia espiritual que son los ángeles. También Jesús en su soledad fue servido por los ángeles (Mt 4,11).

Los ángeles son también intercesores nuestros ante Dios (cf. Za 1,12; Jb 33,23-24).

Son también intérpretes de nuestra oración en presencia de Dios. Ellos que contemplan el designio de Dios directamente pueden dar la interpretación correcta a nuestras peticiones que siempre están hechas desde nuestro conocimiento parcial y oscuro del plan de Dios El ángel es un abogado que recuerda a Dios su promesa y su fidelidad hacia nosotros (cf. Jb 33,23) y que se apiada de nosotros (cf. Jb 33,24). Como es obvio este papel es propiamente el del Espíritu Santo, del cual los santos ángeles son servidores. En Tb 12,12 vemos a Rafael llevando las oraciones. En Ap 5,8 y 8,3ss vemos a los ángeles presentando las oraciones de los santos. Aunque no hemos de olvidar que este ministerio no es en absoluto necesario, pues Dios no necesita de ninguna “traducción” para interpretar el justo sentido de nuestras plegarias.

Los santos ángeles son también sanadores como se ve en el libro de Tobías (3,17; 12,15) y también en la piscina de Betesda (Jn 5,4).

Son doctores en el sentido de que explican al hombre la voluntad de Dios. En el judaísmo tardío se afirmaba que la misma Ley fue dada por ministerio de ángeles (cf. He 7,38. 53; Ga 3,19; Hb 2,2). Gabriel explica los designios de Dios a la Virgen María (Lc 1,19-26). También es un ángel quien hace lo mismo con San José (Mt 1,20-24 y Mt 2,13-19), y son también ángeles quienes lo proclaman cantando en Belén (Lc 12,9-14).

A veces hacen el papel de consolador, como lo hicieron con Jesús en Getsemaní (Lc 23,43), con las mujeres en la mañana de la Resurrección (Mt 28,5 y paralelos) y con los discípulos en la Ascensión del Señor (He 1,10).

Son nuestros asistentes en la hora de la muerte (cf. Lc 16,22) como lo suplica la liturgia: In paradisum deducant te angeli y también acompañarán a Cristo en su Parusía y en el juicio final (Mt 25,31).

Guardianes de la santidad divina

Si la misión primaria de los santos ángeles es la alabanza divina, la liturgia celeste, su misión secundaria es la de preservar, defender y guardar todo lo que es de Dios y lo que a Él se refiere. Son los guardianes de la santidad, o sea, de la consagración, y por lo mismo velan por todo lo que está consagrado. Ante todo, impiden que algo impuro se aproxime a Dios. Por eso después de cometido el pecado original, se colocó un Querubín a la entrada del Paraíso perdido –que es el mundo de la Gracia- para cerrar el paso con su espada flamígera, la cual representa el fuego del Purgatorio, el de la santidad, que repele toda imperfección y consume todo pecado. Ellos hacen compañía a Dios en sus teofanías terrestres, para impedir que llegue a Él algo contaminado.

De la misma manera que rodean a Dios y custodian su santidad, los Ángeles velan por todo lo que Le está consagrado, cercándolo también como de un muro de fuego, de un aura misteriosa, de un halo de lejanía y majestad. También son ellos los que llenan los templos, las Casas de Dios. Son asimismo los guardianes de los templos espirituales de las almas, los Ángeles de su Guarda, y ellos son los que circundan la pureza de los niños de esa irradiación protectora: “Tened cuidado de no escandalizar a ninguno de estos pequeños porque sus ángeles, en el cielo, contemplan siempre la Faz de Dios”.

La misión cósmica de los santos ángeles

La Sagrada Escritura nos presenta a los santos ángeles como los agentes de la economía cósmica: Dios gobierna el mundo mediante sus santos ángeles. Si preguntamos a la Sagrada Escritura de qué modo el aire, el agua, la tierra, el fuego y todos los elementos cósmicos se comportan, la respuesta que ella nos sugiere es que su obrar está regulado por esos ministros de Dios que son los santos ángeles, que se comportan como “vientos” y que actúan como “llamas de fuego”, tal como afirma el salmo 103 (v. 4): “los vientos te sirven de mensajeros, el fuego llameante de ministro”. Los acontecimientos que nosotros atribuimos normalmente al azar, como el tiempo atmosférico, o a la naturaleza, como el sucederse de las estaciones, son contemplados, en la Sagrada Escritura, como unos “deberes”, como unas “misiones”, que Dios ha encomendado a sus santos ángeles. Es un ángel el que confiere el valor medicinal al agua de la piscina de Betesda y no hay ninguna razón que nos impida dudar de que lo mismo ocurre con todas las aguas medicinales del mundo: su calidad terapéutica es la obra de un servidor invisible. En el Apocalipsis leemos: “Después de esto vi a cuatro Ángeles de pie en los cuatro extremos de la tierra, que sujetaban los cuatro vientos de la tierra, para que no soplara el viento ni sobre la tierra ni sobre el mar ni sobre ningún árbol” (7,1). Las llamaradas de fuego, los rayos y los truenos del monte Sinaí, son también atribuidos a los santos ángeles, según afirman San Pablo (Ga 3,19) y San Esteban (He 7,53).

Los santos ángeles son también los ejecutores de la venganza divina: los dos ángeles que salvaron a Lot y su familia fueron los responsables del fuego que provocó la destrucción de Sodoma y Gomorra (Gn 19,3). La destrucción del ejército de Senaquerib fue provocada por un ángel tal vez mediante la peste (2Re 19,35). La peste en Israel, provocada por el pecado de David y elegida por él mismo como penitencia, fue también obra de un ángel (2Sm 24,15-17), así como el terremoto de la resurrección del Señor: “De pronto se produjo un gran terremoto, pues el Ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella” (Mt 28,2). En el Apocalipsis la tierra es castigada de diferentes maneras por ángeles encargados de la venganza divina: “Y el Ángel tomó el badil y lo llenó con brasas del altar y las arrojó sobre la tierra. Entonces hubo truenos, fragor, relámpagos y temblor de tierra” (8,5); “Tocó (la trompeta) el primero (de los siete ángeles) (…) Hubo entonces pedrisco y fuego mezclados con sangre, que fueron arrojados sobre la tierra” (8,7).

Según la Sagrada Escritura, el curso tan maravilloso, bello y temible de la naturaleza, se efectúa gracias al ministerio de los santos ángeles. Dios gobierna el mundo a través de ellos. Con esto la Escritura no pretende enseñarnos cuál es la naturaleza de la materia, sino sencillamente decirnos que, de la misma manera que el gobierno de nuestro cuerpo depende de nuestra alma, así también el gobierno del mundo depende del ministerio de los santos ángeles. Así se comprende que fuera un ángel quien recibiera la orden de cambiar la naturaleza de las llamas para que no dañaran a los tres jóvenes israelitas que Nabucodonosor encerró en el horno ardiente, y que los tres jóvenes convocaran a todas las criaturas y en especial a los ángeles, a bendecir al Señor (cf. Dn 3,51-90).

El ministerio cósmico de los ángeles nos invita a una nueva manera de contemplar la naturaleza. A no ver en ella únicamente la realización mecánica de unas leyes naturales, sino a descubrir detrás de cada bello paisaje y de cada fenómeno cósmico la presencia y el ministerio de los santos ángeles. Cuando el rey David vio al ángel del Señor con la espada desenvainada dirigiéndose hacia Jerusalén, él y todos los ancianos cayeron rostro en tierra (1Cr 21,16). Así también nosotros, cuando discutimos de manera científica sobre el mundo natural, cuando catalogamos los seres del mundo y estudiamos sus propiedades, debemos hacerlo religiosamente, como estando en presencia de grandes servidores de Dios, con esa especie de desconfianza y de temor reverencial que experimentamos cuando hablamos de estos temas delante de sabios y científicos de nuestra raza mortal; porque al ocuparnos del mundo nos estamos ocupando de una realidad que está gobernada por estos seres inteligentísimos, que no han conocido nunca el pecado, que son los santos ángeles. Pues el cristiano debe vivir siempre en la conciencia de que su vida transcurre en presencia “de Dios, de Cristo Jesús y de los ángeles escogidos” (1Tm 5,21).

Los santos ángeles y la liturgia cristiana

La liturgia de la Iglesia es esencialmente participación en la liturgia celeste. Pues en el cielo se celebra ininterrumpidamente una liturgia de alabanza y de acción de gracias, como nos narra el libro del Apocalipsis. De esa liturgia son ministros principales los santos ángeles, empezando por los ángeles del trono de Dios, que proclaman Su santidad. Dicha liturgia incluye el canto del Sanctus, himnos de victoria, salmos (cf. Ap 19,6), el “cántico nuevo” y el canto del Alleluia, así como el Amén. En ella participan los veinticuatro ancianos, que simbolizan el Israel espiritual, es decir, la Iglesia: ellos repiten la alabanza de los ángeles del trono (el Trisagio).

El culto de la Iglesia celeste posee un carácter fundamentalmente político, porque la Jerusalén del cielo es la ciudad de la que Dios es rey. Al asociarse a esa liturgia, la Iglesia terrestre se une a la Iglesia celeste y no reconoce otra soberanía que la de Dios. Por eso los cristianos abandonaron la Jerusalén terrestre que es, al mismo tiempo, ciudad y templo, para acercarse al templo y a la ciudad celestial donde Dios es rey. Abandonando la Jerusalén terrestre, la liturgia de la Iglesia se desvincula del hebreo como lengua sagrada y habla todas las lenguas en el dinamismo de Pentecostés. Como afirma san Agustín, el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia dice: Mea lengua est graeca, mea est syra, mea est hebraea, mea est omnium gentium. Pues la presencia de la gloria de Dios ya no está vinculada al Templo de Jerusalén sino al cuerpo de Cristo resucitado. Como afirma Eusebio en su Demostración evangélica, la gloria de Dios abandonó Jerusalén por el Monte de los Olivos desde donde Cristo subió al cielo, con lo que el Sanctus de los ángeles, que celebra la gloria divina, tiene también que emigrar desde el Templo de Jerusalén, donde Isaías lo oyó, hasta la Jerusalén del cielo donde está Cristo resucitado. Pero como quiera que Cristo resucitado se hace presente en todo lugar donde se celebra la Eucaristía, ahora quedan modificados los términos de la visión de Isaías y la gloria de Dios ya no habita en el Templo de Jerusalén, sino en el cuerpo de Cristo resucitado, que está en el cielo y también en la tierra, mediante su Iglesia. De modo que ahora la gloria de Dios llena “el cielo y la tierra”, como cantamos en el Sanctus de la liturgia eucarística.

La presencia de los santos ángeles en la liturgia tiene como función el poner de relieve el carácter oficial del culto, la verdad de la presencia de Cristo como Pontífice y Sacerdote único. Hay un texto de Orígenes que expresa esta verdad de manera muy gráfica: “Cuando los ángeles vieron que el príncipe de la milicia celestial moraba en la tierra, tomaron el camino que éste les había abierto siguiendo a su Señor y obedeciendo a la voluntad de Aquel que los destinó como custodios de quien cree en Él. Los ángeles están, por tanto, al servicio de tu eterna salvación. Han sido asignados al Hijo de Dios para seguirlo. Y entre ellos se dicen: si Él ha descendido a un cuerpo, no permanezcamos inoperantes. Bajemos todos del cielo. Y así resultó que una multitud de la milicia celestial alababa y glorificaba a Dios cuando nacía. Todo está lleno de ángeles”.

Si los ángeles asisten al canto de los salmos (“delante de los ángeles tañeré para Ti”), al momento del matrimonio o de la elección del obispo, de la renuncia al diablo en el bautismo o de la entrada del alma en la ciudad celestial y, por supuesto, a la celebración eucarística, ello significa que todos estos actos son actos oficiales de la Iglesia y no actos privados, actos, por lo tanto, que implican a aquella “ciudad celestial” hacia la que camina la Iglesia militante, pero de la que no es separable. Y por este motivo los ángeles tienen siempre un papel que cumplir en la liturgia cristiana.

Su presencia en la celebración eucarística es continua. Desde el inicio de la misa la comunidad terrestre se humilla por sus faltas, en presencia de toda la corte celestial. Tal es la grandiosa composición de lugar con que da comienzo la eucaristía. A continuación a través del Gloria, que es un himno angélico, la asamblea se asocia a la liturgia del Cielo. Al inicio de la liturgia del sacrificio, todos los prefacios terminan suplicando que se nos permita “asociarnos a las voces del cielo y de la tierra, de los ángeles y de los arcángeles” para proclamar la santidad de Dios. Más adelante, en la Plegaria Eucarística I, el sacerdote suplica: “Que esta ofrenda sea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel”.

Las liturgias orientales son mucho más expresivas. A título de ejemplo oigamos la introducción al Sanctus de la antigua liturgia alejandrina, conocida como liturgia de San Marcos: “Tú te elevas sobre todo Principado y toda Potestad, Fuerza y Dominación, y sobre todo nombre que se nombra no sólo en este mundo, sino también en el venidero. En derredor tuyo mil y diez mil miríadas de santos ángeles y los ejércitos de los arcángeles. En derredor tuyo están los dos seres más venerables, los querubines de múltiples ojos y los serafines de seis alas que con dos alas cubren su rostro y con dos alas cubren sus pies y vuelan con dos alas. Alabando a Dios con incesante voz, sin callar nunca, proclaman uno a otro el himno de victoria tres veces santo clamando, glorificando, exclamando y diciendo a mayor gloria tuya: Santo, Santo, Santo…”. También San Juan Crisóstomo dice a los cristianos que regresan de la celebración eucarística a sus casas: “Piensa en qué misterios te ha sido dado participar, tú que estás ya iniciado, con quiénes ofreces aquel místico canto, con quienes entonas el himno tres veces santo. Demuestra a los profanos que has danzado con los Serafines, que perteneces al pueblo celestial, que formas parte del coro de los ángeles, que has conversado con el Señor, que te has reunido con Cristo”.