Danos hoy nuestro pan de cada día


LA DIFICULTAD ACTUAL DE HACER ESTA PETICIÓN

Quizá sea ésta la petición del padrenuestro más difícil de hacer para nosotros. Porque esta petición nos enseña que nuestra vida ha de estar construida en la súplica, en la concesión y en la acción de gracias; y eso no es fácil de entender para nosotros, los hombres actuales, que somos hijos de la modernidad. 

La imagen del mundo de la Sagrada Escritura, desde la que habla Jesús, ve el mundo, sencillamente, en la mano de Dios. No sabe nada de leyes naturales, sino que lo que ocurre procede directamente de la iniciativa divina. Cuando llueve, es él quien bendice los campos. Cuando los animales reciben su alimento, es él quien se lo da. Si a un hombre le ocurre algo dificultoso, es una prueba del Señor del mundo. Si le va bien, es que él lo ha dispuesto así.

Pero luego el mundo se distanció de ese modo inmediato de comprenderse a sí mismo. Se formó el concepto de ley natural, el mundo se volvió un conjunto de cadenas de causalidad que se desarrollaban por sí. Ahora se había vuelto mucho más difícil decir que Dios daba lo que, según la continua experiencia, provenía de las relaciones del mundo. El mundo fue declarado “autárquico”, suficiente para sí, y el hombre, “autónomo”, señor de sí mismo y del mundo.

Con eso la petición perdió su obviedad. En lugar de la petición humana y de la concesión divina, apareció el concepto moderno de trabajo, cuyo esfuerzo produce su resultado en una proporción calculable en cada caso. Ahora ya no parecía quedar lugar para la súplica. Y con esto desapareció algo más: la gratitud. Entonces la vida se tornó dura, íntimamente dura, como no puede menos de ser cuando se trata de derecho y de cálculo. Y penetró en ella una profunda falsedad, porque al subrayar el aspecto de esfuerzo, de planificación y éxito, se olvidó que la condición inicial de la vida incipiente -como se ve en la vida del niño- es la de un cuidado y una donación que se recibe gratuitamente y que realizan sus padres. Antes de que trabajemos hemos recibido el poder absoluto de trabajar y de lograr algo, que se nos ha dado por gracia. El intento de los totalitarismos de fundar la moralidad humana en el trabajo como fuente de nuestra existencia (Arbeit macht frei) es falso, tan falso como el concepto de éxito como única medida del valor humano. En realidad lo que sostiene la existencia es, en lo más hondo, donación y agradecimiento.


EL SENTIDO DE ESTA PETICIÓN

El que le pidamos a Dios nuestro pan, no significa que renunciemos al trabajo y que pretendamos que Dios nos envía directamente desde el cielo el alimento. «”Ora et labora” (cf. San Benito, reg. 20; 48). “Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros”» (CEC 2834).

El que el Señor nos haya mandado pedir “el pan”, nos recuerda nuestra condición creatural, esta “pasividad radical” por la que “hemos recibido” el ser (no nos lo hemos dado). Eso significa que nuestro ser es un don, es una gracia, y que tenemos una fragilidad que nos constituye: del mismo modo que no nos hemos dado el ser a nosotros mismos, tampoco podemos asegurarnos nosotros solos “el pan” que necesitamos para mantenerlo, para seguir siendo. 


Al inculcarnos la petición del pan, el Señor nos está recordando estas verdades y nos está invitando a entrar plenamente en la humildad y en la confianza que ellas exigen: 

- la humildad porque no soy yo mismo la fuente de mi ser, ni tampoco puedo yo solo asegurarme “el pan” que necesito para mantenerlo; 

- la confianza porque la fuente de la que procedo es Dios y Dios es Amor (1Jn 4, 8) y en consecuencia, como afirma san Pedro, puedo confiarle todas mis preocupaciones porque “él se interesa por nosotros” (1Pe 5, 7). 


LA PROVIDENCIA

“Que Dios se interesa por nosotros”, como afirma san Pedro, expresa el cuidado amoroso que Dios tiene de cada hombre. Y ésa es la idea de providencia que nos ha inculcado Jesús y que es distinta de la idea filosófica de providencia que tuvo la Antigüedad y la Ilustración y la manera propia de Jesús.

La manera “filosófica” de entender la providencia es: Dios lo ha ordenado todo según la verdad. Ha dado su esencia a todos los seres, tanto a los inanimados como a los vivos, a la planta, el animal y el hombre. Cada dominio está en su orden, y los diversos órdenes, a su vez, se relacionan entre sí. El conjunto de todas las ordenaciones, por su parte, forma la sabiduría del universo. Si el hombre la comprende, si la acepta y se confía a ella, entonces vive en la providencia. Según eso, “providencia” significa el conjunto de sentido de la existencia establecido por Dios.

Con esa idea de providencia, el hombre queda situado en una ordenación impersonal, que aunque es justa, no es aquello que con lo que el mensaje de Jesús nos toca el corazón, cuando nos habla del abandono a ella. Pues aquí falta lo esencial, que es lo que Jesús nos anuncia: que Dios, que todo lo sabe y puede, está ligado amorosamente a cada hombre individual y cuida de él; de modo que si una hombre se dirige hacia él con confianza y le dice: “Padre, necesito esto”, entonces él se lo da. Pero para ello es absolutamente necesaria una determinada actitud de la libertad del hombre: la fe, es decir, la opción por la que uno hace de Dios y de su Reino “lo primero” en la propia vida. 

Cuando un hombre es capaz de vender todos sus bienes y de comprar el campo en el que está enterrado el tesoro del Reino de Dios (Mt 13, 44), o de vender todo lo que tiene para comprar la perla fina del Reino de Dios (Mt 13, 45-46), entonces ese hombre -que es el creyente- descubre asombrado que las cosas florecen en torno a él, que el mundo se abre y que no hay ninguna situación absolutamente cerrada para él, porque él puede dirigirse en cualquier momento al Padre del cielo y suplicarle “el pan” y entonces Dios se lo da pasando por encima de todas las ordenaciones naturales; de modo que el milagro existe y forma parte de las obviedades de la existencia creyente.


DANOS 

La incapacidad para asegurar con toda certeza el pan que necesitamos nos puede conducir a la angustia o a la confianza. El Señor, con esta petición, nos indica que el camino correcto es la confianza. El Catecismo de la Iglesia Católica explica: «“Danos”: es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. “Hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45) y da a todos los vivientes “a su tiempo su alimento” (Sal 104,27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad» (CEC 2828). En esta petición surge la imagen de Dios Padre como el gran amo de casa del mundo, que se preocupa de los suyos, para que puedan estar seguros cuando se acercan a él con confianza y le ruegan que les dé lo que les hace falta. 

La voluntad del Padre es dar pan a sus hijos. Pero desea que sus hijos se lo pidan, que tomen conciencia de la necesidad que tienen del alimento para no perecer. Él está completamente dispuesto a dárselo, pues desea que vivan: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan” (Lc 11, 9-13).


HOY

De los tres tiempos verbales, el pasado, el presente y el futuro, en el cristianismo el más importante es el presente, el “hoy”, el “ahora”, ya que Cristo ha asegurado su presencia en medio de nosotros todos los días: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Por lo tanto el cristiano, para encontrar a Dios, no tiene que remontarse a un pasado mítico, en el que los dioses y los hombres vivían juntos (como en el paganismo), ni esperar la venida del futuro Mesías (como en el judaísmo), sino acoger el don de Dios, que, en Cristo, por Él y con Él, se le da cada día, tal como nos enseñó el Señor: “Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal” (Mt 6,34). Porque cada día tiene también su propia gracia, porque cada día está Dios con nosotros y nos está amando y está dispuesto a darnos su gracia para afrontarlo.

Al pedirle al Padre que nos dé “hoy” el pan, le estamos pidiendo que se haga realidad en nuestra vida hoy mismo, todo lo que el pan significa, que es, como vamos a ver, mucho más que la simple subsistencia corporal: es Cristo, el “pan vivo bajado del cielo” (Jn 6, 51), es el Reino de Dios. La petición del pan incluye todo lo que los discípulos de Jesús necesitan para el cuerpo y el alma. Incluye, pues, el pan corporal, pero no se contenta con él. Esta petición suplica que las fuerzas y los dones del mundo futuro de Dios actúen hoy en nuestra la vida diaria, con lo que estamos suplicando la santificación de la vida ordinaria. Este “hoy”, situado al final de la petición significa: en un mundo de alejamiento de Dios, y de hambre y sed, ¡danos el pan de vida ahora ya, aquí ya, hoy ya! 


EL PAN

(Qué se significa con la palabra “pan”: su significado básico)

Hay que pedir las cosas necesarias para nuestra subsistencia, y esas cosas están precisadas y reunidas en esta palabra: el pan. El pan representa un alimento completo, es como una palabra poética destinada a expresar todo aquello sin lo cual no podría continuar la vida, todo lo que es necesario para mantenernos viviendo humanamente. El pan es todo lo que me hace vivir. Y eso comporta no sólo la fuerza física para trabajar, sino también la libertad, el afecto, la esperanza. Que yo esté vivo supone un entrecruzamiento increíble de circunstancias favorables acumuladas durante decenas de años. Porque podría haber muerto a causa del hambre, de la guerra, de un accidente, de un problema cardíaco, de un cáncer, de la desaparición de una persona cuyo rostro, cuya voz, cuya oración, es para mí esencial; podría, incluso, haber muerto a causa de la tristeza de verme privado de mi lengua materna, de la libertad de mi patria, de mi dignidad. “El pan” es, pues, todo lo que hace posible que yo siga viviendo. 

El Señor nos invita a pedirlo como una gracia, como un don, a tomar conciencia de que, de hecho, todo eso es una gracia, es un don, y, por lo tanto, algo que no depende de mí, de mi actividad, de mi industria: no vivo sólo de mis fuerzas, de mi empeño en vivir, sino de una serie de realidades que no dependen de mi libertad, sino que me son dadas. Al pedir el pan de cada día, el pan de hoy, es como si pidiéramos el hoy, como si dijéramos: danos el hoy. Si tú quieres, Señor, retírame el hoy, retirándome el pan: moriré hoy. Como Job, yo diré: “Desnudo salí del seno de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor” (Jb 1, 21).

(Los dos significados de la palabra “pan”)

En la enumeración rápida de las cosas que necesitamos para vivir, vemos enseguida que hay cosas muy “materiales” (el aire, el agua, la comida, el trabajo, el dinero) y cosas más “espirituales” (una lengua, la libertad, la presencia y la compañía de aquellos que amo etc.). De modo que “el pan” designa una gama muy amplia de cosas que comprende desde realidades físicas hasta realidades espirituales. Así lo dijo el Señor: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3; Mt 4,4). Al pedir el pan estamos pidiendo toda la gama de cosas que necesitamos para vivir, tanto las más materiales como las más espirituales. Porque el hombre es un ser corporal y espiritual a la vez, y todo lo material posee en él una repercusión espiritual y viceversa. Por eso, con gran realismo, la Escritura, ya en el antiguo Testamento, nos enseñó a orar pidiendo tanto lo uno como lo otro: “Dos cosas te he pedido, no me las niegues antes de mi muerte: Aleja de mí falsedad y mentira; no me des pobreza ni riqueza, asígname mi ración de pan; pues, si estoy saciado, podría renegar de ti y decir: «¿Quién es Yahvé?», y si estoy necesitado, podría robar y ofender el nombre de mi Dios” (Prov 30, 7-9).

(No separarlos)

Jesús no opuso nunca estos dos aspectos del pan, sino que, al contrario, los unió, haciendo del pan material el signo del pan espiritual. El pan ofrecido por él cuando se sentaba a la mesa con publicanos y pecadores, era pan de cada día y, sin embargo, era también algo más, era el signo del pan de vida. El pan, que partió a los suyos en la última cena, era pan terreno y, sin embargo, algo más: su cuerpo entregado a la muerte por todos, participación en la eficacia expiatoria de su muerte. Cada comida de sus discípulos con él era una comida ordinaria y, sin embargo, algo más: banquete de salvación, banquete del Mesías, figura y anticipación del banquete escatológico. Así era aún en la comunidad primitiva: sus diarias comidas comunes eran comidas ordinarias y, sin embargo, a la vez “cena del Señor”, que creaba comunidad con él y entre todos los comensales. 


NUESTRO PAN


La expresión “nuestro pan” designa el pan que es “uno” para “muchos”, en el fondo para toda la humanidad. Por eso esta petición “llama a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre Lázaro (Lc 16-19-31) y del juicio final (Mt 25, 31-46)” (CEC 2831). Por lo tanto esta petición nos recuerda a los cristianos nuestro deber de compartir el pan, tanto el pan de los bienes materiales, como el pan vivo bajado del cielo, que es Cristo. “La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (cf. 2 Co 8, 1-15)” (CEC 2833).

Pero la expresión “nuestro pan” indica también un pan característico y propio de los cristianos, de los discípulos de Jesús. Este “pan” tiene tres significados:

a) La palabra de Dios, tal como se desprende de las tentaciones de Jesús en el desierto, donde se menciona la respuesta del Señor al tentador que le sugiere convertir las piedras en panes: “No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Lc 4,4; Mt 4,4). El sino de san Mateo da a entender que la palabra de Dios es también un “pan” y que es de naturaleza superior al pan material. Los discípulos necesitan de esa palabra para nutrir diariamente su vida cristiana y, en ese sentido, esa palabra es su “pan cotidiano” absolutamente necesario para subsistir “hoy” y “cada día”.

b) El pan eucarístico que Jesús entregó a los discípulos diciéndoles que era “su cuerpo”. Así lo entendieron las primeras comunidades cristianas, de las que se nos dice que acudían asiduamente a la fracción del pan y todos los días “partían el pan por las casas” (Hch 2, 42. 46). Por lo demás el pan diario suplicado como don del Padre evoca irresistiblemente, en la redacción de Lucas, el don divino del maná, que el pueblo de Israel debía recoger “cada día” (Ex 16, 5: LXX). La comunidad cristiana, verdadero Israel, camina por el desierto del mundo, hacia la tierra prometida de la Jerusalén celeste, “acudiendo asiduamente… a la fracción del pan” (Hch 2,42), partiendo “cada día el pan por las casas” (Hch 2, 46).

c) El don del Espíritu Santo, porque hay un marcado paralelismo, en Lucas, entre la exhortación a pedir al Padre el don del “pan cotidiano” (Lc 11,3) y el don del “Espíritu Santo” que ciertamente el “Padre celeste” dará a los que se lo pidan (Lc 11, 13). El Espíritu es “la fuerza de lo alto” (Lc 24, 49; Hch 1, 8), mediante la que los discípulos son robustecidos a raíz del bautismo (Hch 1, 8; cf. Hch 2, 38; 10, 44-48; 19, 5-6) para ser testigos del Señor resucitado “desde Jerusalén… hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8).


DE CADA DÍA 

(la subsistencia esencial)

Lo que nosotros traducimos “de cada día” en el texto griego es epioúsios, y éste es el único lugar del Nuevo Testamento en que aparece esta palabra. Epiousios es una palabra griega que está compuesta de dos partes: “epi” y “ousia”. “Ousia” significa sustancia y su traducción latina sería “esencia”. La palabra griega “epiousios”, tomada al pie de la letra significa “lo más esencial”. Así lo que estamos pidiendo a Dios es: “danos nuestro pan más esencial, danos nuestro alimento más esencial, danos lo que realmente necesitamos”. Por tanto, lo que pedimos entonces es “danos lo absolutamente necesario, y sólo eso, que no haya nada de accidental, dame sólo lo que necesito”.

(La sobriedad)

Cuando le decimos a Dios “danos hoy nuestro pan de cada día”, le pedimos que nos dé sus dones y, además, que nos demos cuenta de qué es lo esencial y qué no lo es para el día de hoy, que no nos creemos falsas necesidades, que nos baste con lo que cada día necesitamos para vivir: en lo material, lo justo, y en lo espiritual, la Eucaristía. Señor, sólo quiero lo esencial, no quiero más. “Danos hoy nuestro pan de cada día” es como decir “quiero vivir sólo con lo necesario, quiero que me concedas sólo lo que necesito y me concedas conformarme con lo que me das y lo que soy”.

Santo Tomás explica que, en esta petición, estamos pidiendo a Dios que nos libre de cinco pecados:

1) El apetito desordenado que pide para mí cosas que exceden a mi estado y condición. Se trata del deseo inmoderado de ser lo que no soy, del deseo inmoderado de poseer lo que no tengo y que además no es necesario para la salvación.

2) Desear o incluso hacerse con bienes temporales, perjudicando a otros. Santo Tomás piensa en el robo, pero también en el deseo de tener lo que no es mío, y, sobre todo, en el deseo de lo que no es sustancial y fundamental para alcanzar la santidad.

3) La excesiva solicitud, que se refiere a los que nunca están contentos con lo que tienen, sino que siempre están “solicitando” otra cosa. Hay personas sencillas que son felices con lo que tienen; pero hay otras que siempre están insatisfechas.

4) La inmoderada voracidad, o sea, los que consumen al día más de lo que deben. Por eso le pedimos a Dios el pan “de cada día”, para no excedernos.

5) La ingratitud por la que no agradezco al Señor lo que tengo. 

El afán desordenado de posesión de bienes es algo que está en el hombre y contra lo que el Señor nos advirtió en la conocida parábola del rico que edificó unos graneros más grandes para reunir su trigo y sus bienes, y que se dijo a sí mismo: “Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea. Pero Dios le dijo: ¡Necio, esta misma noche morirás; ¿para quién será lo que has acaparado?” (Lc 12, 19-20). Pues esto es lo que nos dice el Señor cuando ambicionamos los bienes que no son sustanciales. Cuando uno le dijo: “Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo” (Lc 12,13), el Señor no sólo se negó, sino que advirtió: “Guardaos bien de toda codicia; que, aunque uno esté en la abundancia, no tiene asegurada la vida con sus riquezas” (Lc 12, 15).