El misterio de la singularidad de cada hombre

Nacimiento de Magdalena, mi segunda hija. Siendo el hombre inmortal, cada nacimiento es un nuevo abismo. Abismo sobre Dios, sobre el Infinito, sobre lo Irreparable, sobre lo absoluto…

La personalidad, la individualidad humana escrita y firmada por Dios sobre cada rostro, y algunas veces impresa de un modo formidable sobre el de un gran hombre, es cosa del todo sagrada, cosa para la Resurrección, para la vida eterna, para la Unión beatífica. Cada fisonomía humana es una puerta muy particular del Paraíso, imposible de confundir con las otras y por la cual no entrará más que una sola alma… La personalidad, la individualidad, es la visión particular que cada hombre tiene de Dios.

En lo absoluto, todo hombre tiene su misión, al igual que toda planta tiene su virtud, bienhechora o maligna. No se sabe siempre cuál es esta misión y, de saberse, es en raras ocasiones. Sin embargo la misión es segura. Pero sucede que la mayoría de las veces aborta. Un grano germina sobre millones de granos confiados a la tierra. ¡Cuántos poetas, cuántos artistas, cuántos santos se pudrieron en vano en el estercolero de la política o de los negocios! ¡Y cuántas sorpresas cuando todo será revelado!

El hombre, mísero de él, cree saber quién es, porque sabe el nombre de su padre y el que ha recibido en el bautismo, aunque no sabe el de su alma y, en consecuencia, se ignora a sí mismo con una ignorancia infinita. Ése es el secreto de Dios y, hasta la muerte, nuestra identidad nos es desconocida e impenetrable (…) Cuando un alma es suficientemente profunda para comprender esta ignorancia, le queda felizmente el recurso de las lágrimas, y entonces tiene la visión crepuscular de la identidad de todos los hombres con el nuevo Adán, que es Nuestro Señor Jesucristo.

Se puede vivir sin pan, sin vino, sin techo, sin amor, sin felicidad; pero no se puede vivir sin Misterio. La naturaleza humana exige esa dependencia.

Sé paciente y dulce hacia ti mismo. Es infinitamente probable que Dios no hará nada de lo que tú sueñas. Lo hará mejor.

No hay más que un dolor, haber perdido el jardín de las Delicias, y no hay otra esperanza ni otro deseo que recobrarlo. El poeta lo busca a su manera y el más sucio disoluto lo busca a la suya. Es el objeto único. Napoleón en Tilsitt y el inmundo borracho recogido en el arroyo tienen exactamente la misma sed. Les falta el agua de los cuatro ríos del Paraíso (…) Decimos cuán legítima es la tristeza de los exilados del Paraíso. En realidad, no hay otra tristeza y a tal conclusión he llegado en La Mujer Pobre. Las almas profundas, las amadas de Dios, son incapaces de vivir sin la compañía de la melancolía. No pueden consolarse de haber perdido el Jardín. Sin embargo, se nos pide más paciencia que a muchos otros.

La verdadera sabiduría consiste en hacer, simplemente, dócilmente, lo que Dios manda a nuestra alma, en hacerlo cómo Él quiere y cuando Él lo quiere.

Siempre he creído que lo que se llama éxito otorga un diploma de mediocridad o un certificado de ignominia, y he escrito mis libros ilegibles para la multitud, sin otra esperanza que llegar hasta algunas almas ignoradas por mí, pero emparentadas misteriosamente con la mía (…) porque a ningún hombre le es dado conocer realmente su verdadera historia.

Habituado a escribir para muy pocos, me basta atraer a una sola alma para considerarme dichoso.

Nada me ocurre, como no sea que tengo sobra de tristeza. Estoy indignado de la mediocridad de mi vida, tan descontento estoy de mí. Me mantengo a una distancia infinita de la santidad, que lo que hace es retroceder.

Cuando morimos, eso es lo que nos llevamos: las lágrimas derramadas y las lágrimas que hemos hecho derramar, tesoro de beatitud o de espanto. Serán estas lágrimas las que nos juzgarán, pues el Espíritu de Dios es siempre ‘llevado sobre las aguas’.

No hay ningún hombre que no sea un santo, virtualmente, y el pecado o los pecados, incluso los más negros, no son más que accidentes que no modifican la sustancia.

“El que cree que hay pecados que no puede cometer, no es cristiano”, Palabras de Absoluto pronunciadas por un verdadero sacerdote.

Léon BLOY, Mis diarios (1892-1917), Les edicions de Bitzac, Palma de Mallorca, 1998

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