Oración de una monja anciana

«Señor, tú sabes mejor que yo misma
que cada día envejezco
y que un día seré anciana.

Guárdame de la presunción
de tener que decir algo en toca ocasión
y sobre cualquier asunto.

Líbrame de la gran pasión
de querer ordenar los asuntos de los demás.

Enséñame a ser reflexiva, pero no cavilosa,
servicial, pero no autoritaria.

En mi inmenso acopio de sabiduría,
me duele no seguir dándola;
pero tú sabes, Señor,
que me gustaría conservar un par de amigos al final.

Guárdame de contar particularidades sin fin;
dame alas para ir al grano.

Enséñame a callar
acerca de mis enfermedades y dolencias;
éstas aumentan, y el gusto por describirlas
crece de día en día, de año en año.
No me atrevo a suplicar el don de escuchar con alegría
los dolores y padecimientos de los demás,
pero enséñame a soportarlos con paciencia.

Tampoco me atrevo a pedir una memoria mejor,
sino algo más de modestia y algo menos de certeza
cuando mi recuerdo parezca estaren contradicción con los de los demás.
Enséñame la gran lección
de que a veces puedo también equivocarme.

Mantenme tan afable como sea posible.
Sé que no soy en absoluto una santa
-¡con algunos santos es tan difícil vivir…!,
pero un viejo cascarrabias es sin dudala obra maestra del diablo.

Enséñame a descubrir en otras personas
talentos inesperados,
y concédeme, Señor, el hermoso don
de hacérselos ver también a ellas.
Amén».

Oración de una monja inglesa del siglo XVII

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