Santa Margarita María Alacoque

Santa Margarita María Alacoque
(1647-1690)

Margarita nació en Vérosvres, a una treintena de kilómetros de Paray-le-Monial, el 22 de julio de 1647, día de la fiesta de Santa Magdalena. A la edad de cinco años, durante una estancia en casa de su madrina, que tenía una hija religiosa en Paray-le-Monial, hizo la primera ofrenda de su vida a Dios: “Oh Dios mío, yo os consagro mi pureza y hago coto de castidad perpetua”. Esta primera ofrenda marca el inicio de su formidable historia de amor hacia el Señor.

A los ocho años de edad murió su padre y su educación fue confiada a las clarisas de Charolles, donde hizo su primera comunión al año siguiente. Comenzó entonces una extraordinaria vida eucarística: Margarita pasaba largos ratos de oración delante del sagrario. Dos años más tarde se apoderó de ella una misteriosa enfermedad que la obligó a abandonar el convento de las clarisas. De esta enfermedad fue curada milagrosamente después de consagrarse a la Santísima Virgen María. En agradecimiento a Ella, cuando recibió la confirmación, añadió a su propio nombre el de María. A partir de entonces se la conocerá como Margarita María.

La juventud de Margarita María estuvo muy marcada por las pruebas. Tras la muerte de su padre, se sucedieron tres mujeres en el gobierno de su casa, que llegaron incluso a despojar a la madre de toda autoridad. La madre estaba a menudo enferma y tan solo Margarita María se ocupaba de ella. Cuando se sentía agobiada se arrojaba a los pies de Jesús en el sacramento de la eucaristía. El Señor la instruyó en la oración y sembró en ella el deseo de la vida religiosa. Pero el deber filial hacia su madre le impedía entrar en un convento. Mientras tanto, además de cuidar de su madre, ayudaba a los pobres y reunía a los niños en su casa para enseñarles el catecismo. 

Cuando pudo por fin ingresar en la vida religiosa, y después de un primer intento fallido en las ursulinas de Mâcon, se presentó en el monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial, el 25 de mayo de 1671. Nada más entrar al locutorio, escuchó en su corazón la voz del Señor que le decía: “Aquí es donde te quiero”. El 20 de junio entró en el monasterio, recibiendo el hábito el 25 de agosto. Allí permanecerá ya hasta su muerte, acaecida diecinueve años después.

Margarita María experimentó, desde el principio, un amor extraordinario hacia el Salvador, que fue su único guía espiritual durante mucho tiempo. Pero esta situación tenía algo de anómalo, por lo que el propio Jesús le dijo: “A partir de ahora yo ajustaré mis gracias al espíritu de tu regla, a la voluntad de tus superiores y a tu debilidad (…) Me alegra que prefieras la voluntad de tus superiores a la mía (…) Tan solo me reservo la guía de tu corazón”. Del corazón de Margarita María, sensible al amor del Corazón de Cristo, se sirvió el Señor para corregir esa desviación espiritual, cercana a la herejía, que era el jansenismo, con su visión rigorista de Dios y de la salvación, que fácilmente sumía a las almas en la desesperanza, cuando no en la desesperación.

En este contexto espiritual el Señor quiso revelar a los hombres los tesoros de misericordia infinita que se alojan en su Corazón. Y Margarita María fue escogida para esta misión: “Quieras que tú me sirvas de instrumento para atraer los corazones a mi amor”, le dijo el Señor. A través de diferentes apariciones, el Señor le fue revelando la inmensidad de su amor hacia los hombres: “Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor todopoderoso concederá, a todos aquellos que comulgarán nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final, no muriendo en mi desgracia y sin recibir los sacramentos, pues mi divino Corazón será su refugio seguro en el último momento”.

La confianza de Margarita María en el amor de Cristo fue total. Ella decía: “El Señor se venga de nuestras perfidias mediante excesos de amor”. Y también: “Cuando caemos en alguna falta, hemos de rogar a este divino Corazón que satisfaga por nosotros a su justicia y que nos otorgue su gracia y misericordia”. Por eso ella se sintió llamada a una entrega igualmente total a ese Amor. El Señor le dijo que se dirigiera a Él diciéndole: “¡Mi Dios, mi único, mi todo: Vos sois todo para mí y yo soy toda para Vos!”. En esa reciprocidad esponsal del amor, el Señor entregó a Margarita María los tesoros de su Sagrado Corazón, pidiéndole que los empleara para la salvación del mundo: “Como te lo he prometido, tú poseerás los tesoros de mi Corazón, y yo te prometo que tú podrás disponer de ellos a tu gusto en favor de los hombres. No seas tacaña porque son infinitos”.

La espiritualidad de Santa Margarita María está centrada en el abandono confiado al Corazón de Cristo, lleno de amor misericordioso hacia nosotros: “Haced vuestra morada en este Corazón adorable (…) ahí encontraréis el remedio a vuestros males, la fuerza en vuestras debilidades y vuestro refugio en todas vuestras necesidades”. El Señor le había dicho: “He aquí la llaga de mi Costado para que hagas de ella tu morada actual y perpetua”.