«Esta sola cosa es para mí tan clara y perceptible como extraña: el mundo está lleno de Dios. Él sale a nuestro encuentro manando, por decirlo así, de todos los poros de las cosas. Pero con frecuencia estamos ciegos. Quedamos enganchados en las horas buenas y en las malas y no las vivimos totalmente hasta el hontanar en que brotan de Dios. Esto se puede decir de todo lo hermoso y también de lo deplorable. En todo quiere Dios celebrar un encuentro, y pide y desea la respuesta de la adoración y la entrega».
Palabras escritas, con las manos atadas, por el jesuita Alfred Delp,
el 17 de noviembre de 1944, en la prisión de Berlín-Tegel