Dos clases de santos



Están los santos con el psiquismo desgraciado y difícil, el grupo de los angustiados, de los agresivos y de los carnales, todos los que llevan el peso de los determinismos; los desgraciados cuyo corazón será siempre un “nido de víboras”, los desafortunados porque han nacido con una “boca sucia” o que no han podido identificarse nunca con su padre. Son los que nunca conseguirán domesticar al lobo de Gubbio; los que caen y caerán todavía; los que llorarán hasta el final, no porque han cerrado una puerta con demasiado ímpetu, sino porque cometen todavía esa falta sórdida, inconfesable. Son la muchedumbre inmensa de aquellos cuya conversión, cuya santidad, no se mostrará hasta el último día para resplandecer finalmente en la eternidad perpetúa. Son los santos sin nombre.

Y al lado de ellos están los santos con el psiquismo feliz, los santos castos, fuertes y dulces; los santos modelos, canonizados o canonizables; aquellos cuyo corazón liberado es ancho como las arenas que bordean el mar; aquellos cuyo psiquismo canta ya como una arpa armoniosa la gloria de Dios; los santos admirables que suscitan la acción de gracias y en los que nosotros tocamos la humanidad transformada por la gracia; los santos reconocidos, celebrados, los grandes santos que dejan una huella deslumbrante en la historia.

Unos y otros son hermanos. Santa Teresa y san Ignacio con su hermoso equilibrio están más cerca del sacerdote borracho que describe Graham Green en El poder y la gloria que del hombre que derrocha salud psíquica o conformismo moral, que no ha vacilado ni un solo día sobre sus raíces, ni murmurado contra Dios. Tanto los santos con un psiquismo obsesionado por los monstruos como los santos con el psiquismo habitado por los ángeles tienen las mismas experiencias fundamentales. Hablan de Dios y de sí mismos en los mismos términos. Están en la misma orilla y habitan un mismo mundo: el mundo en el que la única tristeza es la de descubrirse siempre tan indignos de Dios, y donde la única alegría es saberse tan amados por Él e intentar devolverle amor por Amor. Aquí abajo son diferentes, pero ante Dios son semejantes.

Y nosotros lo veremos el día del Señor Jesús.

(P. Bernaert)