ha precedido al origen de los siglos.
Tu eres la fuente de la luz,
el rayo que brilla con el Padre.
Tú disipas la opacidad de la materia
e iluminas el alma de los santos.
Eres tú, Cristo, quien ha creado el mundo,
las órbitas y los astros;
tú sostienes el centro de la tierra,
tú salvas a todos los hombres.
Por ti el sol inicia su curso
e ilumina todos nuestros días.
Por ti germinan las semillas
y apacientan los rebaños.
De tu manantial inagotable brota el esplendor
de la vida que da al universo su fecundidad.
Y tu seno hace renacer la luz,
la inteligencia y el alma.
Al celebrar así tu gloria, oh Cristo,
yo canto también a tu Padre y a su majestad suprema;
yo canto, con el mismo honor, al Espíritu
que es el vínculo entre el Principio y el Engendrado.
Al celebrar el poder del Padre,
mis cantos despiertan en mí
los sentimientos más profundos de mi alma.
¡Salve, belleza del Padre!
¡Salve, Espíritu purísimo que unes al Hijo y al Padre!
Oh Cristo, haz descender sobre mí
este Espíritu con el Padre.
Que sea para mi alma como un rocío,
y que la colme de tus dones reales.

(Sinesio de Cirene +414)