2 de noviembre de 2025
(Ciclo C - Año impar)
- Yo sé que mi redentor vive y que al fin se alzará sobre el polvo (Job 19, 1. 23-27a)
- El Señor es compasivo y misericordioso (Sal 102)
- Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo (Flp 3, 20-21)
- Esta es la voluntad del Padre: que todo el que ve al Hijo tenga vida eterna (Jn 6, 37-40)
- Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf
Sorprende, queridos hermanos, escuchar una proclamación tan nítida de la esperanza cristiana, como la que hace un creyente ajeno a la tradición de Israel: el santo Job. Pues él dice, en efecto, “creo que mi Redentor vive y que he de resucitar del polvo y, en esta carne mía, contemplaré a Dios mi Salvador”.
“En esta carne mía”. Los paganos creían que algo del hombre quedaba cuando él moría y que ese algo llevaba una existencia disminuida, fantasmal, en el “lugar de los muertos”. Pero jamás pensaron que el cuerpo resucitaría y que podríamos ir al encuentro de Dios en nuestra carne. Por eso ellos llamaban a la tumba “sarcófago”, es decir, literalmente, “el que come la carne”, y pensaban que la carne comida por la muerte ya no podía volver a vivir. Frente a eso, ya en el Antiguo Testamento, se dejó oír la voz de Job proclamando que “en esta carne mía contemplaré a Dios mi Salvador”.
Palabras proféticas que se cumplieron por primera vez y de modo arquetípico en la resurrección y glorificación de Jesucristo, el cual, en su propia carne, corporalmente, está sentado a la derecha del Padre y, habiendo recibido de él todo poder y toda fuerza, vendrá de nuevo para “transformar nuestro cuerpo humilde según el modelo de su condición gloriosa con esa energía que posee para sometérselo todo”.
Porque el Padre le ha encargado que “no pierda nada de lo que él le ha dado”. Y lo que el Padre le ha dado a Cristo somos todos nosotros, los bautizados, que, por el bautismo, hemos sido injertados en Cristo, hechos propiedad suya. Cuando él venga, él recuperará lo que es suyo. y esos restos mortales, esos huesos, ese polvo, esas cenizas, a las que se ha visto reducida nuestra carne, son suyas, son de Cristo. Por eso los cristianos inventaron la palabra “cementerio”, que literalmente significa “dormitorio”: en esos restos “duerme” el hermano o la hermana fallecidos y cuando vuelva Cristo al gran “dormitorio” que es el planeta tierra, dará un grito con su voz poderosa y “despertará” a todos los que duermen: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz” (Ef 5, 14).
En esa luz, en la luz de Cristo, todos seremos juzgados por él, “para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho mientras teníamos este cuerpo” (2Co 5, 10). Su deseo es darnos a todos premio y no tener que dar ningún castigo. Pero el cumplimiento de ese deseo no depende de él sino de cada uno de nosotros.
Al orar hoy por todos nuestros hermanos difuntos, oremos también por cada uno de nosotros, para que sepamos corresponder al amor que Dios nos tiene y, en ese día, nos resucite para que estemos siempre con él en la gloria del cielo.
Que así sea.
