6 de enero de 2021
(Ciclo B - Año impar)
- La gloria del Señor amanece sobre ti (Is 60, 1-6)
- Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra (Sal 71)
- Ahora ha sido revelado que los gentiles son coherederos de la promesa (Ef 3, 2-3a. 5-6)
- Venimos a adorar al Rey (Mt 2, 1-12)
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Cuando
el Señor eligió a Abraham lo hizo para que, a través de su descendencia, fueran
bendecidos “todos los linajes de la tierra” (Gn 12,3), “todos los pueblos de la
tierra” (Gn 18,18). De Abraham sacaría Dios más tarde un pueblo, Israel, que
tendría como misión en el mundo ser el portador de la salvación de Dios para todos los hombres. Pues “Dios quiere
que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad”
(1 Tm 2,3-4). Por eso ya desde antiguo el profeta Isaías exhortó a Israel a
“ensanchar” su corazón, para acoger en su seno a la multitud de los gentiles:
“Tus hijos llegan de lejos…Te inundará una multitud de camellos, los
dromedarios de Madián y de Efá” (Is 60,1-6). Este misterio, escondido durante
siglos eternos en Dios, es el que ahora, con la venida de Cristo, ha sido
revelado: que “también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo
y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio” (Ef 3,6). Pues
Jesucristo es la descendencia de Abraham en la que son bendecidas todas las
naciones de la tierra. Por eso los
magos preguntan “dónde está el rey de los judíos”. Es la misma inscripción que
se pondrá sobre la cruz: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. La salvación de
Dios viene, en efecto, de los judíos. Pero es una salvación ofrecida a todos
los hombres. Los magos que llegan de Oriente reconocen en Jesús al “rey de los
judíos” por el que se les ofrece la salvación también a ellos, que no son
judíos.
Los
magos, queridos hermanos, son un ejemplo de fe. Por eso los recordamos hoy y
los celebramos en la liturgia. Ellos, sin saberlo, repitieron el gesto de
Abraham, salieron de su tierra y de la casa de sus padres, para encaminarse
hacia la tierra en la que buscaban al Señor. Ellos asumieron el riesgo de un
viaje impreciso con tal de buscar el rostro del Señor. Fueron fieles al anhelo
profundo de su corazón. En ellos se cumplieron las palabras del salmo 26: “Dice
de ti mi corazón: ‘Busca mi rostro’. Tu rostro buscaré, Señor, no me ocultes tu
rostro” (Sal 26,8). El anhelo profundo del corazón del hombre es el deseo de
Dios, la búsqueda de su rostro. Y una de las desgracias más profundas de
nuestro tiempo es el olvido de este anhelo
Cuando
por fin encuentran al niño se postran ante Él. En Oriente postrarse ante
alguien es reconocerle como señor lleno de poder, ante el que uno se sabe
dependiente, como ante un rey o un dios. Cuando Cristo camine sobre las aguas
en medio de la tormenta, “los que estaban en la barca se postraron ante él
diciendo: ‘Verdaderamente eres Hijo de Dios’” (Mt 14,33). Cuando María
Magdalena y la otra María, en el domingo de resurrección, encuentren al Señor
se echarán a sus pies y lo adorarán (Mt 28,9). Al postrarse ante Él y adorarlo,
los magos le reconocen también como su Señor, como el Rey y el Pastor de los
pueblos gentiles, es decir, de los paganos.
Los
magos confesaron la verdad de Cristo, y por esta confesión alcanzaron la
salvación. Pues “si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu
corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rm 10,9).
Aunque en el Evangelio los magos no pronuncian ninguna palabra con sus labios,
sí la pronuncian con sus dones. Pues el oro significa que Jesús es rey, el
incienso que es Dios y la mirra que es un hombre mortal, sometido al
sufrimiento y a la muerte. Y de este modo ellos confiesan la verdad del Verbo
que se ha hecho carne y, proféticamente, de su misterio pascual.
Finalmente
los magos nos recuerdan que el movimiento de la fe se tiene que expresar en una
donación, que creer es dar y dar sin pedir nada a cambio, como hicieron ellos
con el niño Jesús, al que ofrecieron dones sin pedirle nada a cambio. Con ello
demostraron poseer una fe de gran pureza, pues la pureza de la fe consiste en
su desinterés, en su gratuidad. Los magos vieron sólo a un niño con su madre
-sin ningún esplendor especial-, y sin embargo le reconocieron como Dios y
Señor y le ofrecieron sus dones a cambio de nada, sin pedir nada a cambio. La
verdadera fe en primer lugar reconoce
y ofrece, da (de ahí lo adecuado de hacer regalos en esta fiesta de la
Epifanía).
Que el Señor nos conceda una fe como la de los magos, que nos haga capaces de ponernos en movimiento ante la menor indicación del Señor, de confesar la verdad de Cristo ante los hombres, de arrodillarnos ante Él y de ofrecerle dones. Que así sea.