10 de enero de 2021
(Ciclo B - Año impar)
- Mirad a mi siervo, en quien me complazco (Is 42, 1-4. 6-7)
- El Señor bendice a su pueblo con la paz (Sal 28)
- Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo (Hch 10, 34-38)
- Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco (Mc 1, 7-11)
- Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf
“Apenas
salió del agua, vio rasgarse el cielo”. El cielo estaba cerrado desde que Adán,
por el pecado original, había roto la comunión con Dios, porque el hombre, por
el pecado, se había hecho un extraño en relación a Dios: ya no había
comunicación entre el cielo y la tierra. “Vio rasgarse el cielo” significa,
pues, que se ha vuelto a reestablecer la comunión entre el cielo y la tierra,
entre Dios y los hombres.
El
Evangelio nos dice hoy que esto ocurre con Jesús, cuando Jesús se bautiza. Los
Padres de la Iglesia nos enseñan que Jesús no se bautizó porque necesitara ser
purificado de algún pecado, ya que él era el “Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo”, sino que lo hizo para conferir a las aguas del Jordán y, a
través de ellas, a las aguas del mundo entero, el poder de engendrar, por la
fuerza y la acción del Espíritu Santo, hijos de Dios. Así San Proclo de
Constantinopla afirma que, cuando Jesús se sumergió en las aguas del Jordán,
fue como si el sol se sumergiera en el agua: el “sol de justicia que ha venido
de lo alto”, se sumergía, en efecto, en el Jordán. Y San Máximo de Turín, por
su parte, nos recuerda que “Cristo es bautizado no para ser él santificado por
las aguas, sino para que las aguas sean santificadas por él, y para
purificarlas con el contacto de su cuerpo. Más que de una consagración de
Cristo, se trata de una consagración de la materia del bautismo”. Jesús se
bautizó, pues, para instaurar nuestro propio bautismo, el bautismo que,
recibido mediante el agua, es, sin embargo, bautismo “con Espíritu Santo y
fuego”, que otorga la vida eterna, por el que se nos comunica la vida divina,
que es la vida de la que vive Cristo, junto con el Padre, en la unidad del
Espíritu Santo.
El
episodio de hoy nos recuerda que fuera de Cristo, al margen de Jesús, el cielo
sigue cerrado, el hombre no recibe la vida divina, porque “no se nos ha dado a
los hombres otro nombre, distinto del nombre de Jesús, en el que podamos
obtener la salvación” (Hch 4,12), como proclamó San Pedro en Jerusalén. Sólo en
Jesús el cielo se abre para nosotros y nosotros, por el bautismo, empezamos a
ser hijos de Dios. Pues Dios sólo tiene un Hijo, que es Cristo; y sólo quien es
in-corporado a ese único Hijo, llega a ser hijo de Dios. Ser hijo de Dios no es
un “derecho humano”, sino un don divino, una gracia. Los hombres, por el mero
hecho de existir, no somos hijos de Dios, sino criaturas suyas, a las que Dios
ama con un amor de Padre y quiere que
lleguen a ser hijos suyos por el bautismo, que nos hace miembros del Cuerpo
del que Cristo es la Cabeza. El bautismo nos une orgánicamente a Cristo, nos
hace miembros suyos, de manera que, cuando el Padre del cielo mira a su único
Hijo, “el amado, el predilecto”, nos ve también a nosotros en Él.
La Iglesia nos ofrece hoy un nuevo instrumento para conocer “la inagotable belleza, unicidad y actualidad del Don por excelencia que Dios ha hecho a la Humanidad: su único Hijo, Jesucristo, que es el Camino, la Verdad, y la Vida” (Jn 14,6). Ese instrumento, nos dice el Santo Padre Benedicto XVI, es el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, que hoy, por expresa voluntad de nuestro obispo, D. Juan Antonio Reig Pla, os presentamos. Este libro contiene “todos –y tan sólo- los elementos esenciales y fundamentales de la fe y de la moral católicas, formulados de manera sencilla, accesible a todos, clara y sintética”, nos dijo Benedicto XVI en el discurso de presentación del Compendio (nº 2).
El
Compendio sigue la estructura del Catecismo y presenta la fe de la Iglesia
en Cristo Jesús en cuatro grandes partes:
- la lex credendi, es decir, la fe que la Iglesia Católica profesa, tomada del Símbolo Apostólico, ulteriormente explicitado y detallado por el Símbolo Niceno-Constantinopolitano,
- la lex celebrandi, es decir, la vida sacramental de la Iglesia, en la que se nos comunica la eficacia salvífica del Misterio pascual,
-
la lex vivendi, es decir, la moral,
los comportamientos y las decisiones éticas que el cristiano tiene que vivir
para ser fiel a Cristo, y finalmente
-
la lex orandi, la vida de oración,
por la que el cristiano, imitando a Jesús, entra en el diálogo de intimidad con
el Padre, en el Espíritu Santo.
Os
animo de corazón a que adquiráis este precioso instrumento, que sirve para
recordarnos lo esencial de la fe que profesamos y para darla a conocer a otros.
Que
el Señor nos conceda vivir nuestra fe con agradecimiento y comunicarla a los
demás con alegría.