El corazón y la Palabra de Dios

Jesús comparó la palabra de Dios con una semilla cuyo crecimiento puede correr diversa suerte, según la calidad del terreno en el que es arrojada (Mt 13, 3-23). Si acierta a caer en un corazón generoso (en griego, en kardía kale kai agathe, “un corazón bello y bueno”; Lc 8, 15), en un corazón de calidad, podrá dar mucho fruto, hasta el ciento por uno.

Esto no se da por descontado porque, tal como sugiere la misma parábola, la semilla debe afrontar una serie de resistencias que pueden retrasar su evolución e incluso amenazar su misma supervivencia. La identificación correcta de estas resistencias y la adopción de una táctica auténticamente evangélica para neutralizarlas será una de las primeras y más urgentes tareas del bautizado. Pues el bautismo ha limpiado sus pecados, pero no lo ha liberado automáticamente de todas sus consecuencias, de las marcas que permanecen el cuerpo y en la psique, de ciertas cicatrices que solo esperan la ocasión propicia para reabrirse y que, en cualquier caso, seguirán supurando mucho tiempo.

La Biblia fue inspirada por el Espíritu Santo y las palabras de la Biblia son, todavía hoy y para todos los tiempos, portadoras del Espíritu, preñadas del Espíritu. Fueron inspiradas y son “inspiradoras”. Cuando un cristiano se acerca a la Palabra con una actitud de fe, se realiza un acontecimiento espiritual, un acontecimiento que tiene como objetivo su corazón. Pues la palabra de Dios está hecha para el corazón, y éste para la palabra de Dios. Solamente el corazón del hombre es el que puede comprender verdaderamente la Palabra; su razón no lo podrá hacer más que en un segundo momento y solo a condición de ser iluminada desde dentro por la Palabra.

Solo el Espíritu Santo, bajo cuya moción el autor escribió la Escritura, puede hacer comprender el sentido de las palabras. Y el Espíritu Santo está presente a la vez en la letra de la Escritura y en el corazón del que la lee. El Espíritu, presente en uno, reconocerá al Espíritu presente en la otra, se reconocerá en ella. Y por esto se producirá el reconocimiento del sentido espiritual de la Palabra, que es su verdadero sentido para el hoy, o sea, Dios hablará de nuevo por medio de ella.

Un acontecimiento de este tenor es fundamental no solo porque constituye uno de esos momentos privilegiados en que una persona se ve “derribada”, desde la superficialidad en la que discurría habitualmente su vida, a una profunda interioridad, una interioridad que hay que descubrir y cuya percepción ya no le abandonará nunca. El momento en que una palabra de la Escritura ha comenzado a brillar con todo su esplendor ante un individuo, acaso sea el momento en que ha “sentido” por primera vez su propio corazón. Su corazón se ha puesto en movimiento, se ha sobresaltado. Ha tomado conciencia de un espacio interior en el que se desarrolla una vida diferente de aquella a la que de ordinario dedica toda su atención. Se ha abierto, en definitiva, a eso que podemos llamar la “interioridad”.



Autor: André LOUF
Título: Iniciación a la vida espiritual
Editorial: Sígueme, Salamanca, 2018 (pp. 23-28)