“El inicio de la sabiduría es el temor del Señor” (Pr 1, 7). Unifica, pues, mi corazón en el temor de tu santo Nombre, en el amor a Ti.
Pues si no lo haces, Señor, mi corazón se dispersará buscando una multitud de bienes, que sólo lo son por referencia a Ti, pero que, vividos sin que todo mi ser esté centrado en Ti, se convierten en ídolos que tiranizan mi corazón y esclavizan mi libertad.
Dame, pues, tu santo temor (Is 11, 3), que no comporta miedo alguno, sino la lucidez de una jerarquía de valores en la cual Tú, Señor, ocupas el primer puesto y eres amado como la Luz por la que vemos la luz (Sal 35, 10) y el Bien por el que es bueno todo lo que merece ser amado.
Y así mi libertad será liberada de la fascinación del mal (Sb 4, 12), que oscurece la mente y ofusca el bien, y mi corazón será dilatado para correr por el camino de tus mandatos (Sal 118, 32).
Unifica, pues, mi corazón en el temor de tu santo Nombre, en el amor a Ti.