Cuaresma: días penitenciales


La ley de la Iglesia, recogida en el Código de derecho canónico nos instruye sobre los días penitenciales mediante los cinco cánones que reproducimos a continuación:

1249.- “Todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por ley divina a hacer penitencia, sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia, a tenor de los cánones que siguen”.

1250.- “En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma”.

1251.- Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo”.

1252.- “La ley de la abstinencia obliga a todos los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes (…) no están obligados al ayuno o a la abstinencia”.

1253.- “La Conferencia Episcopal puede determinar con más detalle el modo de observar el ayuno y la abstinencia, así como sustituirlos en todo o en parte por otras formas de penitencia, sobre todo por obras de caridad y prácticas de piedad”.

En España, atendiendo a lo que la Conferencia Episcopal ha determinado, los días penitenciales quedan de la siguiente manera:

- Miércoles de Ceniza y Viernes Santo son días de ayuno y abstinencia.

- El Sábado Santo está recomendado (no mandado) que se haga también ayuno y abstinencia.

- Todos los viernes del año, a no ser que coincidan con una solemnidad, son días de abstinencia (no comer carne). Pero cada fiel puede sustituir la abstinencia por cualquier otro sacrificio o por un tiempo de oración o por una limosna o cualquier otra obra de misericordia. 

- Antes de comulgar hay que guardar una hora de ayuno en la que no se puede ingerir ningún alimento (salvo agua y medicinas).

Es muy fácil criticar estas prácticas desde distintos puntos de vista, pero no debemos olvidar que su valor principal reside en el acto de obediencia a la Iglesia y en la aceptación de un gesto común a todos los cristianos que nos permite identificarnos y ser reconocidos como tales ante los hombres.

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El ayuno consiste, según la práctica pastoral de la Iglesia, en hacer una sola comida fuerte al día, permitiéndose dos pequeñas colaciones, una por la mañana y otra por la noche. Pues no se trata de realizar ninguna proeza ascética fuera de lo común, sino de inscribir en el propio cuerpo un vacío, una carencia, que nos recuerde la carencia y el hambre fundamental que aflige al hombre, que es el hambre de Dios. De modo que la necesidad y el deseo de la comida física, nos remita a la necesidad y al deseo de Dios.

Por eso la tradición de la Iglesia ha considerado siempre el ayuno unido a la oración, en la cual el alma se eleva hacia Dios y busca su rostro. Y también a la limosna, con la que mostramos nuestra unión con Dios al hacernos cargo de las necesidades de nuestro prójimo. Así nos lo han enseñado los Padres de la Iglesia.

San León Magno, en uno de sus sermones sobre la Cuaresma explica: “En estos días (de Cuaresma) hay que poner especial solicitud y devoción en cumplir aquellas cosas que los cristianos deben realizar en todo tiempo; así viviremos en santos ayunos, esta Cuaresma de institución apostólica, y precisamente no sólo por el uso menguado de los alimentos, sino sobre todo ayunando de nuestros vicios. Y no hay cosa más útil que unir los ayunos santos y razonables con la limosna, que, bajo la única denominación de misericordia, contiene muchas y laudables acciones de piedad”.

San Pedro Crisólogo, por su parte, en uno de sus sermones, afirma: “El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno”.

De modo que la práctica penitencial remite fundamentalmente a estos tres elementos –el ayuno, la oración y la limosna- que son los elementos que nos recuerda la liturgia del Miércoles de Ceniza.