Dios Padre

Oh Padre eterno, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de las luces, Padre santo, Padre muy dulce y amante, Padre creador del universo; ¿cuándo mereceré yo llamaros Padre, yo que soy tierra, polvo y ceniza, el último de vuestros servidores? ¿Y qué bien habéis descubierto en mí, o en cualquier otro hijo de Adán, para que hayáis querido ser nuestro Padre? “¿Quién sois vos, Señor, y quién soy yo?”. Vos sois el Dios de infinita majestad, Rey de los reyes, Señor de los señores, Santo de los santos, gloria de los ángeles y alegría de todos los bienaventurados. En vuestra presencia, los cielos, la tierra y todo lo que contienen son menos que un pequeño grano de arena en el universo; yo, por otra parte, soy un pecador, hijo del Adán pecador, que he ofendido tantas veces a vuestra soberana Majestad; y sin embargo vos queréis que yo os llame Padre. 

Padre, debo confesar dos cosas: una, que este don y gran favor viene de vuestra bondad infinita y del amor infinito que tenéis por mí; otra, que este nombre de Padre es apropiado cuando es pronunciado por los labios de vuestro Hijo único, mi Señor Jesucristo, que es vuestro Hijo por una eterna y consubstancial generación; pero no queda bien en mis labios, que son los de un pobre pecador, no es apropiado, porque yo no merezco, Señor, un bien tan grande. Sin embargo, puesto que así place a vuestra Majestad, desde ahora en adelante yo os llamaré Padre de todo corazón, y gozaré de este dulce nombre de Padre. (…)

¡Oh!, qué consuelo excita en mi alma este Palabra Padre, y no solamente consuelo, sino júbilo, alegría y soberana satisfacción (…) No puedo tener alegría más grande que la de sentir que tengo un Padre tan bueno, que es la bondad misma; tan santo, que es la santidad misma; tan sabio, que es la sabiduría misma; y en fin tan poderoso que lo puede todo en el cielo, en la tierra y en los abismos (…).

San Francisco de Sales