Amor y verdad en la tarea educativa

Para introducirnos en la complejidad ontológica del hombre puede ayudarnos imaginar el siguiente supuesto: Si a la salida de clase, un muchacho que está enrabietado con su profesora, coge una piedra y se la tira a la cabeza, con tan buena puntería que le da de lleno, cuando más adelante es interrogado en el Consejo Escolar, a la pregunta ¿quién tiró la piedra?, puede responder diciendo: mi mano (o mi brazo), mi rabia o, finalmente, diciendo simplemente “yo”.

Estas tres respuestas son todas ellas verdaderas, y sin embargo son diferentes. Cada una de ellas nos remite a un nivel, a una dimensión, del ser humano: a la corporal (mi mano), a la anímica (mi rabia), a la espiritual (mi yo). Al mismo tiempo nos damos cuenta de que no son equiparables en profundidad, ya que cada una de ellas profundiza más en el ser del hombre: decir “mi mano” nos remite al nivel más exterior del ser del hombre; decir “mi rabia” nos remite, en cambio, a un nivel más interior, al “alma” o mundo interior del hombre; y decir finalmente “yo” nos sitúa en el centro personal del hombre, en su hondón más profundo y último: cuando escuchamos esta respuesta comprendemos inmediatamente que ya no podemos ir más lejos, que hemos tocado fondo. (continúa)