La liturgia del corazón
“El hombre interior”: esta expresión no se encuentra tal cual en la Biblia, pero está implicada en una imagen muy sugestiva empleada por san Pedro en su primera carta: ho kruptos tès kardias anthrôpos (1P 3, 4), un texto único en toda la Biblia, que literalmente significa: “el hombre oculto del corazón”.
El hombre interior se identifica con el corazón del hombre cuya ambigüedad recuerda toda la Biblia. Ya en el Génesis, Dios constata que “todos los pensamientos del corazón del hombre” se orientan únicamente hacia el mal (Gn 6, 5). La Biblia conoce un corazón “endurecido”, como el del faraón, que Dios mismo se encarga de endurecer (Ex 7, 3ss), pero también un corazón “ablandado”, capaz de humillarse ante Él (2R 22, 19), y sobre todo un corazón “contrito y humillado” por el arrepentimiento (Sal 33, 16; 50, 17) que Dios se ingenia en curar (Sal 147, 3). Dios reprocha a menudo al incircuncisión de los corazones (Lv 26, 41; Dt 10, 16; 30, 6; Jr 9, 26). Pero será también sobre las tablas del corazón donde Dios escribirá su Ley nueva (Pr 3, 3; 7, 3). Por medio de su profeta, Dios ha prometido cambiar el corazón de piedra en un corazón de carne (Ex 11, 19; 36, 26). Un corazón así, “un corazón que sepa escuchar”, es lo que Salomón suplica al inicio de su reinado (1R 3, 9), en continuidad con su padre David, que le había dado este consejo: “Guarda tu corazón más que cualquier otra cosa, pues de él proceden todas las fuentes de la vida” (Pr 4, 23).
El corazón es también el lugar que arde cuando Jesús en persona nos interpreta las Escrituras (Lc 24, 32). Es también el templo del Espíritu Santo: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es un templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios?” (1Co 6, 19), un templo en el que se celebra la oración, tanto litúrgica como interior: “Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor” (Ef 5, 19). La expresión de Pedro, “el hombre oculto del corazón”, reagrupa y resume todos estos elementos. Hay que afirmar que, en las profundidades de todo creyente, gracia y oración se confunden: estar en estado de gracia, es estar en estado de oración. Aunque uno no sea consciente de ello, el cristiano está siempre en oración. O para decirlo con más precisión, el Espíritu Santo celebra en él la oración.
El camino hacia el interior
Siendo esto así, todo “método” o “técnica” de oración no puede tener otro objetivo más que el de conducir al orante hasta esa oración divina que existe en él, hacerle consciente de ella, facilitar su emergencia. Se trata, pues, de caminar hacia las raíces mismas de nuestro ser, que están más allá de lo físico y de lo psíquico, en el lugar donde el hombre se sumerge en Dios y surge sin cesar de Él.
Eso significa que existe en nosotros un lugar secreto, verdadero oratorio, en el que la plegaria no se interrumpe jamás. En la Edad Media se referían a este lugar como domus interior, la “casa interior”, como el templum interius, el “templo interior”. Nosotros no vemos ni oímos la oración que se celebra en él. La mayor parte del tiempo no experimentamos estrictamente nada. Pero creemos que esa realidad existe en nosotros y que Dios, cuando Él lo estime oportuno, levantará un poco el velo y permitirá que algo de esa oración emerja en la superficie de nuestra conciencia.
Lo típicamente cristiano es el convencimiento de que ningún método, o ninguna técnica, de oración tienen un alcance directo sobre este acontecimiento de la plegaria interior, que nunca es la consecuencia natural de ningún método. Pues Dios es el único Maestro de oración y puede prescindir perfectamente de todas nuestras preparaciones. Es Él quien hará surgir la oración “cuando querrá, como querrá y donde querrá”.
Autor: André LOUF
Título: L’homme intérieur. Au coeur de l’expérience spirituelle chrétienne, Editorial: Salvator, Paris, 2021, (pp. 19-24)