XIII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

30 de junio de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo (Sab 1, 13-15; 2, 23-24)
  • Te ensalzaré, Señor, porque me has librado (Sal 29)
  • Vuestra abundancia remedia la carencia de los hermanos pobres (2 Cor 8, 7. 9. 13-15)
  • Contigo hablo, niña, levántate (Mc 5, 21-43)
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Queridos hermanos:

El evangelio de este domingo pone ante nuestros ojos una realidad que tal vez nos resulta difícil de aceptar, en el comportamiento de nuestro Señor Jesucristo, a saber, el hecho de que Él, que ama a todos los hombres, no los trata de igual modo a todos, sino que tiene sus “preferencias”, que le llevan, en el evangelio de hoy, a distinguir a tres de sus discípulos, Pedro, Santiago y Juan, como testigos de la acción de poder que va a realizar, devolviendo la vida a la hija Jairo. No es la única ocasión en que el Señor distingue a estos tres discípulos: lo hará también en el episodio de la Transfiguración (Mc 9,2-9) y en la agonía en el Huerto de los Olivos (Mc 14,32-42). En estos tres acontecimientos, Jesús querrá estar acompañado por Pedro, Santiago y Juan, excluyendo al resto de los discípulos. También distinguirá a estos tres discípulos, dándoles un nombre nuevo: a Simón lo llamará Pedro y a Santiago y Juan los llamará ‘Boanerges’, es decir, hijos del trueno.

Todo esto nos muestra la soberana libertad de Jesús, que es la soberana libertad de Dios, y nos plantea el desafío –de enorme importancia espiritual- de aceptar siempre libertad de Dios, que reparte sus dones y da sus gracias como a él le place, y con ello no ofende a nadie, puesto que Él siempre y en todo ama a todos. También cada uno de nosotros, en su vida terrena, tiene que aceptar, sin criticar, la libertad de Dios que mantiene con cada uno una relación personal única y singular, y es tarea espiritual de primer orden, no envidiar la relación que Cristo tiene con mi prójimo, sino centrarme en vivir a pleno pulmón la que tiene conmigo.

Frases ...

No hay mayor desastre en la vida espiritual que estar sumidos en la irrealidad, porque nuestra vida se mantiene y se alimenta merced a nuestra relación vital con las realidades que están fuera y más allá de nosotros.

Thomas MERTON
Pensamientos en soledad
Sal Terrae, Bilbao, 2022, (p. 27)

XII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

23 de junio de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • Aquí se romperá la arrogancia de tus olas (Job 38, 1. 8-11)
  • ¡Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia! (Sal 106)
  • Ha comenzado lo nuevo (2 Cor 5, 14-17)
  • ¿Quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen! (Mc 4, 35-41)
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El episodio del evangelio de hoy sucede de noche y en el mar. En la simbólica bíblica la noche es el momento propicio para el desencadenamiento de las fuerzas del mal y el mar es el símbolo por excelencia del caos, de la amenaza, de lo abismal, de aquello que nos puede “engullir”. Así lo vemos en la primera lectura de hoy, sacada del libro de Job, donde Dios, para hacer posible la creación, impone unos límites al mar: “hasta aquí llegarás y no pasarás, aquí se romperá la arrogancia de tus olas”. La vida del cristiano transcurre siempre como una navegación por un mar proceloso que puede destruirlo, “engullirlo”, “tragarlo”, en cualquier momento y hacer que desaparezca. Es digno de notar que el Señor pone un límite al mar, pero no lo destruye sino que lo mantiene hasta la implantación total de su reino. Sólo cuando el reino de Dios ha sido plenamente instaurado desparece el mar, tal como leemos al final del Apocalipsis: “Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva -porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya” (Ap 21,1). Así es también la vida de cada cristiano y de la Iglesia entera: Dios no destruye a nuestros enemigos, ni nos quita los peligros, porque tenemos que crecer gracias a ellos.

La esperanza en la misericordia

Señor,
aquí estoy para que mostréis vuestra admirable misericordia,
para que la manifestéis en presencia del Cielo y de la tierra.

Otros os glorifican haciendo ver la fuerza de vuestra gracia
por su fidelidad y su constancia,
mostrando lo dulce y generoso que sois
con quienes os son fieles.

En cambio yo os glorificaré
mostrando lo bueno que sois con los pecadores,
haciendo ver que vuestra misericordia
está por encima de toda maldad
y que no hay nada que sea capaz de agotarla;
que ninguna recaída,
por vergonzosa y criminal que sea,
debe llevar al pecador a desesperar del perdón.

Os he ofendido gravemente,
oh mi amable Redentor;
pero os ofendería muchísimo más
si os hiciera el horrible ultraje
de pensar que no sois lo suficientemente bueno
para perdonarme.

En vano vuestro enemigo y el mío
me tiende cada día nuevas trampas.
Me hará perder todo
menos la esperanza que tengo en vuestra misericordia.

Aunque haya recaído cien veces
y aunque mis crímenes sean cien veces más horribles de lo que son,
esperaré siempre en Vos.

Que así sea.


San Claudio de la Colombière

XI Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

16 de junio de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • Yo exalto al árbol humilde (Ez 17, 22-24)
  • Es bueno darte gracias, Señor (Sal 91)
  • En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor (2 Cor 5, 6-10)
  • Es la semilla más pequeña, y se hace más alta que las demás hortalizas (Mc 4, 26-34)
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Las dos parábolas de este domingo nos instruyen sobre el Reino de Dios. La primera de ellas nos recuerda que la semilla del Evangelio trabaja en silencio, trabaja por sí sola y posee una gran fuerza por la que hace surgir primero la hierba, luego la espiga y finalmente el grano. Y todo ello ocurre mientras el sembrador duerme, sin que él haga nada. Una vez que se ha sembrado la semilla, el sembrador desaparece y todo el proceso de crecimiento sucede sin él, todo ocurre como si él no existiera.

Esta parábola debe hacernos pensar mucho a los padres cristianos, a los sacerdotes, a los educadores católicos, que, a menudo, tenemos la impresión de que no hemos hecho nada, porque hemos sembrado la semilla y ahora no se ve nada, no brota nada, todo sucede etsi Deus non daretur, como si no hubiera Dios, como si Dios no existiera o por lo menos no interviniera en la historia de los hombres.

La muerte del padre

Estrellita. Así es como me llamaba él, todavía me parece oírlo por la noche, cuando me estoy quedando dormida. No le echo de menos solo a él, echo de menos todo lo que habría podido ser si él hubiera estado. Quizá sería menos tímida y más alta, y no tendría lágrimas en los ojos todo el día. Tenía diez años cuando murió: un tumor en el páncreas se lo llevó en un suspiro, y él, que era un guerrero, ni siquiera tuvo tiempo de empuñar sus armas. Yo no estaba preparada. No creo que nunca se esté preparada para la muerte de un padre. La última vez que lo vi intentó abrazarme, pero no tenía fuerza en los brazos y más que apresarme se abandonaron sobre mí buscando un apoyo. Siempre que pienso en ese abrazo frustrado, me pongo a llorar, sin ningún motivo, en medio de un trayecto en metro o mientras estoy escuchando una canción. A veces me parece que lo veo entre la gente y, después de seguirlo durante un rato, vuelvo en mí con un dolor agudo entre las costillas y lágrimas en los ojos. Cada día lucho por recordar algo que, de otro modo, se perdería. Es como repasar continuamente una asignatura y no llegar nunca a aprenderla. Lo primero que perdí fue su voz, no consigo recordarla. Claro que tenemos vídeos, pero yo sola no consigo evocar esa voz.



Autor: Alessandro D’AVENIA
Título: ¡Presente!
Editorial: Encuentro, Madrid, 2022, (p. 48)












X Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 

 9 de junio de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • Pongo hostilidad entre tu descendencia y la descendencia de la mujer (Gen 3, 9-15)
  • Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa (Sal 129)
  • Creemos y por eso hablamos (2 Cor 4, 13 - 5, 1)
  • Satanás está perdido (Mc 3, 20-35)
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La primera lectura de hoy nos muestra con claridad la situación creada por el pecado: el hombre que se alegraba cada tarde al oír los pasos de Dios que bajaba “a la hora de la brisa” (Gn 3,8) a estar con Adán y Eva, ahora siente miedo por la cercanía de Dios y se esconde de Él. No hay miseria más grande que la de confundir al amigo con el enemigo, que la de tener miedo de quien me da el ser y quiere mi crecimiento. Y a esa miseria ha conducido el pecado a Adán y Eva, que, ahora, son conscientes de su desnudez: al haber actuado al margen y en contra de Dios, dando crédito a la propuesta de la serpiente -“que es el diablo y Satanás” (Ap 20,2) y que es “mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44)-, el hombre se descubre desnudo, porque estaba vestido con la luz del Dios del que ahora se esconde, y lejos de Dios, sin referencia a Él, el hombre queda despojado de su dignidad de ser “imagen y semejanza” de Dios (Gn 1,26), pierde su belleza.

La “lógica del pecado” que el hombre acaba de introducir se muestra también en el afán por eludir su propia responsabilidad, descargándola sobre otros: Adán sobre Eva y Eva sobre la serpiente. Si Adán, en vez de culpar a su mujer, hubiera asumido su responsabilidad y pedido perdón, seguramente Dios le habría perdonado. Pero el hombre bajo la ley del pecado huye de su responsabilidad y busca siempre culpables en otros: la sociedad, la educación, la situación económica, la política, cualquier cosa menos reconocer que uno ha pecado, que ha desobedecido, que ha preferido seguir el criterio de alguien que no es Dios antes que permanecer fiel a Dios. Cristo, el nuevo y definitivo Adán, siendo inocente y en todo ajeno al pecado, asumirá sin embargo el pecado de todos y se ofrecerá a Dios como víctima de propiciación por nuestros pecados (1Jn 2,2).

Frases...

La palabra vana hace mucho ruido y se oye mucho hablar de ella. 
La palabra verdadera no.


Anne Lécu

Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

15 de agosto 

2 de junio de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con vosotros (Ex 24, 3-8)
  • Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor (Sal 115)
  • La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia (Heb 9, 11-15)
  • Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre (Mc 14, 12-16. 22-26)
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- La Eucaristía es una realidad de amor, es el ofrecimiento de la PRESENCIA de Cristo en nuestra vida, de una manera tangible, palpable, adecuada a nuestro corazón, que es un corazón de hombre, de un ser que es un espíritu pero encarnado, sustancialmente unido a un cuerpo.

Cuando el marido o el hijo parten hacia la guerra, la esposa o la madre desearían poder acompañarle, para estar con él, para protegerle, para ayudarle. Movida por ese deseo la esposa o la madre le entrega a su esposo o a su hijo algún pequeño objeto -un pañuelo, una fotografía, una medalla, un colgante- pidiéndole que no se separe de él, que lo lleve siempre consigo. Si pudiera, la esposa o la madre se haría ese objeto para poder acompañar al ser amado, porque querer estar presente allí donde está aquel que amo es lo propio del amor, que desea siempre existir junto a aquel a quien se ama.