Cristo y las mujeres

“Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes” (Lc 8, 1-3).

Jesús va a inaugurar una nueva era en la historia de la salvación en la que va a revelar el misterio de la mujer. Jesús había dicho a su madre: “¿Qué hay entre tú y yo, mujer?” (Jn 2, 4). Entre el hombre y la mujer había habido la serpiente, el misterio del mal. ¿Qué hay ahora entre el nuevo Adán y la nueva Eva? La paloma, el Espíritu Santo, el amor loco de Dios por la humanidad que ha iniciado la nueva creación en el seno de una pequeña virgen.

Paradójicamente ha sido el monacato quien mejor ha comprendido la complementariedad, en el seno del Cuerpo de Cristo, del hombre y de la mujer. Y así todas las órdenes monásticas suelen tener dos ramas, la masculina y la femenina. En la institución monástica se continúa el eco de la cuestión que planteó Jesús a su Madre en las bodas de Caná: “¿Qué hay entre tú y yo, mujer?”. Lo que había entre Jesús y María es inexpresable, es el misterio del agua, del vino, de la sangre y del fuego, misterio de fecundidad espiritual que iba a engendrar millones y millones de almas para el Reino de los cielos.

En la mentalidad de la época de Cristo era inconcebible que un rabí estuviera rodeado tan directamente de mujeres y menos de una manera tan constante y cotidiana. De estas mujeres se nos dice que habían sido curadas por Jesús. Estas curaciones nos subrayan un primer aspecto esencial en el misterio de la mujer: la presencia del misterio de iniquidad. Es la presencia de una antigua culpabilidad que sitúa a la mujer en una posición bastante inconfortable en el mundo, como una especie de mujer fatal cuyo destino ineluctable la lleva a la caída.

Frente a esta imagen fatal de la mujer vemos a Jesús que, con su presencia, colma los abismos creados por el pecado original y hace posible una nueva relación entre el hombre y la mujer. En el pequeño grupo de los discípulos, que es la Iglesia naciente, todos viven juntos con Jesús en medio de ellos. La persona y la presencia de Jesús colma la distancia, el vacío personal de cada uno de ellos y el abismo o la distancia que hay entre cada uno y cada una, entre cada una y cada una, entre cada uno y cada uno. Viene a la mente la frase de Alredo de Rielvaux sobre la amistad espiritual: “Yo estoy ahí y tú estás ahí, y Cristo está entre nosotros”.


Autor: EPHRAÏM
Título: Jesús juif pratiquant
Editorial: Paris, Fayard/Éditions du Lion de Juda, 1987 (pp. 274-279)